El amor que escribí

Capitulo 15

Lo que arde en silencio

(Punto de vista de Melian)

El sonido del teclado fue lo primero que escuché al despertar.
Pero no estaba escribiendo.
Las teclas se movían solas.

Mi computadora estaba encendida, la pantalla brillaba en un tono dorado, y en ella se escribía una frase que me heló la sangre:

> “Él volverá por lo que dejó en ti.”

Cerré la laptop de golpe, con el corazón a mil.
El cuarto estaba oscuro, excepto por esa luz tenue que parecía salir de mi pecho.
Respiré hondo. Otra vez.
Lyra no estaba.

Me levanté y me miré en el espejo del pasillo.
Por un instante, vi algo que no era mío reflejado en mis ojos: un brillo dorado, un fuego vivo, latiendo detrás de las pupilas.

Toqué el espejo.
El reflejo parpadeó.
Y durante un segundo, vi a Dorian.

Su silueta, difusa, casi transparente.
Sus ojos —esos ojos imposibles— mirándome con algo entre tristeza y deseo.

—No estás aquí… —murmuré.

Pero él sonrió.
Y la voz vino desde dentro de mí.

> “Siempre lo estuve.”

El suelo tembló bajo mis pies.

Me aparté, jadeando.
No sabía si estaba soñando o si me estaba volviendo loca.
Desde aquella noche —la noche del fuego— no había vuelto a sentirme la misma.
El aire me pesaba distinto.
El tiempo… era raro.
A veces los segundos se estiraban. A veces desaparecían.

Y lo peor era que, en medio del miedo, había algo más.
Una sensación que no quería admitir.

Lo extrañaba.

Aunque no recordara completamente quién era él.
Aunque Lyra insistiera en que era peligroso.
Mi cuerpo, mis sueños, mi fuego lo recordaban.

---

El reloj marcaba las tres de la madrugada cuando salí al balcón.
El cielo parecía un lienzo desgarrado.
Luces doradas y rojas cruzaban las nubes, como si la atmósfera se estuviera rompiendo.

Sentí una punzada en el pecho.
El fuego dentro de mí latía con fuerza, respondiendo a algo.

> “Ven…”

Era una voz lejana, apenas un susurro en el viento.
Pero me llamó por mi nombre.

> “Melian…”

—¿Quién… quién eres? —pregunté, mirando hacia el cielo.

> “El fuego no muere. Solo regresa a casa.”

Las luces del vecindario comenzaron a parpadear.
Las sombras se movieron.
Y durante unos segundos, el aire se llenó de cenizas doradas.

El fuego dentro de mí respondió.
Un resplandor salió de mi piel, envolviéndome.
No dolía.
Era como si respirara por primera vez.

Y entonces lo sentí: él estaba al otro lado de esa luz.
Dorian.

Su presencia no era humana. Era antigua, cálida, inmensa.
Y al tocarla con la mente, una oleada de recuerdos que no recordaba me atravesó:
Él tomándome la mano bajo un cielo partido, diciéndome que el fuego era un castigo y una promesa.
Él jurando que me encontraría, sin importar el precio.

Y ahora lo había hecho.

La energía me soltó de golpe.
Caí de rodillas, temblando.
El fuego se replegó, dejando un calor que me quemaba por dentro.

Cuando abrí los ojos, Lyra estaba frente a mí, con el rostro pálido y el cabello revuelto.

—¡Por los sellos, Melian! —gritó, corriendo hacia mí—. ¡Te dije que no podías exponerte!

—Él me habló —susurré—. Lo sentí, Lyra.

Ella se detuvo.
Su mirada cambió, mezcla de miedo y desesperación.

—Eso no fue él. Fue lo que queda de él dentro de ti. No lo escuches.

—No puedo ignorarlo —dije, con lágrimas en los ojos—. Es como si me necesitara.

—No, Mel —su voz se quebró—. Es al revés. Tú lo estás trayendo de vuelta.

Sus palabras me perforaron.
Dio un paso más cerca, poniéndome las manos en los hombros.

—Dorian rompió el equilibrio. El fuego que te dejó está alterando todo. Si sigues conectando con él, no habrá vuelta atrás.

—¿Y si ya no hay vuelta atrás? —pregunté con un hilo de voz.

Lyra cerró los ojos, sin respuesta.

El silencio nos envolvió.
Solo el viento y el eco del fuego entre nosotras.

---

Los días siguientes fueron una mezcla de insomnio y lucidez.
Cada vez que cerraba los ojos, escribía.
No sabía cómo. Las palabras simplemente aparecían.

Y lo peor era que todo lo que escribía sucedía.

Escribí sobre una lluvia dorada que cubría la ciudad.
Al día siguiente, el cielo amaneció con polvo brillante cayendo como nieve.

Escribí sobre un gato negro que me observaba desde el tejado.
Horas después, lo encontré en el balcón, mirándome con ojos dorados.

Era como si mi mente estuviera reescribiendo la realidad.

Y entre cada línea, un nombre se repetía sin que pudiera evitarlo: Dorian.

Lyra intentaba ocultarlo todo, borrar mis textos, sellar los espacios donde la energía se filtraba.
Pero yo sabía que tenía miedo.
Miedo de lo que me estaba convirtiendo.

Una noche, mientras ella dormía en el sofá, abrí mi cuaderno y escribí:

> “Quiero verlo una última vez.”

El fuego respondió al instante.
La tinta se volvió dorada.
Y el aire se rompió frente a mí.

Un portal, diminuto, como un ojo que se abre entre dimensiones.
Del otro lado, oscuridad y destellos.
Y una voz.

> “Melian.”

Me temblaron las manos.
—Dorian…

> “No debí dejarte sola.”

Su voz era fuego, pero también consuelo.
No podía verlo con claridad, pero lo sentía tan real que dolía.

—Me estás matando —susurré—. Todo esto… el fuego, las visiones…

> “Te estoy despertando.”

Un brillo dorado me envolvió.
La habitación desapareció.
Y por un instante, estuve entre dos mundos.

A un lado, la ciudad humana.
Al otro, un reino de fuego suspendido en la nada.
Y al centro, él.

Dorian.

Su figura estaba agrietada, como si su piel fuera vidrio y el fuego saliera por dentro.
Pero su mirada seguía siendo la misma.
Y cuando extendió la mano hacia mí, sentí que todo lo demás dejaba de importar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.