El Amor no se Mide en Centímetross

CAPÍTULO 2

Llevaba casi 30 minutos hablando con Dhina, sí hablo de esa pelicobriza a la que había conocido semanas antes. ¿Y dónde estaba? Pues en el autobús. No sé cómo averiguó ella mi número de teléfono. Pero definitivamente esa chica tendría que decirme.

¿Qué sabía de Dhina?

Pues, según ella, sus medidas eran: 60 90 60 ¿Según yo? Esa información era totalmente falsa. Esa chica tenía más caderas que yo y, obvio, era mas voluptuosa que yo. Y no, su cintura era más ancha. ¿60 centímetros según ella? ¡Sí, cómo no!

También me enteré de que ella era originaria de Venezuela, no era de mi país. Incluso ella también me dijo que Juanpa era argentino de nacimiento. Con razón esa personalidad, el chico tiene ese ego por las nubes. Pero, aun así, ellos me agradaban. Y ellos, ambos decidieron seguirme hasta mi nueva institución. Seguiríamos siendo compañeros de clases.

— Non mi piace molto questo posto —miré a mi alrededor y sonreí. A diferencia de Juanpa, al parecer, a mi alrededor no había nadie que hablara italiano. Pero, caras vemos y corazones no sabemos.

Casualmente estaba junto a mí, junto, pero no tanto, un hombre. Este hombre no dejaba de mirarme y eso me parecía extraño. Lo extraño era que podía sentir sus ojos sobre mí, pero, al mirarlo, él siempre tenía su cabeza inclinada.

— No me hables en italiano. ¿Quieres que te hable en francés?

— Tu veux ? Ce serait amusant —sin darme cuenta y un chillido me sacó de mis pensamientos.

— Hemit Buitrago, ¿tú también hablas francés?

— ¿De donde sacas que hablo francés? Eres tú quien habla francés.

— Chica, hablaste en francés. Hasta yo te escuché —intervino el extraño que estaba junto a mí, pero no tan junto, ya que una silla vacía estaba entre los dos—. ¿No te diste cuenta porque no has parado de mirarme?

— ¡Ajá! Lo sabía, sabía que no eran cosas mías. ¡Qué chismoso! ¿Por qué escuchas las conversaciones de los demás?

— ¿Me acusas de ser chismoso? ¿Por qué mejor no te preguntas en qué momento dejaste de ser discreta? Yo creo que la tecnología te ha vuelto despistada.

— Pero, ¿quién te crees que eres? —pregunté. Sí, estaba molesta, ese chismoso ni siquiera tenía suficiente educación— ¿Qué atrevida es la gente hoy en día? Yo estaba hablando en otro idioma para evitar ser escuchada. ¿Y yo soy la indiscreta? Debiste fingir que no entendías nada. Y, además, eres un maleducado. Cuando hables, al menos mira a las personas a los ojos.

Para mi sorpresa, aquel hombre levantó su cabeza. Entonces pude ver su rostro. ¿Qué puedo decir? Bueno, diré que sus ojos eran azules, justo el color de ojos que siempre me ha gustado. De niña me gustaban de ojos azules. Pero durante mi adolescencia mis gustos cambiaron, eso se debió quizá al hecho de que tuve amigos de ojos claros, tres de esos mencionados amigos tenían sus ojos de color verde. Mis hermanos también tenían sus ojos de color verde. Pero el color azul, el tono era azul cobalto.

— ¿Te quedaste sin habla, chica parlanchina?

— No sabía que los franceses eran tan…

— Así que asumiste que soy francés.

— Tienes el acento francés y no lo niegues.

— Podría estar actuando.

— No tienes cara de actor. Parece que tienes cara de Napoleón.

— ¿De dictador?

— Y encima te crees listo.

— No me creo, siempre he sido listo.

— ¿Oye amiga? Ya escuché suficiente y, aunque escuché lo suficiente para entender lo que en ese bus pasa, solo haré una pregunta: ¿Es guapo? Hemit, dime si crees que es tu tipo.

— Te daré detalles cuando llegué —me levanté de mi puesto y sonreí. Mis ojos estaban puestos en él, pero mis oídos escuchaban a mi amiga—. Seguro escuchaste que te dije que es como Napoleón y creo que tengo razón. Pero —dejé de mirar al francesito porque estaba a pocos metros de mi parada—… no lo dije porque sea dictador, aunque imagino que lo debe ser. Yo en realidad le dije Napoleón porque, al parecer, es pequeño de estatura. Ya sabes, amiga, no me gustan los hombres bajitos, prefiero a un feo alto, que aun guapo enano.

Silencio, él no dijo nada y yo tampoco me giré para ver. Toqué el botón rojo del bus y cuando el conductor se detuvo, entonces me bajé. Bajé justo enfrente del edificio en el que, a partir de ese día, estudiaría yo. Entonces miré y él también estaba bajándose.

Entonces el semáforo cambió de color y el conductor retomó el viaje. Ya estaba preparada para gritar auxilio, pero, lo que sucedió después me desconcertó y me inquietó. Aquel francés desconocido, cruzó por mi lado, no me miró, pero mi vista lo siguió.

¿Pero que cosa estaría pagando yo? Esa pregunta me hice cuando vi que, en la entrada del edificio, sede de mi nueva institución, estaba nada más y nada menos que el profesor Ruiz. Al parecer, él sintió mi mirada y me sonrió. Y lo peor fue que el desconocido se acercó y saludó a mi ex profesor. Los vi hablar, entonces ambos me miraron y los vi sonreír.




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