El amor que no llegó a tiempo

El encuentro

Hoy lo vi otra vez.

En el pasillo central, donde el ruido de las voces se mezcla con el eco de pasos sin rumbo, él caminaba como si nada pudiera tocarlo. Como si el mundo girara solo para que él respirara.

Y yo…
Yo fingí no verlo.
Porque duele menos que admitir lo invisible que soy para él.

Marie me dice que debo soltarlo.
Que una década de amor no correspondido debería ser suficiente para aprender.
Pero hay cosas que el corazón no aprende.
Solo resiste.

Volví temprano a casa.
Encendí mi laptop.
Y abrí el blog.

“Cartas a nadie.”
Aunque ahora sé que no es cierto.
Porque él – Náufrago – siempre responde.

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Entrada nueva – Cristina (anónima):

> “Hay algo que me inquieta desde anoche.

¿Y si ya nos vimos sin saberlo?

¿Y si caminamos al lado en alguna calle de esta ciudad sin reconocernos,
creyendo que éramos dos completos extraños?

Si eres real, encuéntrame.

Pero no corras.

Solo camina…
Hasta que coincidamos.”

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No tardó mucho en responder.

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Náufrago:

> “Me haces pensar que quizás no estamos tan lejos.

Quizás nuestros mundos no están separados por el destino,
sino por el miedo.

¿Qué pasaría si un día dijéramos el lugar donde estaríamos,
a cierta hora,
y simplemente…
nos cruzáramos?

Sin decir nuestros nombres.
Sin forzar nada.
Solo dejar que el universo haga el resto.”

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Mi corazón golpeó el teclado con cada latido.
¿Y si lo conocía ese día?
¿Y si era alguien que jamás imaginaría?

Pensé durante minutos. Tal vez horas.

Y luego escribí.

---

Cristina (anónima):

> “Este viernes iré a la cafetería frente al parque central.
Me sentaré en la mesa junto a la ventana.

Llevaré un libro azul.

Si estás ahí, si crees que soy yo…
quédate.”

---

Marie me miró raro cuando le conté.
No sobre Náufrago, claro.
Solo dije que tenía una “cita anónima con el destino”.

Ella sonrió, pero sus ojos dijeron otra cosa:
preocupación.
Quizás miedo.
Pero me apoyó.

Como siempre.

---

Viernes, 4:12 p.m.

La cafetería olía a café recién hecho y galletas de mantequilla.
La música era suave, casi nostálgica.

Me senté junto a la ventana.
Coloqué mi libro azul sobre la mesa.
Y esperé.

Esperé…
sin saber si él vendría.
Sin saber si lo reconocería.
Sin saber si realmente existía.

Cada vez que alguien entraba, contenía el aliento.
Cada sombra me hacía mirar.
Cada paso me hacía imaginar.

Pero nadie se sentó.
Nadie me miró.

Y, por alguna razón…
no me sentí sola.

Porque sabía que, en algún lugar de esta misma ciudad,
él estaba escribiendo lo mismo.

---

Entrada final del día – Cristina (anónima):

> “Te esperé.

Y aunque no llegaste…
sentí que estabas cerca.

Gracias por enseñarme que uno puede encariñarse del alma de alguien,
sin saber su nombre.

Y aún así, no sentir que es menos real.”



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En el texto hay: tragedia, autoestima, amorimposibledeolvidar

Editado: 21.06.2025

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