El amor no se compra

El amor no se compra

Capitulo I

Un barrio de clase media, anchas veredas y árboles de tilo; comercios de todos los rubros y gente que va y viene, todos se conocen, todos se saludan. Hay bares con sus mesas afuera y el vecino infaltable a la cita, un grupo que hace de esas reuniones un rito, llegar temprano, tomar su café, leer el diario y luego sentarse juntos y conversar, reir y hablar de cosas del pasado casi siempre, son los jubilados del barrio. Una bonita casa, a dos cuadras de la avenida. Blanca con aberturas color blanco también, un pasillo al costado que lleva a una puerta verde de gruesa chapa, por ahí acceden al patio, un terreno de 500 mts con una gran arboleda, un aljibe en el medio, y una glorieta con cuatro bancos que alguna vez ya no recuerdan quién, recubrió con mármol rosado. La enredadera de rosas de toda estación, rosas rosadas, pequeñas hojas siempre brillantes, hacen de techo y paredes de la glorieta.  El jardín con el jazmín eterno que abastecía a todos los vecinos, bastaba estirar la mano y gritar “¡Mary, me llevo una flor!” como si María Cifuentes las fuera contando. Vecinas de mucha más edad que María recuerdan el jazmín que plantó la abuela, y que invierno y verano siempre florecía. ¿sabés porque tu jazmín florece invierno y verano María? decían la vecinas – ¡porque tu abuelo aseguraba que debajo estaba el pozo negro antiguo! Pero María no recordaba a su abuelo. Un porch de piso rojo brillante, con una bonita casilla al borde de la pared para el perro Salomón,  que sólo mira con atención cuando algún pájaro se posa sobre la verja, pareciera  que la cuida para que no la ensucien, les ladra y espanta, espera a ver que no regresen, los ve volar, y recién entonces vuelve a su lugar, y es que Carlitos su amo, acaba de pintarla de blanco. Un salto y el intruso vuela, que cante en el árbol pero no en su verja, pensaba Salomón satisfecho. Lanudo y pequeño, pero era audaz y gracioso.

Es domingo, un día siempre especial, Mary se levanta temprano como siempre, prepara sus mates y sentada en la vieja reposera, única herencia de alguien que ya ni sabe quién, pero no de su madre, lee y re lee el periódico, a la espera que Carlitos, su hijo de 17 años, despierte y pida el desayuno. María es alta y esbelta, de cabellos tirando a color rojizo, pero nadie sabe si es natural o tiene tintura, a la peluquería no va. Sus rebeldes rulos están sujetos siempre con una cinta de color blanca. Es domingo,  siempre el domingo es un día especial, hay tiempo para rememorar, entrar en nostalgia, mirar a su alrededor y decir, esta manta que cubre el viejo sillón, es de lana tejida a mano, lana del norte quizás, ¿quién me la regaló? Por supuesto, mi amiga Clara en el pasado cumpleaños, ahora recuerdo que la trajo de su viaje a la Quiaca ¿Y ese cuadro de flores y taza humeante de café, un libro y una lapicera? Es un bonito cuadro pintado en lienzo, tan real que si mira con atención, cambia el mate que tiene en la mano por una taza de café. Sí, mi amiga Clara para cuando regresó de Buenos Aires, allá hay arte de ese tipo, que bonito Buenos Aires, algún día iré a conocerlo. ¿Y este mantel rojo con flores amarillas? ¡Qué tela de tan buena calidad! no ha desteñido nunca, puro algodón.  Clara cuando regresó de Santiago, y con el mantel venían las seis servilletas. ¿Acaso tenía alguna otra  amiga como Clara? Su amiga Clara vivía a sólo tres casas de la suya, en una casa similar pero con planta alta, eran cinco de familia. Y además su amiga era también compañera de trabajo, los tres, con Carlitos, trabajaban en una gran tienda de ropa y calzado en la ciudad, ellas vendían y Carlitos hacía el reparto para la gente que compraba haciendo el encargo por catálogo. El joven había terminado su escuela de secundaria y se había plantado en que ¡basta de estudios! Nada de universidad, nada de libros, y aunque había deseado que Carlitos fuera a la universidad, reconocía que al niño siempre le había costado bastante estudiar y aprender; casi en todos los años, tuvo que ayudarlo una maestra particular. A pesar de todo  era una buena vida la que llevaban, se decía ella, aunque con 37 años ya cumplidos, a veces la ruda y cruel rutina, esa monotonía le hacía soñar con un hombre que la amara, que la acompañara en su vida, en sus sueños, porque tenía sueños de viajes y una vida mejor, pero había una prioridad y era su hijo. El padre de Carlitos ya hacía muchos años que había desaparecido de sus vidas, tanto en la parte económica como  en la afectiva también. A pesar de que el hombre tenía un buen puesto en el gobierno provincial, María nunca quiso recurrir a abogado para pedir mantención para el hijo, ya era bastante vergüenza –pensaba- tener un padre que lo abandona, para encima rogarle que le mande dinero y comida. Ella consideraba todo eso bastante humillante. Cuando apareció Paco, un hombre algunos años mayor que ella, Carlitos encontró en él, un buen amigo, y ella un excelente compañero de vida, pero no duró mucho, no fue admitida esa clase de vida en un barrio de gente tradicional, ¿tradicional? Matrimonio, y nada más. -Ahí llega el “novio”- decían con desdén, sin preocuparse en bajar la voz para no ser escuchados. En época que Paco los visitaba, dejaron de ser saludados con amabilidad y los jazmines  del jardín se caían solos de la planta, a las vecinas no les importaba ya pasar por esa vereda, saludar, preguntar si estaban bien, como habían hecho siempre. ¡Ilusa y torpe fui! Se decía María, cambié nuestra propia felicidad  por un grupo de vecinos que se ponían cada día más viejos e indolentes. Cambió un abrazo diario al amanecer, un amigo para los juegos de su hijo, un buen compañero, por la soledad bien vista por gente que había hecho su propia vida creyendo tener derecho ahora sobre la de ella. Un gran error por su parte, que Carlitos soportó en silencio, como el joven dócil que siempre era, con su sonrisa inocente habitual, pero una gran  tristeza guardada en la mirada, que ella conocía muy bien. Carlitos que no entendía por qué, pero no preguntaba, si lo decidía su madre, estaba bien, pero extrañó mucho a Paco.  ¿Qué más podía hacer por su hijo que no fuera brindarle una vida sin sobresaltos, tratando que la vida no lo golpeara? Si no quiere ir a la facultad, que no vaya, pensaba María. ¿Acaso todo el mundo tiene que tener un título universitario?.




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