Nos quedamos mirándonos. Yo, con mi pijama de pandas que ya merecía un monumento a la vergüenza ajena. Él, con una presencia que parecía desafiar la física.
El silencio se rompió con un golpe seco en la puerta.
—¿Quién…? —empecé a decir, pero mi voz se quebró al escuchar los pasos apresurados y el tintineo de llaves.
—¡Melian! ¡Mel! —gritó Lyra, entrando como un torbellino de cabello, bolsas de compras y caos absoluto.
Su primer vistazo fue suficiente: mis ojos abiertos de par en par, el sofá destruido por la resaca y… Dorian de pie en el centro de la sala.
—¿Qué… qué es esto? —preguntó, apuntando con una bolsa de pan como si fuera una lanza.
—Lyra, no grites… —susurré, aunque estaba tan incrédula como ella.
—¡No puedo no gritar! ¡Hay un hombre… un tipo con abdominales de novela, parado en tu sala! —dijo, señalando a Dorian como si él fuera un fantasma del pasado.
Dorian sonrió, con esa mezcla de misterio y arrogancia que solo los personajes literarios poseen.
—Hola —dijo con calma—. Soy Dorian. Creo que me conoces.
Lyra parpadeó, luego volvió a parpadear.
—¿Quién… eres? ¿Esto es una broma? —preguntó finalmente, con voz temblorosa.
—Sí… —respondí, encogiéndome de hombros—. Un poco más real de lo que esperaba.
Lyra dejó caer la bolsa al suelo. Manzanas y pan rodaron como si quisieran escapar de la habitación.
—¡Esto es imposible! ¡Los personajes no pueden caminar por la sala y tomar café! —exclamó, levantando las manos al cielo—. ¡Esto es magia, hechizos, borracheras y traumas juntos!
Dorian arqueó una ceja, divertido.
—Bueno, sí, aparentemente tú me trajiste aquí. Pero no estoy seguro de entender las reglas de este mundo.
—Yo tampoco —susurré—. Solo sé que dijiste que aparecerías. Y aquí estás.
Lyra se acercó, inspeccionando a Dorian como si fuera un experimento de laboratorio.
—¿Y qué… qué poderes tienes? —preguntó con la seriedad de alguien que intenta calcular probabilidades de explosión.
—Depende —respondió él—. Puedo sentir emociones, alterarlas, materializar lo que se imagine… y tal vez romper alguna regla de la realidad si no me cuido.
—¡Perfecto! —exclamó Lyra—. Ya tenemos problemas con equilibrio interdimensional y tu amiga acaba de invocar a su protagonista oscuro.
Yo me llevé una mano a la frente.
—Lyra, por favor… —susurré, aunque sabía que era inútil.
Dorian dio un paso hacia mí, su cercanía imposible de ignorar.
—Melian… —dijo suavemente—. No es solo tu imaginación. Estoy aquí porque tú me creaste. Porque tus palabras me dieron forma, vida y… algo parecido al amor.
Mi corazón se enredó entre incredulidad y deseo.
—No estoy segura de que “amor” sea lo correcto —respondí, intentando sonar firme—. Pero si vamos a lidiar con esto, necesitaremos café… y mucho.
Lyra ya estaba tomando notas, murmurando hechizos y fórmulas como si preparara un protocolo de emergencia.
—Voy a necesitar investigar los límites de tu existencia —dijo a Dorian, como si hablar con un personaje literario fuera algo normal—. No podemos dejar que el equilibrio se rompa.
Dorian la miró con calma.
—Si el equilibrio se rompe, será culpa de quien me invocó —dijo, sonriendo hacia mí—. Así que, Melian, parece que eres responsable de todo.
Suspiré.
—Perfecto. Otra resaca, otra responsabilidad… y un hombre que podría ser mi propio poema con piernas.
Lyra decidió acercarse más, con la seriedad de una científica enfrentando un experimento altamente inestable.
—Necesito saber si eres realmente un Eidryn —dijo—. Esa especie que solo existe en los márgenes de la imaginación, entre la tinta y la realidad.
—Eso parece —respondió Dorian—. Aunque me gusta pensar que soy más interesante que una simple leyenda literaria.
Yo rodé los ojos.
—Interesante, sí… Pero también increíblemente aterrador —susurré.
Lyra se inclinó hacia él, examinando cada gesto, cada centímetro de su aura.
—Si no me equivoco, los Eidryn tienen ciertas debilidades. Su existencia depende de la memoria y la emoción de quien los creó. Y si alguien intenta borrarlos… desaparecen.
Dorian asintió lentamente, como si todo eso fuera obvio.
—Correcto. Por eso estoy aquí, atado a Melian. Y también… por eso debo tener cuidado.
—Bueno, cuidado —dije, cruzándome de brazos—. No es que tenga muchas reglas en mi departamento, pero las que tengo incluyen: no robar mis galletas, no romper la cafetera y, por favor, no invocar tormentas interdimensionales.
Él sonrió, ladeando la cabeza.
—Trato hecho —respondió—. Pero no puedo prometer que no haga que suspiren tus emociones.
Lyra suspiró, como si todo esto fuera una novela que no podía creer que se estuviera escribiendo en tiempo real.
—Esto se va a complicar —murmuró—. Los detectives místicos no tardarán en notar la alteración del equilibrio. Y si lo hacen… bueno, digamos que no será un picnic.
—Detectives místicos… —repetí, tragando saliva—. ¿Eso significa que alguien va a venir a secuestrarlo y devolverlo a su mundo?
—Exacto —dijo Lyra—. Y créeme, no querrás que lo hagan. La magia interdimensional es muy persuasiva y… un poco violenta.
Dorian suspiró, dejando escapar un sonido que parecía un suspiro de novela gótica.
—Entonces tendremos que jugar un poco. Mantenerme aquí sin romper el equilibrio, mientras enseñamos a tu amiga que no puede subestimar a un Eidryn.
Yo me llevé una mano a la frente, imaginando lo imposible: mi vida antes de ayer era aburrida y predecible, y ahora tenía a un hombre literario vivo en mi sala, una amiga bruja a punto de hacer experimentos mágicos y detectives que seguramente nos buscaban desde la otra dimensión.
Lyra, como si leyera mi mente, dijo:
—Bueno, Melian… esto solo puede mejorar.
—¿Mejorar? —pregunté, arqueando una ceja—. ¿Tienes idea de lo que significa tener a un hombre hecho de tinta y fantasía en mi sala mientras sobrevives a la resaca más épica de tu vida?
#3302 en Novela romántica
#711 en Fantasía
#amor #desamor #dolor esperanza, #amor # confusión # enamorado, #fantasia#amor#romance
Editado: 18.10.2025