El aire del departamento estaba tan denso que parecía una pared invisible. El fuego se apagó tan rápido como había nacido, y el silencio que quedó fue peor que cualquier grito.
Melian temblaba. Sus ojos, aún abiertos, parecían vacíos de todo —de miedo, de razón, de sí misma—. Y entonces, su cuerpo cedió.
—¡Mel! —corrí hacia ella antes de que golpeara el suelo.
Su respiración era irregular, el pulso débil, la piel empapada en sudor frío. La sostuve contra mí, sintiendo cómo su energía vibraba, desequilibrada, como si algo la estuviera drenando desde dentro.
El vínculo había reaccionado.
Y lo peor… era que Dorian aún no se había ido del todo.
Un destello dorado cruzó el aire, como una chispa suspendida.
Tragué saliva.
El equilibrio ya estaba resquebrajado.
Tenía que actuar rápido.
—Perdóname, Melian —susurré, acariciándole el cabello—. Pero no puedo dejar que te lo lleve.
Hice un gesto con la mano. El aire se estremeció y, desde el piso, comenzaron a surgir símbolos de luz azulada: un círculo de sellado, antiguo, prohibido por el Departamento de lo Oculto.
La habitación entera respondió al conjuro: los objetos vibraron, los libros temblaron, el reloj se detuvo.
Con la otra mano, dibujé una línea en el aire y sentí cómo la magia quemaba bajo la piel.
—Ostium claudere. Memoria tege. Mundum redintegra.
El hechizo salió de mis labios como un suspiro de vidrio rompiéndose.
La energía del círculo se expandió, arrasando todo a su paso.
El fuego desapareció.
Las grietas del suelo se cerraron.
El aire se volvió limpio.
Cuando todo terminó, el departamento era otra vez un refugio común: el café sobre la mesa, las cortinas cerradas, la máquina de escribir en su sitio.
Nada indicaba que el equilibrio se había roto apenas unos minutos antes.
Solo el cuerpo de Melian, tendido en el sofá, y la marca luminosa que comenzaba a formarse sobre su pecho: un símbolo dorado, parecido a una llama entrelazada con tinta.
La señal del vínculo.
—No… —murmuré con horror—. No otra vez.
Me arrodillé a su lado, apretando los dientes para contener el temblor.
Sabía lo que eso significaba.
Dorian estaba atado a ella.
Y si el vínculo crecía, ambos serían consumidos.
---
El reloj marcó las tres y diecisiete cuando me atreví a soltarla.
Fui hasta la ventana y abrí apenas un poco la cortina. Desde aquí podía ver los tejados del barrio y, más allá, el edificio gris donde el Departamento de lo Oculto tenía su sede.
Sus antenas siempre parecían apuntar hacia el cielo, pero esa noche, una de ellas giraba lentamente en nuestra dirección.
—Maldición… —susurré.
Si ellos percibían la alteración energética, enviarían un escuadrón de estabilizadores.
Y si llegaban antes de que terminara el ocultamiento… se llevarían a Melian.
No podía permitirlo.
No después de todo lo que había pasado con Dorian.
Cerré los ojos y concentré mi energía en el lazo de ocultamiento, el conjuro más arriesgado que conocía. Su propósito era simple: crear una capa ilusoria sobre la realidad, un velo que impedía a los observadores místicos detectar la verdad.
Pero la magia pedía equilibrio.
Siempre lo hacía.
Extendí los brazos.
El aire se llenó de una niebla plateada.
—Velum lucis, tegere et fingere. Nemo videat, nemo sciat.
La magia se desplegó desde mis manos como un suspiro de invierno, cubriendo las paredes, las ventanas, la puerta.
Cuando terminó, el departamento estaba sellado.
Invisible para cualquier sensor del Departamento.
La calma volvió… o algo parecido.
Caminé hacia Melian. Dormía, aunque su respiración era irregular. Sus labios se movían, como si hablara en sueños.
Me incliné, tratando de escuchar.
—No te vayas —murmuró ella, apenas audible—. No me dejes otra vez, Dorian…
Mi pecho se apretó.
—Oh, Mel… —acaricié su mejilla—. No sabes lo que dices.
Me quedé observándola largo rato.
Había algo casi celestial en ella cuando dormía. Y, sin embargo, estaba envuelta en una energía tan antigua que ni siquiera yo podía comprenderla.
Era la portadora.
La que había escrito su destino sin saberlo.
---
Un ruido me hizo girar.
Las luces parpadearon.
Del rincón del cuarto surgió una sombra. Alta, distorsionada, con la silueta de alguien que se resistía a desaparecer.
Dorian.
Su forma era inestable, hecha de fuego y humo.
Sus ojos dorados brillaban con furia.
—¿Qué has hecho? —su voz resonó como un trueno apagado—. ¡La estás separando de mí!
—Estoy salvándola —le respondí, firme.
—¡No puedes! ¡El vínculo está sellado!
—Lo sé —dije, conteniendo las lágrimas—. Pero si ella te recuerda ahora, morirá.
Dorian se acercó un paso. El suelo chispeó bajo su peso.
—El equilibrio ya está roto, Lyra. Y tú lo sabes.
—Puedo repararlo. Puedo hacer que ellos no la encuentren.
—¿A cambio de qué? —su voz se volvió más suave, casi triste—. ¿Tu magia? ¿Tu alma? ¿Otra mentira?
Apreté los puños.
—Haz lo que debas, pero no la toques. No aún.
Por un momento, vi duda en su mirada. Una chispa de algo humano, tal vez amor.
Luego, su cuerpo comenzó a desvanecerse.
—El Departamento viene —susurró—. No podrás detenerlos por mucho tiempo.
—Entonces corre —le dije—. Escóndete donde el fuego no pueda seguirte.
Él sonrió con tristeza.
—Tú siempre fuiste buena mintiendo.
Y desapareció.
---
El silencio regresó, pero esta vez dolía más.
Me desplomé en el suelo, agotada.
Mi cuerpo ardía, la magia me quemaba por dentro.
El hechizo de ocultamiento, el sellado, el desvío energético… todo eso exigía un precio.
Miré mis manos.
La piel se agrietaba, dejando ver líneas brillantes de energía bajo la carne.
No podía seguir así por mucho tiempo.
Pero tampoco podía rendirme.
#3302 en Novela romántica
#711 en Fantasía
#amor #desamor #dolor esperanza, #amor # confusión # enamorado, #fantasia#amor#romance
Editado: 18.10.2025