El amor que escribí

Capitulo 11

El sonido del reloj era lo único que llenaba el silencio. Cada tic resonaba en mi cabeza como un recordatorio: los hechizos no duran para siempre.

Habían pasado tres días desde el desmayo de Melian, tres días desde que lancé el conjuro de ocultamiento. Todo debía permanecer quieto, sellado, normal. Pero el aire mismo se había vuelto distinto. La magia se estaba resquebrajando… y lo peor era que no sabía si podría repararla.

A veces, de noche, escuchaba el eco de un susurro antiguo atravesando las paredes. Una voz que no era de este mundo.
Kael.

No necesitaba verlo para saber que estaba cerca. Ese nombre me pesaba en la mente como un mal presagio. No era la primera vez que una escritora traía algo del otro lado, pero esta vez había sido diferente. Lo que Melian había llamado con sus palabras no era solo un personaje: era una fuerza. Un fragmento del equilibrio.

Y yo lo había sentido. La noche que lo vio por primera vez, el aire vibró, el suelo tembló ligeramente y el cielo se tiñó de gris. La frontera entre los mundos se había debilitado.

“Si Dorian aún está vinculado a ella… Kael no podrá mantenerse sin romperlo todo”, pensé, recorriendo el pasillo del apartamento.

Melian dormía en su habitación, respirando con suavidad. Tenía ojeras, como si llevara días soñando con cosas que no quería recordar. Cada vez que se movía, el aire alrededor de su cama se ondulaba levemente, como si la realidad se adaptara a ella.

Me acerqué despacio, extendiendo la mano. Un leve calor brotó desde su pecho, una luz débil, casi imperceptible. El vínculo seguía ahí. Dorian seguía vivo… en alguna parte.

—No puedo protegerte de todo —susurré, apartándome.

Fui hasta mi estudio y abrí el grimorio antiguo que usaba para controlar las energías. Las páginas vibraron al tacto. Los sellos del ocultamiento estaban fallando. Uno de ellos, el más importante —el que debía sellar el paso entre los mundos— estaba casi completamente apagado.

Un golpe fuerte en la ventana me hizo girar. Afuera, entre las sombras del edificio de enfrente, vi una silueta. Una figura alta, encapuchada, observando.

El corazón se me aceleró. No era Kael.
Era algo peor.

Cerré el grimorio y apagué todas las luces, susurrando una plegaria para volver invisible el apartamento. Pero ya era tarde. Una chispa azul recorrió el aire: un sello de rastreo del Departamento de lo Oculto.

—Maldición… —dije entre dientes.

El Departamento no tardaría en llegar. Y si encontraban rastros de Kael o de Dorian, se llevarían a Melian sin pensarlo dos veces.

Tomé mi varilla mágica —una pieza de cuarzo rojo incrustada en plata— y tracé un círculo protector alrededor del apartamento. El suelo respondió con un leve brillo, pero no duró. La energía seguía desobedeciendo.

Entonces, escuché una voz detrás de mí.

—Vas a tener que explicar muchas cosas, Lyra.

Me giré en seco. Una figura apareció en la penumbra: cabello corto, gabardina oscura, mirada fría. Detective Serah Velin, de la División de Entidades Interdimensionales.

—Serah… —murmuré, intentando sonar calmada—. No sabía que el Departamento estaba enviando cazadores otra vez.

—No los enviaron —respondió ella, mostrando un dispositivo con una luz parpadeante—. Vine porque tu nombre apareció en una anomalía. Las energías del eclipse siguen activas, y alguien abrió una grieta en esta zona.

Guardé silencio.

Serah dio un paso más cerca, su sombra se alargó hasta mis pies.
—Tú sabes cómo funciona esto. Una grieta significa que algo pasó entre los mundos. Y yo huelo la magia de sangre en el aire.

Intenté mantener el control.
—Estás viendo fantasmas donde no los hay.

—No lo creo —replicó ella—. Porque hay otra cosa: una energía dual. Como si dos entidades estuvieran luchando por un mismo hilo de realidad.

Mi respiración se detuvo. Dorian y Kael.

Serah me observó unos segundos, luego bajó la voz:
—Lyra, dime la verdad. ¿Qué hiciste esta vez?

—Solo intenté protegerla —susurré, sin poder evitar que se me quebrara la voz—. No sabía que se rompería así.

Ella frunció el ceño.
—¿Proteger a quién?

Antes de que respondiera, el apartamento vibró con una ráfaga de viento. Las luces parpadearon. Desde la habitación de Melian, una luz azul se extendió por el pasillo. Corrí.

Melian dormía, pero su cuerpo estaba cubierto por un resplandor tenue. El aire a su alrededor se distorsionaba, como si el espacio intentara cerrarse sobre ella. Su libro, el manuscrito donde había escrito a Dorian, flotaba unos centímetros sobre la mesa.

Serah se quedó helada.
—Dioses… eso no es un simple hechizo.

—No te acerques —le advertí—. Está vinculado al otro lado.

El libro giraba lentamente, sus páginas pasaban solas, y una voz masculina —grave, distante— comenzó a resonar desde dentro.

> “El equilibrio no se mantiene con silencio. Se mantiene con elección.”

El suelo tembló. Los cristales del ventanal se agrietaron. Serah levantó su arma mágica, pero la detuve.

—¡Si disparas, la matarás!

De pronto, el resplandor se disipó. El libro cayó al suelo con un golpe seco. Todo quedó en calma.

Melian seguía dormida, pero una lágrima descendía por su mejilla.

Serah bajó el arma, respirando con dificultad.
—Eso no era una grieta cualquiera. Era una llamada.

—Lo sé —dije, arrodillándome junto a Melian—. Y no fue ella quien la hizo. Fue él.

—¿“Él”? ¿Quién?

—Kael. El enemigo de su historia. El que no debió existir.

Serah me miró como si acabara de decir una locura.
—¿Estás diciendo que un personaje… salió de un libro?

—No cualquier personaje —susurré—. Una entidad que nació de su dolor.

El silencio se hizo espeso. Serah guardó el arma y se cruzó de brazos.
—Tendré que informar al Departamento.

—Si lo haces, se la llevarán —dije, alzando la voz—. Y si la separan del vínculo, Dorian morirá… y con él, todo el equilibrio.




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