El amor que sentí de ti

Capítulo 17 — Entre mensajes, celos y disculpas.

Lunes — Cumpleaños sorpresa
—¿Puedo llevar un amigo? —me escribió en la mañana.
—Sí, claro —le respondí, intentando sonar tranquila, aunque por dentro sentía esas maripositas de siempre.

Llegó al cumpleaños de nuestra amiga, con su sonrisa de siempre y una energía que llenaba el lugar. Saludó, comió, se rió y se notaba cómodo, feliz.
Yo lo observaba de reojo, tratando de disimular lo mucho que todavía me removía tenerlo cerca.

Cuando se despidió, se acercó, me miró con esa mirada suya que siempre decía más que mil palabras, y me abrazó.
No fue un abrazo largo, pero fue cálido… de esos que uno siente en el pecho por mucho rato después.
Y luego se fue.

Martes
Le escribí al día siguiente:
—Te queda lindo el pantalón nuevo que te compraste.
—¿A qué hora se acabó la fiesta? —me preguntó.
—A las nueve —le respondí.
—Estoy en clase —me puso enseguida.

Y ahí quedó la conversación, corta, pero suficiente para sentir que todavía había un hilo que nos mantenía conectados.

Miércoles
—¿Por qué estás comiendo bombón? —le pregunté, sin mucha razón, solo porque quería hablarle.
—Muero por un bombón, un chicle, un hall y obviamente las Monsters 😏 —me contestó.
Sonreí al leerlo. Siempre con su toque coqueto, como si no supiera lo que provocaba.

—¿Y si te regalo una Monster? —le puse.
—Blanca 😋 —me respondió al instante.
—¿Quieres que te la mande temprano? —pregunté.
—Sí 😁 —me escribió.

Y cumplí mi palabra. Se la mandé temprano, con un mensaje escrito con cariño y un poquito de picardía:

> “Oye, niño bonito, reclama eso con el administrador del gimnasio.”

Pero el destino siempre encuentra formas de complicar las cosas.
Su amigo tenía su celular y, sin razón alguna, me insultó.
Yo, con la rabia a flor de piel, respondí el insulto sin pensarlo.

Minutos después, él me mandó una foto sosteniendo la Monster, con el mensaje que yo misma le había puesto:

> “Para mi gymrat favorito.”
—Gracias, negra —me escribió.
—De nada —le respondí, aún confundida y con el corazón un poco apretado.

Intenté actuar normal, así que le pregunté si ya estaba en el cole.
—Sí, hoy es el lanzamiento de la promo —me dijo.
—Felicitaciones —le puse, con un emoji de sonrisa.
—Gracias, aunque no es la gran cosa.
—Algo es algo —le respondí, intentando mantener el ánimo ligero.

Pero no podía quedarme callada, así que le conté lo que había pasado.
—Tu amigo es rarito —le escribí.
—¿Qué pasó? —me preguntó enseguida.
Le conté lo del audio.
—Uy mk 😳 yo no sabía que te había dicho eso, verga… le voy a cambiar la clave al teléfono, disculpa de verdad, negra —me escribió, sincero.
—No tranquilo —le respondí, tratando de restarle importancia, aunque por dentro me había dolido.

Le solté todo lo que pensaba, todo lo que me había guardado.
Él se quedó callado unos minutos, y luego me respondió:
—Eso espero, de pana. Eso que hizo fue malo, de verdad.
—Yo le respondí un poco de cosas —le puse.
—Joda, estuviste bien, oíste 😅 —me dijo, como si me imaginara seria, molesta.
—De la rabia ni puse comas —le escribí, riéndome un poco ya.
—Lo hubieras insultado peor, a lo serio —me respondió.
—Lo pensé, pero me calmé —le puse.
—Yo me molesté mucho con él —admitió.

Le pregunté si le iba a decir algo al amigo.
—Sí, mañana que lo vea —me dijo.
—¿Y qué le vas a decir? —pregunté.
—Que trate serio, que no ande hablando paja de la gente que no conoce. Que tú eres una amiga especial mía y eso no es problema de él. Que de paso ni te conoce para hablar así de ti, que se ponga pilas, que con gente así no ando y que deje la mariquera. —

Al leerlo, me quedé en silencio. No pude evitar sonreír.
A pesar de todo, me estaba defendiendo.
Y eso, aunque no lo dijera, me llenó el corazón.

—Bueno, ya, no te pongas más bravo —le respondí, con ternura.
—Bueno —contestó.

Más tarde
—¿Ya estás en tu casita? —le pregunté.
—Sí, justo acabo de llegar —me respondió.

Le conté que quería montar un estado, pero que al final me arrepentí.
—¿Y eso? —me preguntó.
—Porque la foto mostraba mucho pecho —le dije.
—¿Y? —me respondió.
—Porque solo tú puedes verme así —le escribí en broma.
—Como mande mi comandante —me dijo con su tono entre divertido y posesivo.
—Como debe ser —le respondí riendo.
—Te quiero ver —me puso.
—Nos vimos el 29 —le recordé.

Hubo un silencio largo, de esos que se sienten aunque no se vean.
Y por un instante, entre risas, celos y disculpas, volví a sentir que aún quedaba algo de nosotros.
Algo que, aunque se disimulaba con palabras y chistes, seguía vivo.

Porque a veces no hace falta decir “te extraño” para que el otro lo entienda.
A veces, solo hace falta quedarse, aun cuando ya no se es lo mismo.




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