El amor que callaron los herederos

Introducción a El amor que callaron los herederos

¿Cómo pudieron guardar un amor por tanto tiempo, a pesar de las diferencias que tenían sus padres, cuando solo eran unos indefensos niños que ansiaban jugar a la merced de la vida?... es algo un poquito complicado de contestar, porque la convivencia es fruto de quien la hace valer para sí mismo y para con los demás. No son palabras vacías, que buscan el refugio en alguien que las entienda ni conglomerado de intérpretes para que las ayuden a ser entendidas. Sin embargo, el hecho está en lo difícil que se hizo para mantenerlo en secreto; pero, a pesar de las dificultades, se puedo lograr; porque cuando hay disposición en dos seres que se aman, no existe problema y fuerza sobrehumana que pregone contra la fuerza de los sentimientos.

Nunca fueron la luz que derramó la copa, pero sí fueron el paño que secó por completo y sin dejar rastros de humedad, la sangre que mantuvo la llama de su efervescente amor. En lo oculto fueron el dúo perfecto, ese dúo que no le importó riqueza alguna, ni lujos que desviaran la perspectiva construida, ya que lo fundamental no fue formar parte de la herencia, sino de una vida que entendía otra vida, esas que mutuamente eran peldaños indestructibles, alas resistentes a los filos de espadas y a las armas más destructoras, que pudieron haberse inventado, y unanimidad fuera de confrontaciones amargas e invasivas.   

Por causa de ese amor oculto, la ira y la guerra se jugaron un partido, para saber cuál conseguiría la derrota de ese perenne y desconocido sentimiento, que para nada encajaba en la familia de ambas partes. En efecto, cada antagonismo tiene rivales que saben unir las fuerzas para no perder las batallas, debido a que si por algo hay que luchar, es por ese algo que tiene un valor inviolable, una importancia que significa mucho para el que lo vive, sin importar que para los demás sea una locura.

Sembraron en tierra fértil, un amor secreto que comenzó a dar frutos bajo la luz que nadie podía ver y se nutría bajo la luz de la oscuridad, la que tampoco era asequible para los invasores; pero la siembra siempre fue afectada, indirectamente dando en el clavo de su sostén, porque el sufrimiento más grande era aguantar un amor sin condiciones y sin libertad alguna, que en pocas palabras era vivido, pero a la vez, esclavizado, y sin garantía ni aprobación.

Soy de esos que dicen que, aunque trates de opacar la salida de algo que debe fluir sin interrupción, aunque se le trate de prohibir, siempre existirá una forma de escape, si es posible, no dejando huellas al destructor ni al delatador, porque lo que tiene vida, se hace inmortal en dos almas que sin afrenta, dan la cara y muestran lo hermoso que ha podido dar este mundo, aunque la envidia y el desacuerdo atenten contra su impecabilidad.

Pues, cuando se trata de amor oculto, hasta el más santo quiere destruir lo unísono; pero cuando se trata de herencia, todos echan a un lado al amor y se envanecen y su avaricia los encierra en la burbuja de lo material, y dan para matar hasta lo más sano por su mala raíz. No obstante, de algo estoy seguro: en este amor secreto, no vale ni la fortuna ni las ideas de los terceros, solamente importa la opinión que se tienen los amantes, y solo eso. Y ellos, solamente ellos son los que deciden, si mueren en el intento o marcan la pauta histórica en el legado de sus familias.

El amor que callaron los herederos, de Daniel Aquino.   




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