El amor que sentí de ti

Capítulo 13 — Planes que se cruzan y ganas que no se apagan.

Al día siguiente, apenas abrí los ojos, lo primero que hice fue escribirle. Era casi una costumbre ya: darle los buenos días, saber cómo estaba, sentirlo cerca aunque no lo tuviera al frente.
Le mandé un mensaje con una sonrisa todavía medio dormida, y no tardó en responderme.

—¿Qué haces? —le pregunté, curiosa, imaginando su voz al otro lado del teléfono.
—Haciendo unos videos —me dijo.

Sonreí. Siempre tan ocupado, siempre con algo entre manos, pero aun así se tomaba un segundo para contestarme.
Entonces me miró el mensaje y me escribió:
—¿Por qué?

Y sin pensarlo dos veces le respondí:
—Porque ti traño.

Esa frase salió de mí como un reflejo, sin medirla. Era lo que sentía. Y él, con ese tono entre tierno y juguetón que me encantaba, respondió enseguida:
—Mi vida jajajaja. ¿Quieres que vaya?

Mi corazón se aceleró un poquito. No lo pensé, simplemente lo escribí:
—Shiiiiii 💞

Ya podía imaginarlo llegando, con su sonrisa y esa forma de mirarme que me desarmaba por completo. Pero unos segundos después llegó el mensaje que no quería leer:
—Tengo mucha tarea, amor. No puedo hoy.

Me quedé mirando la pantalla unos segundos, sintiendo esa mezcla de ganas y resignación. No quería que pensara que me enojaba, así que solo respondí:
—Bueno.

Pasaron apenas unos minutos cuando él me escribió de nuevo:
—Perdóname, amor.

Pude imaginar su voz bajita, sincera.
—No te preocupes, te entiendo —le respondí, porque era verdad. Sabía lo mucho que se esforzaba, y aunque me quedara un pequeño vacío, también sentía orgullo por él.

Por un momento la conversación se quedó en silencio.
Yo miraba el chat, jugando con el celular entre las manos, pensando en lo mucho que me habría gustado que estuviera ahí conmigo, aunque fuera solo un ratito. Entonces decidí seguir hablando, sin dejar que el momento se enfriara:

—¿Y qué vas a hacer el sábado? —le pregunté—. Quiero que vayamos juntos a un concierto.

Me respondió enseguida, casi como si ya supiera lo que iba a decir:
—Voy al gimnasio de 6 a 10 de la noche.

—Es que tú llegas muy cansado —le escribí—. Pero podrías acompañarme un rato al concierto.

—¿A qué hora es? —me preguntó.
—No sé todavía —le dije.

Imaginé su cara leyendo mis mensajes, debatiéndose entre el cansancio y las ganas de verme. Yo también me debatía entre dejarlo descansar o insistir un poquito más, solo por esas ganas de compartir algo juntos, de hacer un recuerdo nuevo.

Después de eso, la conversación se volvió más tranquila. Me preguntó si había desayunado, le conté que no, que apenas me estaba alistando. Me dijo que no me dejara morir de hambre, y yo solté una risa flojita mientras le contestaba con un “sí, amor”, como si él pudiera escucharme desde donde estaba.

A veces me asombraba cómo podíamos pasar de los juegos a las charlas suaves, de las risas a los silencios, y aun así seguir sintiéndonos cerca. Era como si el cariño tuviera su propio idioma, uno que no necesitaba explicaciones.

Esa tarde, mientras escuchaba música, pensé en lo lindo que sería verlo entre la gente, sonriendo, moviéndose al ritmo de las canciones conmigo. Me imaginé su mirada buscándome entre la multitud, sus manos rozando las mías, y esa sensación de estar justo donde quería estar.

Tal vez no pudiera ir ese día, tal vez el cansancio o la rutina nos jugaran en contra, pero en el fondo sabía que esas ganas de vernos, de compartir, seguían ahí, firmes, esperándonos.

Y así terminó el día: entre mensajes, risas, pequeñas promesas y la ilusión de un “pronto” que, aunque no tuviera fecha, seguía latiendo fuerte en los dos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.