El amor que escribí

Capitulo 19

Capítulo 19 – “El despertar de las sombras escritas”

El aire estaba denso, cargado de un olor a ceniza y tinta quemada.
El departamento ya no era mi hogar; era un campo de batalla intangible. Cada pared parecía vibrar con palabras no pronunciadas, con las historias que había escrito y que ahora cobraban vida, manipuladas por Kael.

Me aferré a la mesa, respirando con dificultad. La ventana estaba rota, los cristales brillaban con reflejos que no tenían origen: luces que parecían latidos de algo vivo, pulsando con un ritmo que me helaba la sangre.

—No… —susurré, mi voz temblando—. Esto… no puede ser real.

Y sin embargo, lo era.

Desde las páginas de mi cuaderno abierto, surgieron figuras: bestias oscuras, híbridos imposibles entre lo que había imaginado y lo que Kael había retorcido. Una criatura de alas membranosas y ojos líquidos se deslizó por la pared, como un murciélago que devoraba la luz. Otra, un lobo con tentáculos en lugar de patas, avanzaba arrastrando su sombra sobre el suelo como tinta viva. Cada movimiento resonaba en mi pecho como un tambor de guerra.

Mi corazón latía desbocado. Sentía la presencia de Dorian cerca, aunque no podía verlo. Su energía humana se mezclaba con la mía, y el vínculo dorado palpitaba en mi pecho con fuerza peligrosa. Su calor estaba allí, un recordatorio de que no estaba sola, y aún así, me sentía atrapada en un infierno que había creado con mis propias manos.

—¡Melian! —su voz retumbó en mi mente, como un susurro ardiente—. ¡Resiste!

Era Dorian. Él sentía todo: mi miedo, el fuego que despertaba, la presión de las criaturas y el control de Kael. Y yo podía sentir su frustración, su desesperación contenida, como si cada latido suyo fuera un clavo más en la pared de mi cordura.

Pero Kael no me dejaba tiempo para respirar.

—Siempre tan predecible —susurró, su voz resonando por el aire, un eco que parecía flotar dentro de mi cabeza—. Crees que tus palabras son tuyas, Melian, pero yo las domino.

Una columna de humo negro se materializó frente a mí y de ella emergió la figura que más temía: el ex de Dorian… o mejor dicho, la copia imperfecta que Kael había construido con fragmentos de mi imaginación y recuerdos torcidos. Su sonrisa era siniestra, y sus ojos brillaban con un hambre que no había conocido antes.

—¡No…! —grité, retrocediendo—. Esto no es él.

Pero Kael lo había escrito con mis manos. Cada trazo de tinta era un hilo que lo mantenía vivo, y ahora me enfrentaba a él como si fuera un monstruo real.

Intenté correr, pero mis pies tropezaban con la alfombra que parecía viva, que intentaba atraparme. Cada criatura que había surgido de mi cuaderno parecía responder a Kael como si fuera su maestro, atacando con precisión quirúrgica. Las paredes del departamento se retorcían, los muebles se deformaban y se deshacían en humo negro.

Mi respiración era irregular, y la marca dorada en mi pecho palpitaba con fuerza. Dorian estaba ahí, lo sentía, pero Kael había bloqueado el puente entre nosotros. No podía tocarlo, no podía sentirlo plenamente. Y eso me dolía más que cualquier criatura que atacara.

—Melian —la voz de Dorian, urgente, dentro de mi cabeza—. Recuerda lo que soy. Recuerda quién soy. No dejes que Kael te manipule.

Suspiré, intentando enfocar mi mente. Tomé el cuaderno entre mis manos, pero la tinta se movía por sí sola, reescribiendo mis palabras, cambiando los destinos que yo había imaginado. Una frase que yo había escrito para un final feliz se torció, convirtiéndose en un conjuro oscuro que obligaba a las criaturas a acercarse.

—¡No! —grité, golpeando el cuaderno contra la mesa.

Una de las criaturas, un híbrido de serpiente y cuervo, giró hacia mí con un graznido que me heló la sangre. Sus ojos eran espejos rotos, reflejando mis propios miedos. La sentí avanzar hacia mí, y un impulso de supervivencia me hizo lanzar un hechizo improvisado, aunque dudaba de su efectividad.

—Ignis! —exclamé, y un destello de fuego azul surgió de mis manos, incinerando parte de la criatura.
—¡Eso no te servirá por mucho tiempo! —la voz de Kael flotó sobre mí, burlona—. Cada ser que creas, cada palabra que escribes, me pertenece.

El fuego se expandió, pero otra criatura surgió del cuaderno antes de que el humo se disipara. Un centauro con cabeza de león y garras de escorpión se abalanzó, sus patas golpeando el suelo y creando grietas que atravesaban todo el departamento. La ventana estalló y un viento helado se coló, mezclándose con el olor a tinta quemada.

Y entonces lo sentí.
Dorian estaba allí, en algún lugar. Su energía brillaba dorada, intentando atravesar la barrera que Kael había levantado. El vínculo palpitaba con fuerza, conectando nuestras emociones, nuestras respiraciones y nuestros miedos. Era un fuego que no podía controlar.

—Melian —susurró Dorian, su voz suave pero firme—. Siente mi mano. Recuerda. Recuerda nuestro fuego.

Cerré los ojos, respirando hondo, y por un instante, todo se volvió silencioso. Pude sentirlo, su calor atravesando la distancia que Kael había impuesto. Y por un segundo, todas las criaturas vacilaron, como si sintieran que su maestro había perdido el control.

Mi corazón latió más rápido, y sin pensar, lo llamé.

—¡Dorian!

La energía que surgió fue instantánea. Una onda dorada se expandió desde mi pecho, arrastrando a las criaturas hacia atrás. El cuaderno tembló, y las palabras escritas se retorcieron, como si intentaran escapar de su propio destino.

Dorian apareció frente a mí, materializándose del otro lado del vínculo. Sus ojos eran fuego líquido, y su presencia llenó la habitación, desplazando a Kael.

—Lo lograste —susurró, y por un instante, sus labios rozaron los míos.

El mundo se detuvo. El caos se apagó por un segundo. Solo estábamos nosotros. Sus manos sobre mi rostro, la mía sobre su pecho, sintiendo el calor y la energía que todavía nos unía. Era íntimo, apasionado, un instante de humanidad en medio del desastre.




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