🌑 Capítulo 28 – “El eco del equilibrio”
(Narrado por Melian – primera persona)
El mundo se estaba desmoronando frente a mí.
No era una metáfora.
Los edificios se quebraban como si fueran hojas de papel mojado, las calles flotaban suspendidas, retorcidas, y el cielo… el cielo estaba hecho de grietas doradas que sangraban luz.
Podía escuchar mi propio pulso mezclado con los gritos de lo que quedaba de la ciudad.
El aire sabía a fuego y a miedo.
Y aun así, lo único que podía mirar era a Dorian.
Su cuerpo parecía al borde del colapso. La luz dorada que lo rodeaba ya no era hermosa, era dolorosa.
Cada paso que daba lo hacía temblar, y aun así, él seguía adelante.
Como si se negara a rendirse.
—No podemos seguir mucho más —murmuró con voz baja, ronca.
Yo me forcé a respirar, a ignorar el temblor de mis manos.
—No me importa —le respondí—. Si tengo que destruir este mundo para salvarte, lo haré.
Se detuvo. Me miró de una manera que me atravesó el alma.
En sus ojos había tristeza, cansancio… y una ternura que dolía más que cualquier herida.
—No sabes lo que dices —susurró—. Este mundo es parte de ti, Melian. Si muere, tú mueres con él.
Miré alrededor. El suelo estaba cubierto de hojas, miles de hojas con letras escritas.
Mis letras.
Mis frases.
Todo lo que alguna vez había escrito estaba volviendo a mí en forma de ruinas flotantes.
Tomé una hoja. En ella se leía:
“El amor que desafía las leyes termina devorándose a sí mismo.”
Mi respiración se quebró.
—Yo escribí eso… pero nunca pensé que se volvería real.
Dorian se acercó, despacio, con cuidado, como si temiera romperme.
Sus dedos rozaron mi brazo, cálidos, humanos.
—Nada de esto debería ser real —dijo—. Y sin embargo, aquí estamos. Tú lo hiciste posible. Tú lo escribiste.
Lo miré fijamente, sintiendo un fuego en el pecho.
—Entonces puedo reescribirlo —le dije.
Antes de que él respondiera, el aire cambió.
El cielo se dobló sobre sí mismo.
Y entre las grietas, una sombra descendió.
Kael.
Su voz fue un susurro que heló mi sangre.
—Siempre tan dramática, Melian. Crees que puedes cambiar el final… pero olvidas que yo también estoy escrito en tus páginas.
Sentí un escalofrío recorrerme la espalda.
Dorian se colocó frente a mí, sus manos encendidas en fuego.
—No te atrevas a tocarla.
Kael sonrió con esa calma que solo tienen los que disfrutan del dolor ajeno.
—Tocar, no. Pero puedo recordarle quién es.
Con un gesto, el aire se partió como un espejo.
Y de ese espejo… salió él.
Mi ex.
O su sombra.
Su rostro estaba distorsionado, sus ojos vacíos, su cuerpo cubierto de grietas negras.
Pero lo reconocí de inmediato.
Y mi cuerpo se congeló.
—No… —susurré—. No puede ser.
Kael me miró satisfecho.
—Claro que sí. Lo creaste tú. Tus heridas, tu rabia, tu culpa… todo lo que escondiste entre líneas. Yo solo lo traje a la vida.
Mi garganta se cerró.
—No lo escribí así.
—Sí lo hiciste —respondió él—. Solo que no querías admitirlo.
La sombra dio un paso hacia mí.
—Melian… —su voz era hueca, como un eco roto—. Dijiste que me olvidarías, pero nunca lo hiciste.
El miedo me hizo retroceder.
No era solo él.
Eran todas mis pesadillas mezcladas.
Todos mis personajes rotos.
Todo lo que alguna vez intenté esconder de mí misma.
A mi alrededor, criaturas salían del suelo, hechas de tinta, ojos vacíos, cuerpos deformes, bocas con palabras en lugar de dientes.
Mis palabras.
Mis errores.
Dorian rugió y desató una ola de fuego.
La luz dorada barrió a las criaturas, desintegrándolas, pero tres más surgieron en su lugar.
Kael aplaudió con ironía.
—Por cada historia que destruyes, nacerá otra. Así funciona tu mente, escritora. No puedes borrar el caos que tú misma creas.
—¡Basta! —grité.
Pero el eco de mi voz fue devorado por el ruido del fuego.
Dorian cayó de rodillas, exhausto. Corrí hacia él, tomé su rostro entre mis manos.
Su piel ardía.
Sus ojos me buscaron con desesperación.
Por un instante, todo se detuvo.
El ruido, el viento, el fuego.
Solo quedamos nosotros dos.
Y lo besé.
No pensé. No razoné.
Solo lo hice.
El beso fue salvaje, desesperado, una promesa y una despedida al mismo tiempo.
Sus manos me sujetaron por la cintura, su cuerpo temblaba contra el mío, y por un instante… creí que el mundo podía detenerse ahí.
—Si no lo logramos —susurró contra mis labios—, quiero que recuerdes esto.
Lo miré.
Y supe que lo amaba más de lo que debía.
El rugido de Kael rompió el momento.
—Qué romántico. Qué trágico. —Levantó una mano—. El fuego siempre exige sacrificio.
Mi sombra —esa versión podrida de mi pasado— corrió hacia mí con una daga negra.
Dorian se interpuso.
El filo le atravesó el costado.
—¡NO! —grité.
El fuego explotó desde su herida.
Lo vi caer, arrodillarse, y sentí que el mundo se partía conmigo.
Corrí, arranqué la daga con mis propias manos. La sangre me cubrió, caliente, brillante.
Y antes de pensar, la lancé directo a Kael.
El aire estalló.
La daga se convirtió en luz, el espejo se rompió detrás de él.
El mundo se distorsionó, como si la realidad misma estuviera gritando.
Kael retrocedió, riendo.
—Aún no entiendes, Melian. Cada vez que intentas salvarlo, reescribes el final. Pero el fuego siempre quema a quien lo crea.
El suelo se abrió bajo mis pies.
Dorian intentó levantarse, el fuego volviendo a encenderse en su pecho.
—Melian… corre.
—No sin ti —le dije, llorando.
Él sonrió, con ese tipo de sonrisa que duele mirar.
—Entonces arde conmigo.
Y lo hice.
Tomé su mano.
El fuego nos envolvió a los dos.
El cielo gritó.
Kael desapareció entre la luz.
Las criaturas se disolvieron como tinta bajo la lluvia.
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Editado: 18.10.2025