El sonido de la campanilla sobre la puerta me sacó del trance.
Había pasado toda la mañana en la cafetería, tratando de concentrarme en el nuevo borrador. El aroma a café tostado llenaba el aire, mezclado con el murmullo de la gente que iba y venía. Todo parecía normal, casi reconfortante, pero por dentro me sentía… dividida.
Desde que abrí los ojos esta mañana, había una sensación extraña en mi pecho. Como si estuviera faltándole a alguien, traicionando a una parte de mí misma que no lograba recordar del todo.
Cada vez que pensaba en el libro, en Dorian, en las páginas que habían cambiado solas, una punzada me recorría el corazón.
Lyra me había insistido en que saliera, en que respirara aire fresco.
“Un día normal, Melian. Sin hechizos, sin rarezas, sin tinta viva, por favor.”
Y aunque lo había intentado, sabía que la normalidad ya no era algo que pudiera alcanzar.
Apoyé la cabeza en mi mano, observando el reflejo de mi taza.
El líquido oscuro se movía suavemente, como si guardara secretos que no me atrevía a mirar.
Entonces lo sentí.
Una corriente helada, apenas perceptible, atravesó el local. No era solo el aire del ventilador. Era una presencia.
Levanté la mirada.
Un hombre acababa de entrar.
Sus pasos eran lentos, seguros, como si conociera cada rincón del lugar sin necesidad de mirar. Llevaba una chaqueta oscura, el cabello ligeramente despeinado y una mirada… demasiado intensa para ser casual.
Había algo en él que me resultaba familiar. No físicamente, sino en su energía. Era como si lo conociera desde siempre, pero no pudiera recordar de dónde.
Pidió un café con voz grave, educada, y cuando el camarero se lo sirvió, en lugar de sentarse en una mesa vacía, caminó directamente hacia mí.
—¿Puedo? —preguntó, señalando la silla frente a la mía.
—Eh… claro —respondí, algo nerviosa.
Se sentó sin apartar los ojos de mí. Era una mirada difícil de sostener: profunda, firme, pero cargada de algo que no lograba descifrar. No era simple curiosidad. Era reconocimiento.
—Te he visto antes —dijo con una media sonrisa.
Tragué saliva.
—¿Ah, sí? No creo…
—Quizá en un sueño —añadió.
Esa frase me dejó helada.
No porque fuera extraña, sino porque había escuchado algo muy similar en mis propias páginas.
Dorian me lo había dicho alguna vez. O al menos… lo había escrito así.
—Bueno, en ese caso, espero que haya sido un buen sueño —intenté bromear, aunque mi voz sonó tensa.
Él sonrió, y por un momento sentí que el tiempo se detenía.
Era una sonrisa peligrosa, de esas que prometen caos y calma al mismo tiempo.
—No podría olvidarlo —dijo, y bebió un sorbo de su café.
El silencio entre nosotros se volvió espeso, casi eléctrico.
Intenté relajarme y abrí mi cuaderno, fingiendo que escribía algo, pero las letras se negaban a formarse. Mis manos temblaban.
—¿Eres escritora? —preguntó él, observando el cuaderno con interés.
—Sí. Bueno… intento serlo. —Levanté la mirada, forzando una sonrisa—. Escribo sobre… desamor, fantasía, cosas raras.
—¿Cosas raras? —repitió, con un destello divertido en la mirada—. Me gustan las cosas raras.
—Eso dicen los que terminan atrapados en ellas —respondí, sin pensar.
Él rió suavemente. Su risa tenía algo extraño, como si vibrara dentro de mi cabeza más que en el aire.
—¿Y tu libro actual? ¿De qué trata?
—De… —me detuve. ¿Qué debía decirle? ¿Que escribí sobre un hombre que nació del fuego y la tinta? ¿Que ese hombre quizá existía ahora, de alguna forma?—. De alguien que no debería existir, pero lo hace.
—Suena… fascinante. —Apoyó la barbilla en su mano—. ¿Y ese alguien tiene nombre?
—Dorian —respondí, antes de poder evitarlo.
Su sonrisa se ensanchó apenas.
—Bonito nombre. Aunque… me gusta más Kael.
Mi corazón dio un salto.
—¿Qué?
—Kael —repitió él con naturalidad—. Es mi nombre.
No pude evitar reírme, nerviosa.
—¿En serio? —dije, intentando sonar ligera—. Uno de mis personajes se llama así. Espero que no seas tan malo como él.
Él me sostuvo la mirada.
—¿Malo? —susurró, con una expresión que no supe leer—. Supongo que depende de quién escriba la historia.
Por alguna razón, esas palabras me provocaron un escalofrío.
Aparté la vista, intentando retomar la compostura.
—Bueno, Kael, espero que tu historia sea más tranquila que la mía.
—No lo creo —dijo, en un tono bajo, casi confidencial—. La tranquilidad nunca ha sido lo mío.
Sus ojos brillaron con un reflejo dorado, casi imperceptible. Tan rápido que pensé que lo había imaginado.
Parpadeé, y él ya estaba de nuevo con esa expresión neutral, encantadora, inofensiva.
—¿Vives cerca? —preguntó, como si buscara prolongar la charla.
—Sí. A unas calles. Tengo un departamento pequeño, pero acogedor.
—¿Sola?
La pregunta me descolocó un poco.
—Sí, con mi mejor amiga, Lyra. —Intenté sonar despreocupada—. Es… algo protectora.
—Me imagino —murmuró él, con una sombra de sonrisa—. Debe preocuparse mucho por ti.
—Demasiado, a veces.
Un silencio corto se instaló entre nosotros.
Por alguna razón, sentía que hablar con él era… fácil. Pero al mismo tiempo, había una sensación profunda de culpa creciendo dentro de mí.
Como si cada palabra que decía, cada sonrisa que compartía, estuviera traicionando a alguien.
A alguien que no recordaba del todo, pero que mi corazón sí parecía reconocer.
—¿Estás bien? —preguntó él, inclinándose un poco—. Te pusiste pálida.
—Sí, es solo… un déjà vu. —Sonreí débilmente—. Siento que ya hemos tenido esta conversación antes.
Kael asintió lentamente.
—Quizá la tuvimos, en otro lugar… o en otra historia.
El tono en el que lo dijo me erizó la piel.
Por un instante, creí que el aire se había congelado entre nosotros.
Entonces su celular sonó, rompiendo el hechizo.
Miró la pantalla y suspiró.
—Debo irme. Pero… —se levantó despacio y dejó unas monedas sobre la mesa—. Me gustaría verte de nuevo, Melian.
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Editado: 18.10.2025