El amor Secreto de Bob y Calamardo

MIRAME

Esa noche, el Crustáceo Cascarudo cerró más temprano. La ciudad estaba tranquila, el mar más azul de lo usual… pero yo sentía un nudo en el pecho desde que llegué.

Calamardo ni me miró en todo el turno. Me hablaba como si le costara pronunciar mi nombre. Como si mi sola presencia lo irritara.

Y ya no podía más.

Esperé a que Don Cangrejo se marchara. Luego lo vi guardar la caja registradora, como siempre hacía. Sus movimientos eran lentos. Cansados. Pero sus ojos… seguían evitando los míos.

Me acerqué. Mis pies no temblaban, pero algo dentro de mí sí.

—¿Puedo hablar contigo un momento? —le dije, bajito.

—Si vas a decir alguna tontería, ahórratela. Estoy ocupado.

—No lo estoy preguntando —dije con firmeza.

Eso lo hizo detenerse. Me miró. Por fin. Pero no con ternura. No con deseo. Con ese escudo de frialdad que tanto le gustaba levantar.

—¿Qué pasa contigo, Calamardo? —pregunté, dando un paso más. Ya estaba cerca. Lo suficiente para escuchar cómo su respiración se aceleraba.

—¿Qué te hice para que me trates así?

Él bajó la mirada por una milésima de segundo. Dudó. Lo vi.

Y luego, levantó esa armadura de nuevo.

—¿Tú? —rió con amargura—. Me haces la vida imposible con tu voz chillona, tu risa tonta, tu forma de seguirme como un perrito mojado.

—¿Y entonces por qué no puedes dejar de mirarme cuando crees que no veo? —repliqué con los ojos clavados en los suyos.

Silencio.

Podía escuchar cómo tragaba saliva.

—¿Qué es lo que te pasa conmigo… de verdad?

Calamardo apretó los puños. Respiró hondo. Y finalmente lo dijo:

—Me das asco, Bob.

Las palabras me cayeron como una piedra al fondo del mar.

Él se giró, como si escapara de lo que acababa de decir. Como si decirlo lo hubiera destruido por dentro.

Yo me quedé ahí. Quieto. Herido.

Pero en su espalda tensa, en sus pasos apresurados, en la forma en que no se atrevía a mirarme de nuevo… entendí algo.

No era odio. Era miedo.

Y esa era una batalla que Calamardo aún no estaba listo para perder.

La caminata de regreso a casa nunca se me había hecho tan larga.

Las calles de Fondo de Bikini estaban vacías, tranquilas, como si el mar se hubiera callado por respeto a mi silencio. No escuchaba más que el sonido de mis propios pasos… y el eco cruel de sus palabras.

“Me das asco, Bob.”

No había forma de que eso no doliera.

Entré a mi piña con las manos temblando. Gary salió a recibirme, ronroneando suavemente, pero al verme… se detuvo. Incluso él lo notó. Mi tristeza era un oleaje que lo inundaba todo.

—No quiero hablar, Gary. No esta vez.

Subí a mi cuarto a oscuras. Ni siquiera encendí la lámpara de medusa que siempre me hacía reír. Me tiré sobre la cama y me abracé a la almohada como si fuera lo único que me quedaba.

Y entonces, simplemente, lloré.

Lloré sin risa. Sin canciones. Sin arcoíris.

Solo lágrimas silenciosas de quien creyó ver algo verdadero en una mirada, y terminó clavándose una daga con el reflejo.

¿Por qué me dolía tanto?

¿Por qué… incluso ahora… quería volver a mirarlo?

—Se acabó —susurré con la voz temblorosa.

Me senté en la cama, limpiándome los ojos con fuerza. Como si pudiera borrar todo con eso.

—No más, Bob. No vas a suplicar por amor. No a alguien que no te quiere. No a alguien que…

La voz se me quebró.

—… que dice que le das asco.

Me abracé las piernas, acurrucado. Las lágrimas seguían cayendo.

Pero hice una promesa.

Una promesa en voz baja, como un pacto con mi corazón:

—A partir de mañana… me voy a olvidar de Calamardo. Te lo juro, Bob. Te vas a olvidar de él.

Cerré los ojos. No con esperanza. Sino con cansancio.

Y esa noche, por primera vez, soñé con un Calamardo que no me miraba.



#14398 en Otros
#4287 en Relatos cortos
#3694 en Fanfic

En el texto hay: amigos, drama, alcohol

Editado: 17.06.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.