El amor que escribí

Capitulo 26

Capítulo 26 – El eco del fuego

(Punto de vista de Melian)

El silencio fue lo primero.
No el silencio amable del amanecer, sino uno que parecía devorar los sonidos antes de nacer.

Abrí los ojos, y lo que vi me robó el aire.

El cielo no era azul ni dorado: era una mezcla imposible de grietas encendidas y sombras flotantes.
La ciudad había desaparecido en pedazos suspendidos en el aire, como si un gigante hubiera destrozado el mundo y luego lo hubiera intentado recomponer sin recordar cómo era.
Las calles se doblaban hacia el vacío.
Los edificios respiraban.
Y en el centro de todo, yo.

Me levanté con dificultad.
El suelo bajo mis pies parecía vivo, pulsando con un ritmo que no era mío.
Cada paso que daba dejaba una huella incandescente, como si el fuego dentro de mí se negara a morir.

Dorian.

El nombre me cruzó la mente y el pecho me dolió.
Recordé su voz, su mirada, su cuerpo desintegrándose entre mis brazos.
Su promesa: Nunca lo hice.
No me dejó.
Lo sentía.

—Dorian… —susurré, mirando el cielo roto—. ¿Dónde estás?

El viento respondió con un murmullo que casi parecía su voz.
Pero no era él.
Era el eco.
El fuego resonando en los restos del mundo.

Me abracé a mí misma.
El calor de mi piel era extraño, demasiado fuerte.
La marca dorada en mi pecho seguía ardiendo, como si su alma estuviera atrapada allí, viva y furiosa.
Cada latido era un rugido.
Cada respiración, un incendio contenido.

Avancé entre los restos del paisaje.
No había personas, ni pájaros, ni tiempo.
Solo estructuras medio derruidas, flotando sobre un abismo sin fin.
En una esquina, algo se movió.

—¿Hola? —llamé.

La cosa giró hacia mí.
No era humana.
Tenía cuerpo de humo y ojos como brasas derretidas.
Su forma cambiaba con cada parpadeo, adoptando rostros que había conocido: Lyra. Dorian. Mi madre. Yo misma.
Hasta que se detuvo en uno: Kael.

Su voz no provenía de una boca, sino del aire.
—Melian. Siempre tan brillante… incluso entre ruinas.

Retrocedí un paso.
—¿Qué hiciste?

El humo se condensó en una figura humana.
Kael emergió del vacío, elegante, perfecto, como si el caos no pudiera tocarlo.
Sus ojos eran dos espejos de fuego oscuro.

—Yo no lo destruí —dijo, acercándose—. Ustedes lo hicieron. Tu fuego. Su amor. Sus mentiras.

—Mientes.

—¿Miento? —rió suavemente—. Dorian te ocultó lo que eras. Lo que podías hacer. Te hizo creer que eras débil, que necesitabas su poder para arder. Pero mira a tu alrededor, Melian. Míralo bien.

Extendió la mano.
El aire vibró.
Las ruinas temblaron.

Y entonces lo vi: cada pedazo de ese mundo… respiraba conmigo.
El fuego seguía latiendo, pero no en los cielos: en mí.
Yo sostenía ese caos.
Yo lo mantenía vivo.

—Tú lo creaste —susurró Kael, con una sonrisa de satisfacción—. Sin querer, pero lo hiciste.

—No. Dorian lo detuvo.

Kael dio un paso más.
Su presencia era un veneno seductor.
—Dorian no lo detuvo, Melian. Lo contuvo. Usó tu amor para sellar su fuego dentro de ti. Y cuando murió, el fuego se desató. Ahora… tú eres el equilibrio.

—No. No quiero eso.

—No puedes negarlo.

Me temblaban las manos.
La marca ardía.
Y de pronto, algo se movió dentro de mí.
No era miedo.
Era poder.

El aire se encendió con una explosión de luz dorada.
Kael retrocedió, cubriéndose.

Yo lo sentía: el fuego me obedecía.
Podía moldearlo, moverlo, respirar dentro de él.

Y entonces escuché su voz.
Lejana. Ronca. Dolorosa.

—Melian…

Mi corazón se detuvo.
Giré sobre mí misma, buscando.
—¿Dorian?

El fuego respondió.
Una forma empezó a materializarse entre las llamas: su silueta, incompleta, como hecha de ceniza y recuerdos.
Sus ojos, aunque difusos, eran los mismos.
Mi alma lo reconoció antes que mi mente.

—No… —dijo Kael con desprecio—. No puede ser.

Dorian me miró.
—Te dije que no te dejaría.

Di un paso hacia él.
—Pero estás…

—Entre mundos —respondió—. Tu fuego me trajo.

Kael apretó los dientes.
El aire se llenó de rugidos.
Sombras salieron del suelo, criaturas sin forma, con alas de cristal y dientes de humo.
Sus ojos eran runas encendidas.
Criaturas escritas.

—¿Qué son esas cosas? —pregunté, retrocediendo.

Kael sonrió.
—Tus palabras. Tus historias. Las que escribiste antes de conocerlo. Las criaturas que nacieron en tu mente… ahora me obedecen.

Mi sangre se congeló.
Eran mías.
Criaturas que yo había inventado para mis relatos.
Ahora, convertidas en armas contra mí.

Dorian levantó la mano, aún envuelto en fuego.
Su voz era un trueno contenido.
—No te atrevas a tocarla.

Kael extendió los brazos.
Las criaturas rugieron y se lanzaron hacia nosotros.

El mundo se volvió un torbellino de fuego, sombra y sangre.

Dorian me empujó detrás de él.
Su cuerpo etéreo ardía, enfrentando a esas bestias imposibles.
Yo veía cómo el fuego se quebraba con cada golpe, cómo su forma se deshacía… pero seguía luchando.

—¡Vuelve a mí! —grité, intentando alcanzarlo—. ¡Dorian!

Él me miró, jadeante, el fuego temblando en sus ojos.
—No puedo… mantenerme mucho tiempo.

—Entonces deja que lo haga yo.

Cerré los ojos.
Me concentré.
Sentí el fuego, la marca, el pulso de su alma dentro de la mía.

El mundo desapareció.
Solo quedamos él y yo.

—Confía en mí —susurré.

Cuando abrí los ojos, el fuego estalló.
Una onda expansiva dorada barrió las sombras, las criaturas y al mismo Kael.
El suelo tembló.
Las ruinas se partieron.
El cielo se volvió blanco.

Y en medio de ese caos, Dorian me abrazó.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.