Como perros y gatos.
—¡Mamá!, —chilla, alargando la última sílaba, la voz traviesa de Xiara rompe la calma en el gran salón mientras que intenta zafarse de las garras de Onax su hermano mayor. Sus pequeños, pero ágiles pasos la llevan a salvo hacia los brazos cálidos de su madre. A la par que otro grito sale de la garganta adolescente de un rostro imberbe que vuelve a romper la atmósfera relajada del hogar de los Duarte.
—¡Cielo Santo!, hijos... ¡Ya!... Deténganse, por favor, me van a gastar el nombrecito de tanto repetir mamá, mamá, mamá, ¡ya está bueno! —se queja risueña con su voz tranquila propia de sus cuarenta y tantos, mientras que observa reír a su esposo bajo cuerda a la par que de sus varoniles labios rodeados de una elegante barba sale una carrerilla de aros de humo con olor a añil y menta.
—¡Mamá! —repite Xiara abrazando a Safira su muy, muy consentida gata atigrada, quien intenta escapar de esos brazos sofocantes con ganas de alejarse de Klay, el mastin napolitano, de Onax.
—¡Chúcale, Klay!, ¡chúcale! —amenaza el hermano mayor como represalia por haberle hecho burla mientras que grababa un TikTok.
—¡Mamá! —La menor hace una mala imitación de un lloriqueo que ni ella misma se lo cree mientras que alega, como si de verdad, su hermosa y coqueta gata está en peligro.
—¡Jovencitos! —resuena un padre ya cansado de la tonta e infantil pelea.
—Pero, papá —refunfuña Onax.
»¡Ellas empezaron! —Las señala con el dedo, mientras que el ya envejecido Klay opta por desplazarse lento hacia su rincón canino cerca del ventanal con vista al patio trasero, dejando solo y abandonado a su gran compañero de juegos, librando una batalla que no ganará.
Dos aplausos brotan de las palmas de su madre, dando por terminada la batalla en busca de una tregua.
—Es hora de cenar —dice feliz como cada jueves, es jueves de comida delivery —¿qué les apetece cenar?
—Pizza —grita danzando Xiara dando brinquitos en las puntas de sus traviesos pies a la par que Safira pasa lengüetazos por su cuerpo.
—¡Oh no, papá!, no pizza otra vez— protesta aunque la voz le falla dejando que su frase suene extraña —como sigamos así, los jueves se llamaran jueves de pizza en lugar de jueves de delivery —apoya sus manos en las rodillas ligeramente frustrado. —Papá, de verdad tengo hambre, al menos, que me pidan una pizza familiar solo para mí —negocia tratando de llenar el agujero negro que se le ha creado en su insaciable estómago.
—Tú siempre tienes hambre, Onax —bufa su hermanita sacándole la lengua, la cual pasa graciosamente entre el espacio vacío de los dientes frontales.
—Eso es la verdad desde aquí hasta el azul cielo —secunda don Duarte, resignado, a la princesita de la casa —Mi cartera da fe de ello, tal vez, tenga que encontrar un segundo trabajo —hace estremecer su cuerpo con desagrado.
—Tú no, papi, él —señala a su hermano, el cual está vestido con un blue-jeans y una musculosa del Real Madrid. —Él debe conseguir el trabajo —rezonga haciendo un infantil y gracioso puchero mientras se sienta en el regazo de su padre.
—Xiara, —pronuncia apretando los dientes como señal de advertencia — tú, enana de ojos de rana mejor cierra tu tonta boca antes de que te quedes sin cena —amenaza sabiendo que ella ni se inmutará.
—Además, ¿quién contrataría a un tontín como tú que no ama a los gatos?, la respuesta es simple; nadie, nadie, nadie —suelta cantarina —además tú solo sabes de fútbol y de perros —dice mientras que juega con sus delgados dedos.
—Ya verás odiaperros, te voy a atrapar —Se aproxima a ella con la intención de hacerles las tan irresistibles cosquillas. A la par que ambos corren en busca de las escaleras que se levantan al final del amplio pasillo, la que los llevará a sus respectivos cuartos. En casa resuenan las risas felices y traviesas de la menor, mientras que una carcajada fingida la sentencia que la matará de risa.
Safira aprovecha la algarabía para remeter contra Klay quien busca la tranquilidad en su avanzada edad. Un ladrido de fastidio sale de la pesada mandíbula del can como respuesta al mordisquillo que la gata le deja en su oreja. Satisfecha de lograr otra travesura corre, en busca de la compañía de Xiara, de quien se considera ama.
Ya saben; los perros se creen dueños del corazón de su amo, pero los gatos saben que son los emperadores del hogar.
—Tú, chiquilla amante de los gatos, ya verás esta noche, no te salvas de los dedos de muerte, te haré reír hasta que pidas clemencia —sentencia Onax mientras sube de dos en dos los escalones.
Los meses pasan, y las riñas entre Xiara y Onax no desaparecen, al contrario, parecen crecer a pasos agigantados, sobre todo desde que el mayor se dejó llevar por el sendero del primer amor. Mientras que la inquieta gata constantemente molesta al grandulón, mordisqueando su rabo, despertándolo con lengüetazos en su rostro, comiendo de su comida, montándosele encima, en fin, toda una diva.
Sin embargo, las respuestas de Klay a las travesuras gatunas son cada vez más esporádicas, anunciando una de dos cosas; la primera que Klay se resignó de tenerla como parte de su manada o lamentablemente su vida ya está completa.
Con el pasar del tiempo el can, quien fue siempre protector familiar, ha perdido peso, prefiere descansar a dar esas largas caminatas. Preocupado, Onax, ha optado por dejarlo dormir en su cuarto para poder vigilar cualquier cambio. Una tarde cualquiera de un jueves el estado de ánimo de Klay es tan decaído que la gata se ha echado a su lado y en lugar de fastidiarlo como de costumbre se ha pasado horas enteras, lamiéndolo, ronroneando en su oído, es como si intentara transmitirle calor, pero claro, su cuerpecillo en comparación con el del can es como pretender que una cerilla cocine un bistec. Ante tal espectáculo, Onax convence a su padre de llevar a su fiel compañero al veterinario.