Hoy sentí el peso de todo.
El peso de callar lo que grita dentro de mí, de intentar tragarme los sentimientos pensando que así dolería menos, cuando en realidad solo los estoy dejando crecer en silencio.
Creí que distraerme, mantenerme ocupada, hacerme la fuerte, serviría para no pensar tanto en ti. Pero no. Hay días como hoy en los que todo pesa: los recuerdos, las promesas, las risas, las conversaciones que ya no tenemos.
Hoy entendí lo mucho que te extraño.
Extraño hablar contigo de cualquier cosa, reírnos sin sentido, contarte cómo me fue en el gym o escuchar cómo te fue a ti.
A veces cierro los ojos y puedo imaginar tu voz contándome con orgullo cuántas repeticiones hiciste, o cómo te dolían los brazos pero igual seguiste.
Te imagino enviándome una foto, sonriendo con ese gesto tuyo tan característico, diciéndome: “hoy sí le metí con toda”, y yo respondiéndote entre risas que no exageraras, que igual te ibas a quejar mañana.
Era tan simple, pero tan nuestro. Esa rutina de compartir lo cotidiano, lo mínimo, lo que hacía que el día se sintiera un poquito más liviano.
Extraño verte en mi casa, en la sala o en el patio.
Extraño tu sonrisa, tus maldades, tu voz, tu manera tan simple —pero tan tuya— de ser.
Extraño cuando te quedabas callado y aun así entendía todo, cuando tu mirada decía más que cualquier palabra.
Extraño todo de ti: lo más simple y lo más complicado.
Hubiese querido tener más tiempo, más días contigo. A tu lado, todo era más fácil.
Todo fluía distinto, como si la vida misma se acomodara para hacernos felices.
Tu presencia era calma, era refugio, era ese espacio donde podía soltar todo sin miedo a ser juzgada.
Hoy sentí el peso de no tenerte a mi lado.
De no poder escribirte para contarte algo tonto, de no escuchar ese “ya te quiero ver” que siempre me derretía el alma.
Y aunque no lo demuestre, me duele hasta el alma dejarte ir.
Me duele tu silencio, que me ignores, que ya no me escribas como antes, que nuestras conversaciones llenas de tonterías se hayan vuelto recuerdos.
Me duele que la distancia se haya llevado también la costumbre de hablarnos, como si el tiempo nos estuviera enseñando a vivir sin lo que más nos llenaba.
Extraño todo de ti, desde el inicio hasta el fin.
Desde la primera vez que me hiciste reír hasta la última vez que me abrazaste.
Siempre voy a estar para ti, aunque ya no estemos.
Porque hay vínculos que no se rompen, solo se transforman.
Y aunque la vida nos lleve por caminos diferentes, una parte de mí siempre va a quererte igual, en silencio, desde lejos, pero con el mismo cariño.
Hoy me cayó el veinte: te extraño más de lo que imaginas.
Y aunque ya no pueda decirlo como antes, lo siento igual, con la misma intensidad de siempre.
Te amo sin buscarte, te pienso sin quererlo, te llevo en cada rincón donde alguna vez estuviste.
Y aunque intento convencerme de que debo seguir, mi corazón se rehúsa a olvidarte.
Quizá algún día volvamos a coincidir, en otra versión de nosotros mismos, más tranquilos, más libres, más listos.
Tal vez en ese momento el tiempo haya sanado lo suficiente para permitirnos mirarnos sin dolor.
Pero mientras tanto, solo me queda aceptar lo que siento y dejar que la vida siga su curso.
Porque hoy sentí el peso de extrañarte.
Y aunque me duela admitirlo, te sigo amando… eternamente.