Ha pasado un año desde que te fuiste.
Doce meses que se sintieron eternos al principio, pero que poco a poco aprendí a llenar con otras cosas, con otras risas, con otras rutinas.
El dolor ya no es el mismo. A veces apenas lo siento, otras veces regresa de repente, como una ola suave que me recuerda que hay cosas que no se olvidan, solo se aprenden a mirar sin llorar.
Hoy fue un día cualquiera.
Salí con mis amigos, caminamos por calles que todavía no me sé de memoria, en una ciudad que poco a poco empiezo a llamar hogar.
Entramos a una cafetería pequeña, de esas donde el aroma a café parece abrazarte, y mientras hablábamos de tonterías, sentí una presencia que me hizo girar.
Y ahí estabas.
Parado frente a mí.
El tiempo no había pasado en tus ojos, aunque todo lo demás sí.
Por un momento ninguno de los dos dijo nada. Nos quedamos viéndonos, como si tratáramos de confirmar que éramos reales, que no era uno de esos recuerdos que todavía me visitan cuando cierro los ojos.
Y sin decir palabra, te acercaste y me abrazaste.
No fue un abrazo largo ni perfecto, pero sí fue el más sincero.
En ese instante, todo lo que dolió, todo lo que callé, todo lo que escribí sin enviarte… pareció quedarse suspendido en el aire, como si el tiempo hubiera hecho una pausa solo para nosotros.
—¿Cómo has estado? —me preguntaste al fin, con esa voz que aún reconocería entre mil.
No supe qué responderte.
Solo sonreí, y te dije que estaba bien. Que la vida había seguido, que aprendí a estar sola, que ya no me dolía como antes.
Y no mentí… al menos no del todo.
Hablamos por horas.
De ti, de mí, de lo que vino después, de los caminos que tomamos para seguir adelante.
Reímos recordando cosas que creía olvidadas.
Por un momento, fue como si el año entero se hubiera borrado, como si el destino solo nos hubiera separado un rato para enseñarnos lo que éramos capaces de soportar.
Y cuando el sol empezó a caer, el silencio volvió a colarse entre nosotros.
No como antes, no como un peso… sino como una pregunta.
Esa que ninguno se atrevió a hacer, pero que los dos entendimos sin decir nada:
¿Será que todavía hay algo?
¿Será que el hilo nunca se rompió del todo?
Te miré una última vez.
Y tus ojos, esos mismos que un día dejaron de brillar por mí, volvieron a hacerlo, solo un poco.
Y en ese instante supe que, aunque la vida nos había llevado por caminos distintos, algo en nosotros seguía intacto.
Algo que ni el tiempo ni la distancia habían podido borrar.
Y no sé si el destino nos está dando otra oportunidad o solo una despedida más suave.
Pero mientras te alejabas y volteaste a mirarme una vez más, sentí que esta historia… todavía no termina.
Solo está respirando, esperando el momento de volver a empezar.