(Narrado por Melian)
El amanecer llegó despacio, casi con miedo.
Una línea de luz dorada se abrió paso entre las nubes, tiñendo las ruinas de la ciudad con un resplandor triste pero hermoso.
El aire olía a metal, a tierra húmeda y a algo más: esperanza.
Por primera vez en días —o tal vez siglos, ya no lo sabía— el silencio no era amenaza. Era paz.
Estábamos vivos.
Dorian, a mi lado, respiraba con dificultad. Sus manos, aún marcadas por el fuego, temblaban apenas.
Yo tenía heridas en los brazos, la tinta reseca sobre la piel, recordándome que mis palabras habían sido mi arma, mi escudo y mi condena.
A nuestro alrededor, el suelo seguía cubierto de restos del enfrentamiento con Kael.
Nada quedaba de él, solo un eco, una vibración lejana que aún se resistía a morir del todo.
Pero yo lo sabía: las sombras no desaparecen tan fácil. Solo se ocultan, esperando que el olvido las llame de nuevo.
—¿Crees que se haya ido? —pregunté, con voz débil.
Dorian me miró.
Sus ojos, antes dorados, ahora eran de un color indefinible. Entre miel y ceniza.
—No lo sé —dijo—. Pero si vuelve… ya no podrá controlarte. Ni a ti ni a lo que escribes.
Me quedé callada, observando el horizonte.
El sol se reflejaba sobre los restos de los edificios, haciendo que todo pareciera un espejismo.
Era hermoso, en una forma rota.
Un nuevo mundo, quizá.
Pero no el que imaginé.
Me levanté despacio.
Mis piernas dolían, mis músculos ardían, pero tenía que moverme.
Había algo que necesitaba entender. Algo que aún faltaba por cerrar.
—Lyra —susurré.
El nombre escapó de mis labios como una plegaria.
Ella… había desaparecido durante la batalla.
Los agentes también.
Nadie sabía si estaban vivos o si Kael los había absorbido en su oscuridad.
Dorian frunció el ceño.
—¿A dónde vas?
—A buscarla. No puedo dejar que esto termine sin saber.
Él quiso detenerme, pero luego simplemente asintió.
Sabía que no podía impedirlo.
Era parte de lo que me hacía ser yo: esa necesidad de cerrar las historias, aunque doliera hacerlo.
El camino me llevó hacia el límite de la ciudad, donde el cielo parecía más bajo y el aire, más denso.
Cada paso era un recordatorio de que el mundo que conocía ya no existía.
Pero en ese vacío… había algo.
Un murmullo.
Como si las páginas del libro que había usado en la batalla siguieran hablándome, narrando lo que aún no había escrito.
“Todo final tiene una grieta”, decían las líneas que se formaban solas en las hojas.
“Y por esa grieta, la historia sigue viva.”
Me estremecí.
¿Era mi imaginación… o la historia estaba escribiéndose sin mí?
Fue entonces cuando la vi.
Lyra.
Estaba de pie entre las sombras, con el cabello suelto, el rostro cansado pero intacto.
A su lado, algunos de los agentes.
Parecían haber pasado por otro tipo de guerra: una silenciosa.
—Melian… —su voz sonó suave, temblorosa—. Lo hiciste.
—¿Dónde estuviste? —pregunté, corriendo hacia ella—. Pensé que Kael te había…
—Casi. —Sonrió apenas—. Nos atrapó en un espacio entre palabras. Un lugar donde el tiempo no corría. Solo escuchábamos fragmentos de tu voz, tus frases, tus pensamientos. Nos salvaste, sin saberlo.
Mis ojos se llenaron de lágrimas.
—Yo solo escribía… no sabía que podía hacer tanto.
Lyra me tomó de las manos.
—Eso eres, Melian. Lo que escribes cobra vida. Siempre fue así. Solo que nunca habías creído en ti lo suficiente como para verlo.
Su frase me golpeó como una revelación.
Era cierto.
Toda mi vida había dudado de mi propio poder, de mi capacidad de crear algo que trascendiera.
Pero ahora…
Todo lo que había nacido de mí —Dorian, las criaturas, incluso Kael— eran parte de una misma historia.
La mía.
—Kael… —susurré—. Él también era parte de mí, ¿verdad?
Lyra asintió lentamente.
—Tu sombra. Tu miedo. El reflejo de lo que negabas ser.
Cerré los ojos, comprendiendo.
Kael no había sido un enemigo externo.
Era la representación de mi autocensura, de mis bloqueos, de esa voz interior que me decía que no era suficiente, que mi historia no valía.
Y Dorian…
Dorian era lo contrario.
Era lo que mi alma anhelaba: libertad, fuego, amor.
Sentí una lágrima rodar por mi mejilla.
Por fin, todo encajaba.
Volví con Dorian poco después, con Lyra y los sobrevivientes.
El cielo empezaba a despejarse, dejando ver estrellas que hacía mucho no brillaban.
Él estaba esperándome en lo alto de una estructura semidestruida, mirando el horizonte con una calma melancólica.
—Sabía que regresarías —dijo, sin voltear.
—No podría irme sin despedirme —respondí, subiendo hasta donde estaba.
Me sonrió, aunque había tristeza en su mirada.
—Sabes que no puedo quedarme, ¿verdad?
Mi corazón se apretó.
—¿Por qué dices eso?
—Porque este mundo… depende de ti.
—¿De mí?
—Sí. —Tomó mi rostro entre sus manos—. Todo esto, cada pedazo de tierra, cada amanecer, incluso yo… existimos porque tú lo escribiste.
Su voz se quebró apenas.
—Y cuando cierres el libro, yo desapareceré.
Me quedé muda.
Una parte de mí se negaba a aceptarlo.
Otra entendía perfectamente que tenía razón.
La historia tenía que llegar a su fin.
—Entonces… —susurré—. Déjame escribir un final donde estés bien.
—Ya lo hiciste. —Sonrió con ternura—. Me diste algo que nunca había tenido: un propósito.
Acarició mi cabello, enredando sus dedos con suavidad.
—Y me diste a ti. Eso es suficiente.
Las lágrimas me quemaron los ojos.
—No quiero perderte.
—No me perderás. —Su frente se apoyó contra la mía—. Solo estaré en otra forma. Cada vez que escribas con el corazón, yo estaré ahí.
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Editado: 18.10.2025