La noche llegó más rápido de lo que imaginé.
No sé si fue el café, o el silencio, o ese cosquilleo tonto que no se iba del pecho, pero después de aquella tarde en la cafetería…
me sentí distinta.
No lo vi.
O al menos, eso creí.
Volví a casa con el libro azul entre las manos y la sensación tibia de haber estado a punto de algo. Como si el universo me hubiera rozado los dedos pero se hubiese arrepentido a último segundo.
Marie me abrazó al llegar, no preguntó nada. Solo dijo:
—Si no fue hoy, será otro día. Pero lo conocerás.
Y yo, por primera vez en mucho tiempo, no le respondí con tristeza.
Porque esa noche, Náufrago me escribió.
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Náufrago:
> “Estuve cerca.
No sabría decirte por qué fui, pero terminé ahí, frente al parque.
Desde la esquina, vi una chica en la mesa de la ventana, con un libro azul.
Tenía el cabello recogido, pero algunos mechones caían sobre su rostro. Era la chica más guapa que he visto en mi vida. Me resulta imposible que ella me esté dedicando su tiempo, cuando deben haber tantos deseándola.
Sonreía con los ojos, aunque no con los labios.
Y… no sé por qué…
sentí que podía ser ella.
Sentí que eras tú.
Pero no entré.
Me quedé en la acera, mirando de lejos.
Y me fui.
No por cobardía.
O tal vez sí.
Pero más que nada, porque me aterra descubrir que tú…
ya estás enamorada de alguien más.
Alguien que quizás no te ve,
o tal vez sí,
y simplemente no se atreve tampoco.
El miedo a no ser correspondido es peor que el rechazo.
Lo siento.
Tal vez mañana me acerque.
O tal vez nunca lo haga.
Pero gracias por darme el valor de estar al menos, por un instante,
cerca de ti.”
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Lo leí con las manos temblando.
Lo leí tantas veces que mi alma se memorizó cada palabra.
Él me había visto.
No sé si realmente era yo la que vio.
Pero cada detalle… era mío. Lo de bella no lo se. No me siento tan hermosa, porque Jhony ni siquiera sabe que estudio en su misma aula desde hace tres años.
Cada trazo de su descripción coincidía con mi reflejo en la ventana de esa cafetería.
Y lo que más me dolía,
lo que más me tocaba el corazón,
fue eso que dijo sobre el miedo.
Ese mismo miedo que me come viva cada vez que paso junto a Jhony,
y no me atrevo a decirle lo que siento.
¿Y si Náufrago es alguien como yo?
¿Y si él también me ama en silencio y yo estoy ajena?
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Mi respuesta fue corta:
> “Yo vi muchas personas.
Desde adentro. Pero no se si alguno eras tú.
Quizás tú también amas a alguien que no sabe que lo amas.
Y quizás por eso, me entiendes tanto.”
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No sé si será él.
No sé si lo conoceré un día, o si solo nos escribiremos para siempre.
Pero esta conexión es lo más real que he sentido en mucho tiempo.
Y no importa si no sé su nombre.
Porque con cada palabra,
lo siento más cerca.
La vida tiene formas curiosas de susurrarnos verdades.
A veces con sutileza.
Otras… con un golpe directo al pecho.
Caminaba por el pasillo de Humanidades, buscando mi aula. Tenía la mente en otro lugar —como siempre desde que Náufrago apareció en mi vida—, cuando escuché una risa conocida. Masculina, tranquila, con ese eco que parecía siempre llenar el ambiente.
Jhony.
Estaba de pie, junto a uno de sus amigos. Reían. Bromeaban. Era una escena común. Él siempre está rodeado de gente. Siempre se ve tan ajeno a todo lo que yo soy.
Iba a bajar la mirada como de costumbre para pasar desapercibida, pero entonces, su amigo dijo algo que me paralizó por completo:
—¡Vamos, Náufrago miedoso! ¿Hasta cuándo vas a escribirle sin atreverte a conocerla?
Sentí que el mundo se detenía.
No, peor. Sentí que el aire se escondía.
¿Náufrago?
¿Él?
Seguí caminando como si no hubiera escuchado nada, aunque por dentro mi corazón gritaba. El suelo parecía tambalearse con cada paso. Me metí al aula y me lancé a mi asiento como si hubiera huido de una explosión.
Marie me miró preocupada. Se me notaba en la cara.
—¿Qué pasó?
Le conté.
Todo.
Ella abrió los ojos como si yo acabara de decirle que el sol se había caído del cielo.
—¿Estás segura que dijo “Náufrago”?
—Lo juro —le respondí, aún sin poder respirar del todo—. Justo cuando pasé frente a ellos.
Marie se llevó la mano a la boca, luego me miró con una emoción que yo no lograba permitirle a mi corazón.
—Cristina… puede que sea él.
—No. No puedo ilusionarme. No puedo permitir que lo sea…
Porque si lo es… y no siente lo mismo…
Me rompería entera.
Marie me tomó de los hombros.
—Haz una prueba. Escríbele ahora. Aquí. Mientras están en clase. Fíjate si él recibe una notificación. Solo así podrás saber si es su teléfono.
Dudé.
Mil veces.
Pero abrí el blog.
Escribí algo breve, inocente, como para tantear.
> Yo también tengo miedo, Náufrago.
Pero si tú diste un paso,
quizás sea tiempo de dar el mío.
Lo envié.
Y contuve el aliento.
De reojo miré a Jhony.
Estaba sentado tres filas delante. Su celular vibró.
Lo sacó con calma. Lo miró.
Y… sonrió levemente.
Entonces, escribió algo.
No alzó la vista. No miró hacia atrás.
Mi móvil vibró.
Marie y yo lo miramos juntas.
Era él.
Náufrago.
> **No sé si te pasa igual,
pero hoy siento que estás más cerca de lo que imagino.
¿Alguna vez sentiste que alguien te rozó el alma sin tocarte?**