Capítulo 25 – Bajo un cielo que respira
El nuevo mundo no tenía horizonte.
Todo parecía suspendido entre la niebla y la memoria. Había fragmentos de la ciudad de Melian flotando como islas: una farola encendida, una banca rota, un trozo de calle cubierta de flores que no existían en la Tierra. El aire se movía con un pulso, como si respirara con ellos.
Melian sintió su pecho latir al mismo ritmo del suelo. A cada paso, el paisaje cambiaba. Lo que pensaba se manifestaba por un segundo y se desvanecía después, como si el mundo la escuchara, pero no la obedeciera.
—¿Dónde estamos? —preguntó en un susurro, con la voz quebrada.
Dorian avanzaba a su lado, su silueta recortada contra la niebla azulada.
Su piel brillaba con filamentos dorados; su energía estaba desbordada.
Había roto las leyes para llegar a ella… y ahora el precio se sentía en el aire.
—Entre lo que escribes y lo que temes —respondió con voz grave—. Un reflejo de tu mente. Este lugar existe porque tú lo imaginaste. Pero ahora… ya no te pertenece del todo.
Melian frunció el ceño, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda.
—¿Y a quién le pertenece entonces?
Él no respondió. Solo giró el rostro, con la mirada perdida entre las sombras danzantes.
A lo lejos, se oía un murmullo… como si cientos de voces susurraran su nombre.
Melian. Melian. Melian.
El suelo vibró.
De la niebla surgieron criaturas formadas de tinta y humo: siluetas humanas con ojos vacíos, garras de cristal y bocas cosidas. Eran las criaturas que ella había escrito en sus primeros borradores, los monstruos de los sueños que nunca terminó.
—Son tuyas —dijo Dorian, extendiendo la mano, su energía chispeando—. Pero alguien más las controla.
Una de las criaturas lanzó un grito agudo y se abalanzó sobre ellos.
Melian retrocedió, instintivamente levantando una mano.
Un destello azul salió de sus dedos y golpeó al monstruo, desintegrándolo en un torbellino de letras que se esfumaron en el aire.
Ella quedó temblando.
—¿Yo hice eso…?
—Tu escritura es poder aquí —explicó Dorian, colocándose frente a ella—. Si lo imaginas, puede existir. Pero también puede destruirte si dudas.
Otra oleada de criaturas surgió. Dorian las enfrentó con una elegancia feroz: cada movimiento liberaba estelas doradas que cortaban el aire. Las sombras se desvanecían con cada golpe, pero más seguían apareciendo.
Melian trató de mantenerse firme, pero el miedo era palpable, una presencia viva que se alimentaba de su respiración.
Hasta que lo vio sangrar.
Una de las criaturas había logrado arañar su brazo, y la luz dorada se mezcló con el rojo profundo de su sangre.
—¡Dorian! —gritó, corriendo hacia él.
Él apenas la miró, con los dientes apretados.
—No te acerques…
—¡Cállate! —respondió con una valentía que no sabía que tenía. Lo tomó de la muñeca y su toque provocó una reacción inmediata: la energía entre ambos se encendió como fuego líquido.
Las criaturas se detuvieron.
El mundo contuvo el aliento.
Y de pronto, la niebla se despejó.
Estaban solos, rodeados por una inmensidad blanca.
El suelo bajo ellos era cristalino, reflejando sus rostros confundidos y el temblor de sus emociones.
Melian lo miró fijamente, los ojos húmedos.
—¿Por qué hiciste eso? —preguntó—. ¿Por qué rompiste las reglas por mí?
Dorian bajó la mirada, su voz baja, cargada de cansancio.
—Porque no podía soportar verte desaparecer. Este vínculo que compartimos… no es solo un hechizo. Es algo más antiguo, más profundo. No lo entiendo del todo, pero cuando tú tiemblas, yo siento que me rompo.
Ella dio un paso más cerca.
El reflejo de ambos en el suelo se distorsionó, como si el propio mundo no pudiera contener la tensión entre ellos.
—Siempre sentí… —comenzó Melian, pero la voz le falló. Trató de reír, pero las lágrimas le ganaron—. Sentí que te conocía desde antes de escribirte.
Él alzó el rostro, los ojos ardiendo con un brillo sobrenatural.
—Quizás me llamaste desde tus sueños. O quizás yo te esperé toda una eternidad hasta que me diste nombre.
Hubo silencio.
Solo el sonido de sus respiraciones mezclándose.
Cuando sus dedos se rozaron, el aire chispeó.
No fue un beso. Fue más que eso: una conexión que les recorrió la sangre, que los hizo olvidar el tiempo.
La energía se desbordó, envolviéndolos en un resplandor que crepitaba entre deseo y miedo.
Melian lo miró, las pupilas dilatadas.
—Dorian… esto no puede ser real.
—Entonces déjame hacerte creer —susurró él, y su voz fue un hilo de fuego.
Pero justo cuando sus labios estaban a un suspiro, el suelo se quebró.
Una risa resonó en todas direcciones, profunda, arrogante, llena de ecos.
De entre las grietas surgió una figura vestida de negro, con ojos del color del hielo fundido.
Su sonrisa era un filo.
—Qué conmovedor —dijo Kael, caminando lentamente hacia ellos—. Un guardián rompiendo el equilibrio por una escritora… y una escritora jugando a ser diosa.
Dorian giró el cuerpo, cubriendo a Melian con el suyo.
—Kael…
—Pensaste que podías escapar del ciclo, ¿verdad? —respondió él, levantando una mano. Su poder distorsionó el aire, y las sombras comenzaron a reconstruirse detrás de él, multiplicándose—. Este mundo ya no le pertenece ni a ella… ni a ti.
Melian sintió una punzada de terror, pero también de furia.
La tinta en el suelo comenzó a moverse bajo sus pies, como si respondiera a su rabia.
Dorian le tomó la mano con fuerza.
—No dejes que te controle —le dijo, con voz temblorosa pero firme—. Él se alimenta de lo que temes.
Kael sonrió, inclinando el rostro.
—Y yo tengo mucho hambre.
El cielo estalló.
Fragmentos del mundo se elevaron, suspendidos entre luz y oscuridad.
Melian gritó, pero su voz fue absorbida por el estruendo.
Dorian desplegó su energía dorada una vez más, envolviéndolos.
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Editado: 18.10.2025