El amor que escribí

Capitulo 23

🌑 Capítulo 23 – “Entre el fuego y la sombra”

(Punto de vista de Dorian)

El fuego aún no se apagaba.
Ni en el cielo ni dentro de mí.

Todo el horizonte seguía ardiendo, pero era un fuego extraño… silencioso. No quemaba la materia, sino la memoria. Todo lo que había sido destruido por Kael ahora se reescribía en formas nuevas, imperfectas.
Y en el centro de ese renacimiento, yacía ella.

Melian.

Su cuerpo descansaba sobre la tierra, rodeado por un círculo de luz dorada. Su respiración era casi imperceptible, su piel tenía el brillo translúcido de la tinta viva.

Me arrodillé junto a ella, tocando su rostro con cuidado.
Estaba tibia, pero no por fiebre… sino por el fuego que seguía dentro de su alma.

—Melian… —susurré, apretando los dientes—. No me dejes ahora, ¿me oyes?

La luz alrededor de ella palpitó, como si respondiera a mi voz, pero enseguida volvió a apagarse.

Mi pecho ardía.
No era dolor físico, era algo peor: el fuego de vínculo, intentando arrastrarme hacia ella.
Si se apagaba, yo también desaparecería.

Por un momento lo pensé.
Solo… dejarme ir con ella.
Ser consumido por la llama que creamos juntos.
Pero entonces escuché el eco del equilibrio, una voz lejana y antigua dentro de mi mente.

“Si la llama se apaga fuera del ciclo, el universo caerá en tinieblas. La conexión debe restaurarse, o ambos serán borrados.”

No.
No permitiría que el universo decidiera por nosotros.

Apreté los puños.
El fuego en mis venas respondió, ascendiendo por mis brazos en filamentos dorados.
Sabía que estaba prohibido hacer lo que iba a hacer. Sabía que cada átomo de mi ser iba a pagar por ello.
Pero ella había reescrito el mundo por mí.
Y yo haría lo mismo por ella.

—Si el equilibrio no puede sostenerla, entonces que caiga el equilibrio.

Deslicé mis manos sobre su pecho, justo donde la marca del fuego latía, y susurré la antigua invocación:

Ancaris vi’thar, lumen vitae, cor vinculum.

El fuego respondió.
Una ola de energía me atravesó el cuerpo, y todo el entorno se desintegró en un torbellino de luz y sombra.

Por un instante, sentí que estaba dentro de ella.
Dentro de su mente.

Y entonces lo vi.

Un paisaje infinito de hojas flotando, palabras escritas en el aire, mundos formándose y destruyéndose en un ciclo sin fin.
Melian estaba allí, en medio de todo, rodeada por las criaturas que había creado, y por las sombras de Kael, que aún intentaban tomar control.

—Melian… —llamé, avanzando entre los fragmentos—. Estoy aquí.

Ella giró lentamente.
Su mirada era vacía, pero una chispa de reconocimiento cruzó sus ojos.
—Dorian… —susurró—. No deberías estar aquí.

—No podía quedarme afuera —respondí—. Me perdiste una vez, no dejaré que ocurra de nuevo.

—Si te quedas… el fuego te destruirá. Este no es un lugar para ti.

Me acerqué, ignorando el ardor que me atravesaba cada paso.
El suelo estaba hecho de recuerdos suyos: sus escritos, sus miedos, sus sueños.
Podía ver el primer poema que escribió, el momento en que aprendió a amar, la noche en que lloró frente a la luna. Todo lo que era Melian se desplegaba ante mí, vulnerable y hermoso.

—Entonces que me destruya —dije, tomándola del rostro—. Pero no voy a dejarte sola en tu propio infierno.

Las sombras alrededor comenzaron a moverse.
Kael estaba allí.
O lo que quedaba de él.
Su figura se formaba con tinta negra, su voz sonaba como mil ecos.

—Oh, Dorian… siempre tan trágico. —Su sonrisa era cruel—. Ella pertenece a su creación. Tú solo eres un remanente de fuego.

Me puse frente a ella.
—Tú la usaste. La manipulaste. Y ahora intentas fundirte con lo que creó.

Kael rio.
—Eso es el equilibrio, fuego. Todo lo que nace debe regresar a su fuente. Ella escribió mi nombre. Me hizo real. No puedes borrar eso.

—Entonces lo reescribiremos —dije, girándome hacia Melian—. Hazlo, Mel. No lo destruyas, cámbialo.

Ella tembló.
—No puedo…

—Sí puedes —le insistí—. Todo lo que él es proviene de ti. Sus palabras nacieron de tu mente. Así que solo tú puedes decidir cómo termina su historia.

Las sombras se abalanzaron sobre nosotros.
Las criaturas de Kael, hechas de letras retorcidas, se aferraban a mi piel, intentando arrancarme el fuego.
Grité, pero no solté a Melian.

Ella cerró los ojos.
Y en voz baja, comenzó a escribir.

Su voz era un canto:
—“Kael, sombra del vacío, regresa al silencio del que naciste. Sé eco, no dueño. Sé polvo, no dios.”

Las sombras se estremecieron.
La figura de Kael comenzó a fracturarse, su forma deshaciéndose en fragmentos de tinta que se disolvían en el aire.

—No puedes— rugió— ¡no puedes borrar al autor del fuego!

Melian abrió los ojos.
Y por primera vez, vi algo en ella que me heló la sangre: poder absoluto.

—No te borro, Kael. Solo te convierto en lo que debiste ser: un final.

La explosión de luz fue devastadora.
Las sombras desaparecieron.
Todo el mundo interior se quebró como un espejo, y de pronto, todo se volvió blanco.

Desperté con un jadeo.
El fuego aún ardía en mis manos.
Melian estaba sobre mi regazo, su cuerpo débil, pero vivo.

Sus ojos se abrieron lentamente, y una sonrisa cansada se dibujó en sus labios.
—¿Lo logramos?

—Sí… —respondí, respirando con dificultad—. Pero no sin pagar un precio.

Miró a su alrededor.
El cielo era distinto ahora.
No azul, sino un tono dorado pálido, como si el fuego y la tinta hubieran hecho las paces.

—¿Dónde estamos? —preguntó.

—Entre mundos —le dije—. Lo que reescribiste creó un espacio nuevo. No es el viejo mundo, ni el de Kael. Es… el nuestro.

Ella se incorporó, observando el horizonte infinito.
El suelo era una mezcla de tierra y escritura, de flores que nacían de palabras.
Era hermoso.




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