El amor que escribí

Capitulo 22

🌙 Capítulo 22 – “Cenizas y Promesas”

(Punto de vista de Melian)

Desperté entre el olor a lluvia y humo.
El suelo bajo mi cuerpo seguía caliente, como si el fuego no quisiera apagarse del todo.
Por un momento, no supe si estaba viva o soñando, si la batalla había terminado o si seguía dentro de una de mis historias.

El cielo, o lo que quedaba de él, se extendía como una grieta luminosa. Fragmentos flotaban suspendidos, y entre ellos se veían sombras moviéndose como restos de un sueño que se resiste a morir.

Me incorporé lentamente.
Dorian estaba a unos metros, tendido boca arriba, la piel cubierta de quemaduras doradas que palpitaban como si fueran runas vivas.

—Dorian… —susurré, arrastrándome hasta él.

No respondía.
Su pecho subía y bajaba apenas, y la marca en su clavícula —esa espiral de fuego que nos unía— estaba casi apagada.

Sentí el miedo como una lanza en el estómago.
—No, no, no. No otra vez… —murmuré, tomando su rostro con las manos.

El calor de su piel me quemaba las palmas, pero no solté.
El fuego que compartíamos aún latía dentro de mí.
Podía sentirlo, débil, buscando regresar a su fuente.

Cerré los ojos.
Recordé la sensación de su energía, la fuerza con la que me salvó, la manera en que su fuego había respondido al mío.
Y entonces lo llamé.

—Vuelve a mí, Dorian.

El aire se estremeció.
Una corriente de energía me atravesó el cuerpo, uniendo cada fibra de mi ser a la suya.
El fuego renació, suave primero, luego más fuerte, ardiendo entre nuestras manos unidas.

Dorian inhaló bruscamente, abriendo los ojos.
Fuego líquido se reflejaba en sus pupilas.

—Melian… —jadeó—. ¿Qué hiciste?

Sonreí entre lágrimas.
—Lo mismo que tú hiciste por mí.

Él intentó incorporarse, pero su cuerpo tembló.
Lo ayudé a recostarse, y por un instante quedamos tan cerca que pude sentir cómo su respiración se mezclaba con la mía.

—No debiste hacerlo —murmuró—. Cada vez que compartes el fuego, te consume un poco más.

—Entonces que me consuma —le respondí con una sonrisa triste—. Ya estoy cansada de tener miedo.

Sus ojos se suavizaron.
—No sabes lo que dices…

—Claro que lo sé. Dorian, si este fuego me mata, al menos sabré que viví algo que no estaba escrito. Algo mío.

Él se quedó en silencio.
Y por primera vez, no discutió.

Nos refugiamos bajo una cúpula de cristal fracturado. Afuera, el mundo seguía desmoronándose lentamente, pero dentro de ese pequeño espacio, el fuego se había vuelto cálido, protector.

Dorian miraba el horizonte roto.
Su expresión era grave, pero sus manos jugaban distraídas con las mías.

—Kael no murió —dijo finalmente.

Lo miré, sorprendida.
—Pero… lo vi desaparecer.

—Desaparecer, sí. Morir, no. —Su voz era tensa—. Es parte de la tinta. No se destruye, se dispersa. Y cuando la oscuridad encuentre un nuevo cuerpo… volverá.

Sentí un escalofrío recorrerme.
—¿Entonces todo esto fue en vano?

—No —respondió, alzando la mirada hacia mí—. Porque esta vez, no estamos solos.

Nuestras marcas brillaron al mismo tiempo.
Un destello dorado recorrió el aire, y por un segundo, el silencio volvió a ser paz.

—¿Qué es exactamente este vínculo? —pregunté en voz baja—. Ya no se siente solo como magia. Es… algo más.

Dorian dudó antes de responder.
—Es el eco del fuego original. La energía que dio forma a todos los mundos.
—¿Y tú? —susurré—. ¿Qué eres, realmente?

Su sonrisa fue triste, casi humana.
—Alguien que ya no pertenece a ninguno de ellos.

El silencio entre nosotros se llenó de una tensión que no era solo miedo.
Había algo más, más profundo.
Deseo.
Culpa.
Y esa extraña calma que llega después de sobrevivir al fin del mundo.

Me acerqué sin pensarlo.
Él alzó la mirada, y su fuego interno se reflejó en mis ojos.
Por un instante, todo el caos alrededor pareció desvanecerse.

—Melian —susurró, como si pronunciar mi nombre fuera peligroso.

—No hables —le pedí.

Mis labios encontraron los suyos, y el fuego volvió a despertarse.
No fue un beso suave. Fue un grito contenido, un refugio desesperado.
Su cuerpo, aunque herido, respondió con la fuerza de siglos reprimidos.

El fuego dorado nos envolvió.
No nos quemaba, nos reconocía.
Su piel ardía bajo mis dedos, y mi respiración se volvió temblorosa.

Por primera vez, no había culpa, ni reglas, ni dioses observando.
Solo nosotros.
Dos almas fuera del equilibrio, ardiendo una en la otra.

Cuando nos separamos, exhaustos, él apoyó su frente en la mía.
—Si los cielos nos condenan por esto… —dijo entre suspiros.

—Entonces que ardan también —susurré, sonriendo.

Horas después, la calma se rompió.
Una vibración profunda sacudió la tierra.
Dorian se puso de pie con dificultad, mirando al horizonte.

El cielo se había abierto otra vez.
Un resplandor oscuro, más denso que antes, se expandía lentamente.
De entre la grieta, surgían figuras que no reconocí.

Criaturas hechas de pura escritura: letras vivas, signos girando en espirales imposibles.
Mis palabras.
Mis historias.

—No puede ser… —dije, horrorizada—. Yo las inventé.

—Kael las reescribió —explicó Dorian, apretando los puños—. Les dio forma real con la tinta. Y ahora te está usando a ti como puerta.

Un chillido agudo rasgó el aire.
Una de las criaturas —una mujer con alas de papel rasgado y ojos vacíos— se lanzó hacia nosotros.

Dorian reaccionó primero, alzando su mano.
El fuego estalló en una llamarada inmensa, incinerando a la criatura.
Pero otras diez aparecieron.

El aire olía a tinta, a ceniza, a desesperación.

—No puedo controlarlas —dije, sintiendo cómo el fuego en mi interior se agitaba, respondiendo a su presencia.




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