El amor que escribí

Capitulo 13

El fuego que desafió al destino

(Punto de vista de Melian)

El sonido del café derramándose en el piso fue lo primero que escuché antes de entender lo que pasaba.

El segundo fue el miedo.

El hombre que estaba frente a mí no era el mismo que había conocido meses atrás. Su sonrisa —esa sonrisa que alguna vez me dio calma— ahora parecía tallada con rabia. Los ojos, antes tibios, eran fríos, como si dentro no quedara humanidad.

—¿Por qué me miras así, Melian? —preguntó, y su voz sonó ajena.

—Porque no eres tú… —susurré, sin entender de dónde salía mi propio temblor.

El aire olía a hierro y electricidad. Algo en la cafetería se rompía en silencio: las luces parpadearon, el reloj del muro se detuvo. El mundo se distorsionó alrededor de su figura, y por un instante vi detrás de él una sombra… Kael.

Su energía. Su sello.

Lo comprendí con un escalofrío que me recorrió el cuerpo entero.
Él lo estaba usando.
Mi ex no estaba ahí por casualidad. Era un instrumento.

—¿Qué estás haciendo aquí? —logré decir, retrocediendo.

—Vine a hablar —respondió, aunque su tono no pertenecía a él—. Pero tú siempre corres.

Sus dedos se crisparon, y en el reflejo del cristal vi fugazmente otra silueta superpuesta, más alta, más oscura, con ojos de fuego. Kael movía sus labios al mismo tiempo.

No tuve tiempo de gritar. La puerta se cerró sola con un golpe, y el aire se hizo espeso, imposible de respirar. Las sombras del lugar se alargaron, torciéndose como tentáculos. Las tazas estallaron una a una.

Corrí hacia la salida, pero una fuerza invisible me empujó contra la pared. El impacto me cortó la respiración.

—¿Vas a seguir huyendo, Melian? —dijo Kael con la voz de mi ex—. ¿O aceptarás al fin lo que te ofrezco?

—¿Qué demonios quieres de mí?

Él sonrió.
—Lo que siempre has querido dar. Palabras. Poder. Amor.

Y al pronunciar esa última palabra, la sombra detrás de sus ojos se movió. Kael estaba dentro, pero no solo en el cuerpo: en su mente. Era una posesión completa.

Un olor a ozono llenó el aire. Algo iba a romperse.

Mis manos temblaron mientras buscaba la llave mágica que Lyra me había dado “por si acaso”. Pero no la encontré. Solo el miedo.

Y en ese instante, un temblor recorrió el suelo.
Un eco… una vibración.
Como si algo —o alguien— estuviera forzando su entrada desde otro plano.

El reloj volvió a moverse, pero hacia atrás.

---

Del otro lado del velo, Dorian estaba haciendo lo imposible.

Yo no podía verlo, pero podía sentirlo.
Su energía quemaba mi piel desde adentro, como si su nombre me hubiera sido tatuado en el alma.
El aire se encendió. Las sombras se contrajeron.
Y en medio de esa distorsión, una voz atravesó el tiempo:

> —No temas, Melian.

Cerré los ojos.
Lo conocía.
Esa voz no era un recuerdo. Era presente.

El cuerpo de mi ex se estremeció. Kael gruñó desde su interior, su energía vibrando en el aire como un rugido.
—¡No puedes entrar sin invocación, Dorian! —su voz resonó en todas partes, incluso dentro de mi cabeza.

Y entonces, él llegó.

El fuego se materializó en el centro del local, ondulando como un remolino. Las brasas no quemaban; brillaban con un tono dorado imposible. Y de entre ellas, una figura emergió, primero sombra, luego luz, hasta tomar forma completa.

Dorian.

Sus ojos eran los mismos —dos abismos que contenían tormenta y ternura—, pero su cuerpo parecía hecho de energía pura.
Su presencia desafiaba las leyes mismas que lo habían creado.

—Te advertí —rugió Kael, usando la boca del hombre que amé y que ya no reconocía—. Rompes el equilibrio.

—No me importa —respondió Dorian, con una calma peligrosa—. No mientras ella esté en peligro.

El aire explotó.
Dos fuerzas se enfrentaron: fuego dorado contra sombra líquida.
El mundo tembló.

El vidrio de las ventanas se fragmentó en mil piezas suspendidas en el aire, flotando como cristales de luz. Las luces estallaron, y la realidad pareció doblarse sobre sí misma.
Yo caí al suelo, sin poder apartar la vista de ellos.

Kael, usando a mi ex, lanzó una ráfaga oscura que atravesó el suelo y partió una mesa en dos.
Dorian bloqueó con su brazo, y las brasas se transformaron en un escudo ardiente.
El impacto fue ensordecedor.

> —Ella no es tuya, Dorian —bramó Kael.
—Tampoco tuya —respondió él, avanzando entre el fuego—. Ella es libre.

El cuerpo del humano cayó de rodillas, convulsionando bajo la presión de ambas energías. Yo corrí hacia él, pero una onda de choque me arrojó hacia atrás.
Mis oídos zumbaban, mis ojos ardían.
Era demasiado.

Y aun así, entre el caos, escuché mi propio nombre en su voz.

—Melian, mírame.

Lo hice.
Y todo se detuvo.

El tiempo, la luz, el sonido.
Solo su mirada sostenía la mía.

—No debía venir —susurró—. Pero no soporté verte sufrir.

Una lágrima cayó desde mis pestañas. No sabía si por miedo o por amor.

Kael rugió dentro del cuerpo del hombre que lo albergaba, desgarrando su garganta. La sombra se expandió, tomando forma física detrás de él, un espectro con alas rotas y ojos vacíos.
—¿Crees que puedes salvarla rompiendo las reglas? —gritó—. ¡Entonces arderás con ella!

La oscuridad se lanzó hacia nosotros.

Dorian reaccionó sin pensar: me empujó detrás de él y extendió los brazos.
Un círculo de fuego dorado brotó del suelo, protegiéndonos.
La oscuridad impactó contra la barrera, pero esta vez, el fuego no retrocedió.
Se alimentó de mi miedo, de su amor, del vínculo que nunca se rompió.

La cafetería se convirtió en un campo de batalla de energía pura. Los vasos flotaban, el aire rugía. Afuera, el cielo se ennegreció, y una tormenta comenzó a caer con furia.

Yo apenas podía respirar.
Mi cuerpo era un nudo de adrenalina y asombro.
Pero en medio de todo, vi el rostro de Dorian —hermoso, cansado, casi humano— mirándome como si fuera la única constante en el caos.




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