Después de aquella tarde, algo empezó a cambiar entre nosotros.
La forma en que nos escribíamos ya no era la misma. Las conversaciones se volvieron más suaves, más dulces… más nuestras.
Yo, sin darme cuenta, empecé a decirle “mi amorcito” y “mi bebé”.
Era una forma de cariño que me salía natural, sin pensarlo demasiado, pero con cada palabra que le escribía sentía cómo se me escapaba un pedacito de corazón.
Él respondía con ternura, con esas frases cortas pero sinceras que parecían esconder mucho más de lo que decían.
Una noche, mientras hablábamos por chat, todo fluyó como siempre: entre risas, bromas y preguntas sin sentido. Hasta que, sin esperarlo, me dijo por primera vez:
—Ti quiero.
Me quedé mirando la pantalla como si no creyera lo que estaba leyendo.
No era una frase vacía ni un impulso; se sintió sincero, cálido… como si el corazón se me detuviera un segundo antes de volver a latir con más fuerza.
Le respondí con timidez, sin saber muy bien cómo reaccionar, pero por dentro mi alma ya se había encendido.
Seguimos hablando, y antes de despedirnos le dije:
—Sueña conmigo.
Él contestó:
—Después me quedo triste, pero sueño contigo porque quiero hacerlo realidad.
No supe qué decir. Esa frase se me quedó grabada, como una de esas cosas simples que duelen bonito.
Con el paso de los días, empezó a ponerme apodos.
“Negra 💜” se volvió el más constante, y aunque al principio lo decía con juego, luego se sintió como una forma de cariño, como si fuera solo mío, solo de él.
Un día, hablando de cosas sin importancia, la conversación se desvió y le dije que tenía ojos lindos.
Él se quedó callado un momento antes de escribirme:
—¿Y qué crees que transmiten?
Le respondí sin pensarlo mucho:
—Paz y sinceridad.
No sé si lo entendió como yo lo sentía, pero en ese instante me di cuenta de que empezaba a mirarlo diferente.
Cada palabra suya, cada mensaje, cada pequeña atención… todo empezaba a tener otro significado.
Esa noche se desveló hablando conmigo.
Decía que tenía sueño, pero no quería dormir.
Yo tampoco quería, porque cada palabra suya me hacía sentir más cerca de algo que todavía no entendía, pero que me gustaba demasiado.
Cuando cerré el chat, me quedé mirando al techo con el corazón lleno.
Su voz, sus palabras, su forma de hacerme sentir especial… todo en él empezaba a convertirse en algo que ya no podía negar.
Y aunque no lo dijera en voz alta, yo ya sabía lo que era:
Era amor, de ese que llega despacio, pero que cuando toca, se queda.