Era nuestra cuarta vez viéndonos, y el día anterior me había pedido que lo despertara por si se quedaba dormido. Esa mañana lo llamé temprano; él se levantó, se bañó, se cambió y en un rato ya estaba conmigo.
Yo había amanecido con mucho frío, y él no tardó en notar mi incomodidad:
—Voy a ir a calentarte —me dijo con esa voz que siempre lograba derretirme.
Recordé que me trajera su suéter, uno de los que me había regalado, impregnado de su olor. Cuando lo abracé y me lo puse, no pude resistirme y le mandé fotos:
—¿Me veo cuchi? —le escribí, con un toque de picardía.
—Shiii 😳 me gustas —me respondió enseguida.
Yo quise que viera todo, así que le pedí que me mostrara en el espejo:
—¿Me paro? Quiero que me veas completa —le escribí.
—Re linda mi niña —me respondió.
Le conté que el suéter me quedaba un poco grande:
—Te queda grande, amor, pero amo que estés feliz —me escribió.
No podíamos dejar de hablar sobre lo mucho que queríamos estar juntos:
—Quisiera meterme allá contigo —le escribí.
—Shiii, ti traño 😔 —me respondió con una carita triste.
—¿Por qué esa carita? —le pregunté.
—Es que da un poquito de fastidio no poder estar allá contigo —contestó.
—Yo sé que algún día lo vamos a hacer, amor —le escribí para animarlo.
—Bueno amor, ojalá —me respondió con un suspiro.
Cuando el sueño comenzó a sentirse, nuestra conversación se volvió más tierna:
—Ti, mi niña, vamos a dormir —me dijo.
—Duerme tú, amor —le respondí.
—Eché, y tú qué haces?
—Viendo una peli —le contesté.
Pero no podía resistirme a decirle lo adorable que me parecía con su ropa:
—Me parece que te ves cuchi con mi buso —me escribió.
—Awwww, mi amor —le respondí, con una sonrisa que todavía duraba en mis labios.
Y así, entre risas, abrazos imaginarios y palabras llenas de cariño, ese día quedó grabado en nuestros recuerdos, un día lleno de cercanía, juegos y la certeza de que, aunque no estuviéramos siempre físicamente juntos, nuestros corazones sabían cómo encontrarse.