El amor que escribí

Capitulo 14

El eco del fuego

(Punto de vista de Lyra)

El amanecer llegó teñido de rojo.
No el rojo del sol, sino el del desequilibrio.
El cielo ardía con grietas de luz que cruzaban el horizonte como cicatrices, y el aire olía a metal, como si el mundo se estuviera oxidando por dentro.

Había pasado toda la noche reparando el hechizo de ocultamiento.
Pero nada funcionaba.

Cada vez que intentaba estabilizar la energía del entorno, el fuego dorado aparecía de nuevo, expandiéndose como una raíz viva. La marca de Dorian seguía allí… y ahora no solo en Melian, sino en todo lo que la rodeaba.

Ella dormía sobre el sofá, envuelta en una manta. Su respiración era tranquila, pero el resplandor en su pecho seguía latiendo al compás de algo que no pertenecía a este plano.
Dorian había roto la frontera.
Y con eso, las leyes antiguas se habían torcido.

Apreté los dientes.
—Maldición, Dorian… ¿qué hiciste?

El cuaderno sobre la mesa se movió por sí solo.
Las páginas se abrieron en blanco, y líneas doradas comenzaron a escribirse con tinta viva:

> “El fuego eligió quedarse.”

Sentí un escalofrío recorrerme.
No era un simple hechizo. Era una declaración. Una advertencia.

Fui hasta la ventana. Desde aquí, podía ver los drones del Departamento del Oculto sobrevolando los tejados. Eran pequeños, casi invisibles a simple vista, pero yo conocía su zumbido. Estaban rastreando energía alterada.

Y no tardarían en encontrarla.

Me giré hacia Melian.
Sus labios se movieron, como si hablara en sueños.
Me acerqué, tomé su mano. Estaba caliente, demasiado.

—Lyra… —susurró—. Él… me habló.

El fuego dentro de su pecho brilló más fuerte, como si respondiera a sus palabras.

—Melian, escúchame —dije en voz baja—. Tienes que descansar. Todo está bien, ¿de acuerdo?

—No… —abrió los ojos, vidriosos—. Él no se ha ido.

Y al decirlo, la lámpara estalló.
La energía dorada se expandió desde su cuerpo, proyectando sombras en las paredes que se movían con vida propia.
Mis sellos se deshicieron al instante.

—¡No, no, no! —extendí las manos e invoqué la contención—. Sigillum averti!

Las runas del suelo se encendieron, pero el fuego las absorbió como si fueran papel.
No era magia mortal. Era el eco del alma de Dorian latiendo dentro de ella.

Melian gritó, arqueando la espalda. El fuego dorado salió de su pecho en espirales, llenando la habitación de un resplandor insoportable. Y en medio de ese estallido, una figura se formó… un destello humanoide, sin rostro, hecho de pura energía.

El residuo de Dorian.
Una proyección, una sombra consciente.

—Lyra… —la voz era apenas un eco—. Ella… me llamó.

—¡Basta! —grité—. ¡Ya hiciste suficiente daño!

Pero él no me escuchó.
Se inclinó sobre ella, tocando su frente con la suya.
Y entonces, ambos respiraron al unísono.

La energía se estabilizó por un instante, luego se contrajo.
Yo lo sentí.
Una transferencia.

Dorian estaba dejando algo en ella. Un fragmento de su esencia, tal vez su fuego, su conciencia.

Me lancé hacia adelante, pero era tarde.
La conexión se cerró con un estallido.
Cuando abrí los ojos, el fuego había desaparecido… y con él, la figura de Dorian.

Melian respiraba con dificultad, pero ya no brillaba.
Solo quedaba el silencio.

Me dejé caer de rodillas junto a ella, el corazón golpeándome el pecho.
—Por los siete sellos… ¿qué te hizo, Dorian?

---

El resto del día fue una sucesión de susurros y presentimientos.
Sellé el apartamento por completo.
Apagué todos los rastros mágicos.
Pero el fuego persistía, en lo invisible, como un perfume que no se borra.

Melian se despertó al caer la tarde.
Se sentó en el sofá, desorientada.

—¿Cuánto dormí? —preguntó.

—Unas doce horas —le mentí.

—Tuve un sueño raro.

Tragué saliva.
—¿Sobre qué?

—Él —dijo, mirando sus manos—. Pero no como antes. Era distinto. No me hablaba… me sentía.

El aire pareció detenerse.
Su tono no tenía miedo, sino algo más profundo: nostalgia.

Me acerqué despacio.
—Mel, hay cosas que no puedes recordar. Cosas que el hechizo selló por tu propio bien.

—Entonces, ¿por qué siento que mientes cada vez que hablas de él? —sus ojos se clavaron en los míos, oscuros, intensos—. ¿Por qué duele tanto un nombre que no recuerdo?

No supe qué responder.
Solo me quedé allí, observando cómo la luz del atardecer la envolvía.

El fuego dormía dentro de ella.
Pero no apagado.
Esperando.

---

Esa noche, salí a buscar respuestas.
El Departamento estaba en alerta.
El cielo sobre la ciudad se partía en líneas luminosas, grietas de energía entre planos.
Los portales espontáneos comenzaban a formarse en los límites del distrito.
Y en todos los informes que intercepté, el mismo nombre aparecía subrayado una y otra vez:

“Entidad Fuego Dorado — Riesgo Nivel Prohibido.”

Dorian.

Él se había convertido en un desequilibrio viviente.
Y lo peor… era que su esencia ya no estaba en el otro plano.
Estaba dentro de ella.

Volví al departamento con el alma en un hilo.
Cuando crucé la puerta, la encontré escribiendo.

El sonido de las teclas llenaba el silencio como una melodía familiar.
Pero lo que vi en la pantalla me dejó sin aire:

> “El fuego no muere. Solo cambia de forma. Y esta vez, eligió habitar en mí.”

Me quedé inmóvil.
Ella levantó la vista y sonrió, ajena al horror en mi rostro.
—No sé por qué, pero las palabras fluyen solas —dijo—. Como si alguien me las dictara.

Me acerqué lentamente, casi temiendo tocarla.
—Melian… ¿qué estás escribiendo?

—Una historia. Sobre un hombre que desafió a los dioses por amor.

La pantalla parpadeó.
Por un instante, detrás de las palabras apareció una silueta dorada.
Unos ojos que me miraron directamente.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.