Ari
Mentalmente no estaba preparada para algo así, aunque pareciera y dijera que no tenía miedo de la gente que me había hecho daño en un pasado y, obviamente no arruinaría nuestra estadía en Japón, así que cuando la vi vestida de camarera me sorprendió, Kayo actuó de inmediato, tomando a Kenji y yo a Satoru; Taki se paró de inmediato, tratando de alejarla, pero solo moví mi mano y el entendió la señal.
No me pondría a hacer un escándalo, ya había pasado en la mañana con ese criminal y, aunque estuviera delante de esa mujer, mis hijos ya se fijaban en todo y no podía quedar como una cobarde y esto me ayudaría a soltar a esa mujer, a la que fingía ser santa.
–No, no vengo a hacer daño– expresó en tono lastimero.
Marco se levantó de su asiento y la tomó de la mano en señal de alejarla, no de una manera brusca, sino pasiva.
–No tendrías por qué hacerlo, nadie te debe nada… menos yo ni mi familia, el pasado queda atrás, por eso se le llama así… pasado.
–Yo… ahora me cuesta demasiado sobrevivir, mis padres me dieron la espalda después de pasar en la cárcel un año y meses, así que ahora dependo de lo que trabajo como camarera… solo vengo a atender su orden, nada más.
Realmente la voz de la chica se escuchaba arrepentida, pero a mí ni eso me convencía, aunque la haya perdonado no dejaba de darme pánico y menos ahora que mis hijos estaban de por medio.
–Lamentamos mucho tus decisiones del pasado, ahora sólo toca afrontar las consecuencias– exclamó Taki, sacando la billetera y pagando la cantidad que habían pedido por cerrar el lugar.
–¡no, Nakamura-San, ¡por favor! –dijo el dueño del restaurante, mientras que todos lo vimos sin quitar los ojos sobre la situación.
–Con esto cubro los servicios prestados, no tenemos nada en contra de la mujer de allá ni mucho menos de su excelente recinto… es solo que tenemos otro compromiso, buen día– Taki tomo a Satoru de mis brazos, Marco a Kenji y Kayo, pero yo no podía estar huyendo todo el tiempo, porque si quería estar en Japón apoyando a mi futuro esposo, debía de ser fuerte por los cuatro.
Taki sabía lo que debía hacer, saliendo con todos hacia el auto, amaba que con la mirada dijéramos todo y él me tuviera confianza; estando cara a cara con esa mujer que casi se me lleva la vida y deja a mis hijos sin un futuro estable, ahora era diferente, muy diferente a como era cuando paso lo del engaño y el secuestro.
Ella se puso nerviosa, su rostro estaba muy desmejorado, su piel era áspera, ya no quedaba nada de esa muñeca de porcelana que me había intimidado en el ático aquella vez que drogo a Taki, aquella mujer que con soberbia y avaricia me vio esa vez por encima del hombro.
Todo tenía su final, días de suerte ya no había y eso era seguro para quienes habían hecho daño sin justificación alguna.
–Yo... perdóname, Ariadna, sé que con esto no solucionaré ni compensaré lo que te hice en un pasado, pero ahora solo sobrevivo porque quiero cambiar y eso estoy haciendo, desde la miseria.
–Hace mucho tiempo te perdoné Akira… pero te advierto algo… ¡con mis hijos, no! Te dejo esto remarcado porque, a veces, ni siquiera la miseria nos quita la peor versión de nosotros mismos.
Ella me vio asustada, mi sangre se había helado, pero no se había bajado a mis pies, debía de ser fuerte y repetirlo hasta que no se le olvidara que, de nuevo no intentara ni por un milímetro de segundo, pensar en tratar de hacerme daño y menos a mis hombres.
Ya no estaba sola.
Se acerco a mi sutilmente con ojos aguados, pero ya habían sido muchas mentiras y yo ya sabía identificarlas, con el tiempo en terapia, me di cuenta de un perfil del que yo misma había atravesado…
–Tú ganas, muñequita… sigues teniendo ese cabello de muñeca vieja y, el imbécil de Taki sigue siendo ese imbécil blandengue, dominado por su estúpida y enferma mujer. ¡patéticos!
Sabía que esa faceta de arrepentida era sólo una pantalla, y, quien no la conociera que la comprara.
Cuando recapacité, ya tenía su cuello en mi mano, apretando con una fuerza abismal, no sé en qué momento pasó, pero mi boca escupía veneno, de ese que hasta arde de la fuerza con la que lo sacas de tu lengua para herir, para dañar y, a veces para proteger lo que es tuyo y te pertenece.
–Nunca podrás ser feliz con nadie, jamás, después de lo que le hiciste a dos hermanos que, a pesar del tiempo habían creado un lazo inquebrantable, de ser amigos a ser enemigos, una mujer déspota, agria y mala, jamás, nunca probarás una pizca de lo que YO si tengo, aunque intentes hacer daño, así quedaras; como un intento frustrado, así que de una vez te digo Akira, cada que escuches mi nombre o el nombre de mis hijos retumbar en todo Tokio, huye, escóndete porque no seré benevolente contigo, ni mucho menos tendré compasión de los tuyos, porque así como le destruiste el corazón a Taki, así será la desgracia que caiga sobre ti… espera sentada el Karma, porque cuando llega, bota, y no tendrás de donde agarrarte.
Solté su cuello, nadie se metió, ella estaba roja, casi morada, cayendo al suelo como lo que era, un trapo viejo e inservible.
Las segundas oportunidades existían, pero no eran para todos y menos para los que querían interferir en la vida próspera de los demás; entendí ahí mismo que, lo que no te mata, te hace más… fuerte.
Caminé hacia el auto, mi futuro esposo estaba allí, parado fuera del auto, se veía tan guapo con ese traje ejecutivo y esos lentes de sol, sus zapatos prolijamente bien estilizados y, lo que más me ponía cachonda, era su altura tan perfecta.
Sonreí al verlo, sabía que había superado en ese preciso momento todo lo que me atormentaba y, ahora era libre, libre para amar sin miedos y lista para mi boda, para dar el “sí, acepto”, en un altar lleno de lirios, donde mis hijos estuvieran vestidos iguales y de etiqueta, donde mi familia y la familia de mi amado estuvieran unidos viendo lo felices que éramos y que nada en el mundo iba a separarnos.
Editado: 02.10.2024