El amor que escribí

Capitulo 12

El silencio del otro lado no es realmente silencio. Es el sonido de todo lo que alguna vez fue… apagándose lentamente.

Así suena el olvido.

Estoy suspendido en un lugar que no tiene forma ni tiempo. No hay suelo bajo mis pies ni cielo sobre mi cabeza. Solo fragmentos flotando: recuerdos rotos, ecos de voces que me llamaron alguna vez. Entre ellos, su nombre —Melian— arde con una intensidad que me mantiene cuerdo.

Aunque cada día la escucho menos.

Cuando ella duerme, puedo sentirlo. Sus sueños rozan este lugar como olas perdidas en un mar sin orillas. Me llegan fragmentos: su respiración, el roce de sus dedos sobre el papel, la música tenue de su máquina de escribir.
Pero también siento algo más.
Una interferencia.
Una energía que no pertenece a ella… ni a mí.

Kael.

Su presencia es una mancha oscura que se extiende cada vez más. Al principio era solo un murmullo lejano, un suspiro de arrogancia en medio del fuego. Ahora, es una voz constante. Un veneno.

> —Ella me mira, Dorian.
—No la toques.
—No necesito hacerlo. Solo necesito que me escriba.

Su risa se esparce por el vacío como cristales rompiéndose.

Me esfuerzo por mantener el control. Pero el equilibrio se ha roto y este lugar —el mundo donde habitan las creaciones olvidadas— está desmoronándose. Las fronteras entre las historias se deshacen. Los personajes que alguna vez fui, los que Melian imaginó y luego borró, caminan ahora entre las sombras de mi mente.

Cada palabra que ella escribió sigue viva aquí.
Cada final que me impuso… también.

Camino entre ruinas de tinta y fuego. El suelo cambia de textura con cada paso: a veces piedra, a veces cristal, a veces nada. Mi cuerpo es apenas una sombra sostenida por su recuerdo. Sin ella, no existo.
Y eso lo sabe Kael.

> —Te está olvidando —susurra su voz, burlona, desde algún lugar detrás de mí.
—No lo haré fácil.
—¿Por qué resistirte? El olvido es libertad.

No le respondo.
Sigo caminando.

A lo lejos, un brillo dorado divide la oscuridad. La reconozco: es el lazo que nos une, el vínculo que Lyra trató de sellar. Una cuerda de energía viva que vibra entre este mundo y el suyo. Pero está debilitada.
Cada vez que Melian duda, se apaga un poco más.

La toco, y el dolor me atraviesa como fuego líquido.
Puedo ver destellos de su mundo: su cabello revuelto, sus dedos manchados de tinta, la cafetería donde escribe por las mañanas, la sonrisa fingida que usa para ocultar que algo le falta.
Y, de fondo, él.
Kael.

Caminando a su lado.
Hablándole con mi voz.

Aprieto los dientes.
—No, maldito… no te atrevas.

Intento proyectarme, atravesar el velo, pero el fuego del vínculo me quema. No puedo cruzar. No mientras ella crea que soy solo una historia.

Kael aparece frente a mí. No tiene cuerpo, solo una silueta hecha de humo rojo. Sus ojos, fríos, me miran con compasión fingida.

—Tú no entiendes tu papel, Dorian. Ella nos escribió a ambos. Nos dio vida… pero solo uno puede quedarse.

—No serás tú —le digo.

Él sonríe.
—Ya lo soy.

Con un gesto, lanza una corriente de energía negra hacia el vínculo. La cuerda dorada vibra, chilla, se retuerce.
Siento un dolor agudo en el pecho, como si mi corazón se rompiera en dos.

Del otro lado, puedo verla.
Melian se toca el pecho, confundida, como si algo invisible la llamara.
Sí… sí, escúchame, Melian. No me olvides.

Intento gritar, pero aquí los gritos no existen.
Solo pensamientos, solo energía.

Entonces Kael se acerca más.
—¿Sabes por qué ella me verá y no te verá a ti? —pregunta—. Porque yo no le prometí amor eterno. Le prometí poder.

—Ella no quiere poder —respondo, con voz rota—. Solo busca paz.

—¿Y tú se la diste?

No tengo respuesta.

Kael ríe, triunfante, y se desvanece en una lluvia de chispas oscuras.

Me quedo solo otra vez, ardiendo por dentro.
No sé cuánto tiempo pasa aquí —los segundos y los siglos son lo mismo—. Pero cada vez que cierro los ojos, vuelvo a verla. Y cada vez que los abro, siento que una parte de mí desaparece.

---

Hay lugares en este limbo donde las historias perdidas se entrecruzan. A veces, cuando el silencio se vuelve insoportable, camino hacia ellas.
Allí encuentro retazos de los mundos que Melian escribió antes de mí: paisajes congelados, ruinas de reinos donde sus héroes murieron, criaturas que se repiten una y otra vez con otros nombres.

Ellos me miran.
Me reconocen.
Y murmuran:
—Tú eras su favorito.

No lo digo en voz alta, pero lo sé: fui más que un personaje para ella.
Fui el intento de sanar algo.
El reflejo del amor que perdió.

Y por eso duele tanto.
Porque yo nací de su herida… y ahora soy quien la hiere.

---

A veces escucho la voz de Lyra en la distancia. Su magia vibra como un hilo tenso en el aire, intentando mantener el equilibrio.
—Aguanta, Dorian —susurra su eco—. Ella no debe recordar todavía.
Pero cada palabra suya me debilita.
No quiero ser un fantasma en la historia de otra persona.

Cierro los ojos y concentro mi energía. Si puedo proyectarme de nuevo, aunque sea por un instante, quizá logre advertirla.
El lazo dorado brilla.
Siento el calor del mundo de los vivos rozando mi piel.

Y entonces, lo escucho.
Su risa.
Melian.

Está en su cafetería. El sonido de las tazas, el aroma del café, la lluvia golpeando los cristales. Todo me llega en fragmentos. Ella habla con alguien. Un hombre.
Su voz es cálida. Familiar.

—Kael —susurra mi mente.

Me esfuerzo más. La energía me desgarra. Veo la escena como si la mirara a través del agua: ella sonriendo, él inclinándose hacia ella, diciéndole algo al oído. Ella se sonroja.
Y por un instante, siento que mi existencia se apaga.

Pero justo antes de que el dolor me consuma, escucho algo.
Ella ríe y dice:
—“Uno de mis personajes se llama así. Espero que no seas tan malo como él.”




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