Entre manzanas y tomates.
Salgo apurado tropezando con quien impida mis grandes zancadas, miro la hora en la pantalla iridiscente de mi celular. «¡Cielos, oh cielos!», voy cinco minutos tarde, tonto examen de matemáticas... ¿A quién le importa las derivadas?... ¿Para qué me servirá esa inútil operación matemática?, en fin, eso ya no me importa, lo que necesito para mi paz mental es llegar a la tienda de abarrotes antes que ella. Siento como la briza aumenta conforme aumenta mi velocidad, pues he dejado de trotar para correr lo más rápido que mis regordetas piernas me lo permiten. No es que sea realmente obeso, pero digamos que disfruto de la buena comida, así de cómo mantener una rutina sana, nada obsesiva de ejercicios.
Formar parte de un equipo de deporte en la univ no me quita el sueño, no soy antideporte o vida sana. Me basta con sacar a pasear a klay, mi perro, todas las mañanas, esa caminata de veinte minutos me llena de energía para concentrarme en las tortuosas clases. Pero lo que realmente me rebosa de energía vital, paz mental o en otras palabras lo que hace que mi alma baile con los latidos de mi inexperto corazón, es verla, radiante, allí parada frente al estante de la frutería.
Al fin llego a la esquina de la calle Garcilazo cruce con Las Américas. El nada romántico semáforo aún está en rojo; comienzo a contar como un niño de preescolar los segundos, como si eso fuera a acelerar el tiempo, lo único que se acelera son los ya desbocados latidos de mi corazón. Inicio a desplazarme por el rayado peatonal, dejándome llevar por la marea de gente que me rodea, estiro mi cuello tratando de visualizarla, busco, busco rogando encontrar uno de esos graciosos bonetes que suele usar.
Justo cuando estoy por entrar Don Luis me da la bienvenida preguntándome por cada miembro de mi extensa familia, y todo porque está locamente enamorado de mi tía Marta, una solterona de más de cincuenta, no es un secreto para toda la familia que ellos se aman en silencio.
Camino directo hacia donde una delicada mano selecciona con paciencia varias manzanas. «¡Cielos, oh cielos!» como quisiera ser esa fruta que les hizo pecar a Eva y a Adán... Me dejaría atrapar o secuestrar entero por esos alargados dedos, verla llevárselas a la punta de su nariz como si estuviera imaginando su sabor por medio de su olor me hace desear ser, yo, la esencia que la embriague, verla sonreír confirmando que es una manzana ideal me hace pedirle a Dios ser la razón de su felicidad. Trago saliva tratando de controlar mis instintos, los que me gritan, que me acerque, que le hable, que le sonría.
Mis piernas no obedecen, gracias a Dios, a las impulsivas órdenes que le vocifera mi enamorado corazón, así que la contemplo escondido entre los estantes de comida para bebés y los condimentos de cocina, a pocos pasos de ella... Ahora va por los tomates, «¡Cielos, oh cielos!» otro fruto rojo pasión, como la que siento por ella desde hace tres meses cuando la vi por primera vez.
Ella estira su brazo para alcanzar la última bolsa del dispensador, pero río al verla ponerse en puntillas. No sé cuándo ni cómo mi cuerpo ha decidido tener vida propia que ahora me encuentro justo detrás de ella, estirando mi brazo por sobre su rizada cabellera para tomar el plástico transparente.
Ella se voltea al sentir mi presencia, una respiración endemoniadamente caliente se entrecorta sobre mi pecho, «¡Cielos, oh cielos!», acaba de tatuar mi pecho con su aliento, guardaré esa sensual sensación hasta el final de mis días. Le entrego la bolsa, la cual recibe feliz, lo que “derivó” en ella la sonrisa más hermosa que me ha regalado, «¡Cielos, oh cielos!» creo que me empiezan a gustar las matemáticas. Me agradece con un ademán de manos, mientras yo me siento como el héroe que acaba de salvar al universo.
Entre sonrojos y risillas de ambas partes llenamos lentamente la bolsa de relucientes tomates.
Dos meses después estamos aquí otra vez frente a nuestro sitio preferido, teniendo otra cita entre manzanas y tomates. Nuestros juguetones dedos se rozan, se tocan, mientras que nuestras almas están apapachadas sin nosotros saberlo. Sé bien que los compases de los latidos de nuestros corazones se acoplan a la perfección, pues no hay de otra, ellos nacieron para entonar las más románticas melodías. La “integración” de nuestros sentimientos solo nos lleva a un lugar en el universo donde queremos estar.
"Derivadas e integrales"; quien lo diría fueron las matemáticas quien me mostró el camino al amor.
Tomo posesiva y apasionadamente la mano de mi amada, esa chiquilla que compraba manzanas y tomates, ahora hecha mujer, mi mujer, la madre de mis dos hermosas hijas, las que cariñosamente llamamos manzanita y tomatico. Entre números y frutos rojos formulamos una ecuación que dio como resultado un sólido matrimonio del cual feliz y orgulloso formo parte.
Cierro los ojos, dejo que el destino me alcance, pues ha sido más que generoso con nosotros, ella siendo una reconocida chef vegana y bueno, yo, contra todo pronóstico; soy docente universitario.
Suelo carcajearme cuando manzanita se queja de las matemáticas; con infantil frecuencia protesta rezongona preguntándome —¿papi para qué me servirán esas tontas matemáticas?... con cariño le contesto.
—Cuando estés lista encontrarás la respuesta a eso, mientras que la danza de mi amor en la cocina impregna cada rincón de mi hogar, mi corazón y mi alma, con un aroma a felicidad.