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Café, resaca y un fantasma con abdominales
La luz me asesina.
No hay otra palabra.
Es una asesina blanca, directa, vengativa, que atraviesa las cortinas como una espada de fuego.
Abro un ojo. Luego el otro. Inmediatamente me arrepiento.
Mi cabeza late como si tuviera una rave adentro, y mi boca sabe a arrepentimiento y galletas viejas.
—Genial… —murmuro, incorporándome a medias—. Otra mañana gloriosa en la vida de Melian, la mujer que invoca el amor y despierta sola.
El sofá me recibe con su abrazo de derrota.
A un lado, el desastre: velas derretidas, restos de chocolate, una botella vacía y el libro de Lyra abierto sobre el suelo.
Parece la escena del crimen de un ritual pagano con descuento.
Trato de recordar qué pasó anoche.
La cita, el vino, el ex con cara de idiota, la risa de Lyra, el hechizo…
Ah.
El hechizo.
Río para mis adentros.
Definitivamente soñé con eso. Porque si no, tendría que aceptar que escuché una voz en medio de la madrugada diciendo “tú eres la que me escribió”.
Y la verdad, mi vida amorosa está lo suficientemente rota como para no necesitar fantasmas con ego literario.
Me levanto tambaleándome hacia la cocina.
El suelo parece moverse, pero sospecho que soy yo.
Pongo café, porque si algo puede resucitarme, es la cafeína… o un pacto con el diablo.
Y entre una cosa y otra, el café es más rápido.
Mientras espero que la cafetera haga su magia, escucho un sonido.
Un golpe.
Algo… cae en la sala.
—Lyra, si olvidaste algo… —digo, pero mi voz se queda flotando en el aire.
Silencio.
Solo el murmullo del agua burbujeando.
Y un escalofrío que me recorre la espalda.
Camino despacio hasta el umbral del pasillo.
Y lo veo.
Primero, sus pies descalzos.
Después, la sombra que proyecta contra la pared.
Alta. Inmóvil.
Mi corazón decide imitar una batería de rock.
Cuando finalmente levanto la vista, mis ojos lo alcanzan.
Y ahí está.
El hombre.
El mismo que dibujé con tinta, con deseo, con frases que creí solo existían en mi mente.
Dorian.
Está de pie en el centro de mi sala, observando mi caos doméstico con la serenidad de quien acaba de despertar en el infierno… o en el apartamento de una escritora deprimida.
Su piel parece atrapar la luz, como si estuviera hecha de algo más que carne.
Su cabello oscuro cae hasta rozarle el cuello.
Y sus ojos…
Dios.
Sus ojos son exactamente como los describí: un universo líquido entre gris y azul, con destellos que parecen flotar en su interior.
Y yo, con la boca abierta, el pijama de pandas y una resaca del demonio.
—…¿Hola? —digo finalmente, porque el pánico me quita la elocuencia.
Él inclina ligeramente la cabeza, con esa calma peligrosa de los depredadores o los modelos de perfume caro.
—Hola —responde, y su voz es… idéntica. Grave, templada, con esa cadencia que solía imaginar en las noches de escritura.
Parpadeo.
Me río.
Me froto los ojos.
—Vale. Estoy soñando. Es obvio. Ayer mezclé vino con chocolate y rituales de TikTok. Esto es una alucinación… premium, pero alucinación al fin.
—No estás soñando —dice él, dando un paso hacia mí.
Su movimiento es lento, fluido, casi irreal.
Cada paso parece arrastrar una corriente de aire templado que me eriza la piel.
—Ajá. Claro. ¿Y tú eres… quién, exactamente? —pregunto, retrocediendo un poco.
—Dorian —responde, con total naturalidad—.
El hombre que escribiste.
Y ahí está. La frase.
Esa maldita frase.
La misma que creí escuchar entre sueños.
Mi cerebro hace cortocircuito.
Mi boca decide ignorar toda lógica.
—¿Y no se te ocurrió que podías, no sé, mandarme un correo antes de aparecer en mi sala? —respondo, cruzándome de brazos.
Dorian alza una ceja.
—No sabía que en este mundo se anunciaban las apariciones.
En el mío… simplemente suceden.
—Perfecto. Encima de todo, tengo a un poeta interdimensional en mi casa.
—Tú me trajiste —dice él, con una firmeza suave—. Dijiste que querías que fuera real. Que al menos yo sabría cómo amarte.
Y mis palabras, las de anoche, regresan como una bofetada.
“Si de verdad tienes poderes, sácame a uno de mis protagonistas del libro. Al menos él sí sabría cómo amarme.”
El aire se me queda atorado en la garganta.
—Oh, por todos los dioses de las malas decisiones… —susurro—. No puede ser.
Dorian sonríe. Una sonrisa pequeña, pero peligrosa.
—Créeme, tampoco es fácil para mí. Un minuto estoy luchando con sombras en tu historia, y al siguiente… —mira alrededor, curioso— …estoy en un mundo donde los humanos encienden fuego con máquinas que silban.
—Eso es una cafetera —respondo automáticamente.
—Interesante artefacto. Huele… a vida.
—Huele a desesperación matutina —le corrijo, acercándome a la cocina y tratando de ignorar la crisis existencial con piernas que tengo detrás.
Sirvo una taza de café, porque si esto va a ser un sueño, al menos quiero estar despierta para disfrutarlo.
Dorian me observa con atención, como si cada gesto mío tuviera sentido para él.
—Así que… ¿escribiste mi existencia? —pregunta.
—Digamos que… te inventé. Fuiste el protagonista de mi última novela. Oscuro, intenso, con traumas y un exceso de metáforas.
—Y ahora, ¿qué harás conmigo? —pregunta, tan sereno que se me escapa un escalofrío.
—Dormir —respondo—. Tal vez despertarme y descubrir que eres solo una resaca con buena edición.
Me doy la vuelta, pero él da otro paso y queda a escasos centímetros de mí.
Su presencia es abrumadora, como si el aire se hiciera más denso alrededor.
—No creo que desaparezca al amanecer, Melian —susurra, y al oír mi nombre en su voz, siento algo extraño, familiar… como si siempre me hubiera llamado así.
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Editado: 07.10.2025