El amor que sentí de ti

Capítulo 21 — El silencio también duele.

Y aunque todavía no te hayas ido del país, me duele como si ya lo hubieras hecho.
Hay días en los que siento tu ausencia aunque sigas aquí, en el mismo lugar, respirando el mismo aire.
Me duele saber que ya no me ves como antes, que tus ojos ya no brillan cuando me miras, que tus palabras ya no suenan igual.
Me duele que ya no me contestes los mensajes, que dejes en visto lo que antes respondías con risas, con cariño, con ganas.

Me pesa demasiado que ya no te preocupes por mí, que ya no preguntes nada, que no te intereses por saber cómo estoy, si dormí bien, si comí algo, si sigo con esos sueños tontos que siempre te contaba.
Antes, cualquier excusa era buena para hablar. Ahora, cualquier palabra se siente forzada.

Y a pesar de todo… acá sigo.
Sigo escribiéndote.
Sigo buscándote en pequeños gestos, en mensajes que no envío, en canciones que hablan de ti.
Preguntándote cosas que ni al caso, solo para ver si contestas, solo para sentir que todavía hay un poco de ti aquí, que aún queda algo que no se ha ido del todo.

Hoy te quise escribir.
Tenía el celular en la mano, las palabras en la punta de los dedos, el corazón temblando.
Escribí un mensaje, lo leí una y otra vez… y al final lo borré.
Lo borré porque sabía que no ibas a contestar, porque no quería volver a sentir ese vacío que dejan tus silencios.
Y dolió, dolió más borrar las palabras que quedarme callada.
Porque en cada letra que no te envié se me fue un pedacito de lo que aún me quedaba de fuerza.

Me toca ponerme una máscara para ser fuerte, porque no lo estoy siendo.
Sonrío, hablo, río… pero nada se siente igual.
Por dentro me estoy desmoronando poquito a poco, intentando aparentar que estoy bien, cuando lo único que quiero es escribirte y contarte mi día, como antes.
Quiero contarte que escuché nuestra canción, que pasé por el lugar donde nos reímos tanto, que vi una película y pensé en ti.
Pero me detengo, me trago las ganas, porque ya no eres esa persona que espera mis mensajes con emoción.

A veces pienso que el silencio pesa más que la distancia.
Porque uno puede acostumbrarse a no ver a alguien, pero no a que deje de importarle.
Y eso es lo que más duele: sentir que ya no soy parte de tus pensamientos, que ya no estoy en tus planes, que tu vida sigue y yo me quedé aquí, esperándote en un lugar donde ya no volverás.

Y mientras tú te preparas para irte, yo trato de prepararme para soltarte.
Pero no sé cómo hacerlo.
No sé cómo se deja ir a alguien que todavía vive dentro de ti, en cada rincón, en cada recuerdo, en cada palabra que no se olvida.
Intento convencerme de que es lo mejor, que esto también pasará, que todo dolerá menos con el tiempo.
Pero la verdad es que no sé si el tiempo pueda curar lo que nunca se rompió del todo, sino que simplemente se quedó suspendido en el aire.

El silencio se ha vuelto mi compañía, pero no de las buenas.
Es ese ruido que no se apaga, esa presencia invisible que me sigue a todas partes.
A veces, cuando cierro los ojos, juro escuchar tu voz, reírte, o imaginarte escribiéndome algo como antes.
Pero cuando los abro, solo está el vacío.
Un vacío tan grande que me traga por dentro.

No sé cómo dejar de esperarte.
Ni cómo dejar de escribirte, aunque sea solo en mi cabeza.
No sé cómo enseñarle a mi corazón que ya no debe latir al ritmo del tuyo.
Pero sé que, de una forma u otra, tengo que hacerlo.
Porque seguir queriéndote así, en medio del silencio, también duele.
Duele tanto que a veces no puedo respirar, pero aun así sigo aquí, aprendiendo poco a poco que amar también es aceptar la ausencia.

Y aunque el mundo siga, y la vida avance, sé que una parte de mí siempre va a extrañarte.
No por costumbre, sino porque fuiste hogar, y los hogares no se olvidan.
Solo se cierran con la esperanza de que algún día, quizá, las puertas vuelvan a abrirse.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.