Hay historias que comienzan con un encuentro.
La nuestra comenzó con un choque: dos vidas opuestas colisionando con la fuerza de algo que ninguno de los dos sabía nombrar.
Jam Walker, con su caos disfrazado de calma, y yo, Isabel Reinsher, con mis miedos disfrazados de firmeza.
Éramos dos mundos que nunca debieron cruzarse… pero lo hicieron.
Y desde ese instante, nada volvió a ser igual.
A Jam lo conocí como se conocen a los huracanes: sin querer, sin aviso, sin preparación.
Llegó con esa mirada suya que parecía verlo todo y esconderlo todo al mismo tiempo.
Traía sombras en los hombros, secretos en la voz y un tipo de dolor que no se dice en palabras.
Aun así, había una luz extraña en él, una chispa peligrosa que me atraía incluso cuando mi razón me rogaba que me alejara.
Yo no fui mejor.
Llegué a su vida con una sonrisa que tapaba grietas, con una disciplina que ocultaba el cansancio, con una armadura tan bien puesta que nadie notaba el peso que cargaba.
Creí que podía mantenerme intacta.
Creí que podía controlarlo todo.
Hasta que él me miró… y descubrí lo frágil que era mi fortaleza.
Dicen que el amor sana.
Dicen que el amor salva.
Pero con nosotros no fue así.
Con nosotros el amor ardió.
No fue un fuego tierno; fue un incendio.
Uno que empezó con destellos: una conversación que se prolongó más de lo debido, un roce accidental que nos dejó sin aliento, una discusión que reveló que ninguno de los dos sabía cómo rendirse.
Éramos dos llamas distintas intentando encenderse sin consumirnos.
Pero el fuego no entiende de límites.
Jam tenía una oscuridad que me asustaba… y aun así, me quedaba.
Yo tenía una luz que él deseaba… pero también lo hería.
Nos buscábamos como si fuéramos la respuesta, cuando en realidad éramos la pregunta que ninguno sabía resolver.
Hubo noches en las que pensé que lo nuestro podía salvarse.
Que bastaba con querer.
Que bastaba con aguantar.
Pero el amor, cuando arde demasiado, no ilumina: quema.
Y empezamos a sentirlo en la piel, en la voz, en los silencios.
Él intentando protegerme de sí mismo.
Yo intentando rescatarlo de un pasado que nunca fue mío.
Ambos perdiéndonos sin querer.
Aun así, hubo momentos que guardo como tesoros entre las cenizas:
la vez que Jam me dijo mi nombre como si fuera un refugio,
la primera noche que me atreví a llorar frente a él,
la sonrisa que le vi cuando creyó que nadie lo miraba.
Esos pequeños instantes fueron pruebas de que, pese al caos, pese al dolor, algo verdadero nos unía.
Algo que tal vez, en otra vida, habría funcionado.
Pero esta no era esa vida.
Esta es nuestra historia:
la de un amor que no nació para ser perfecto, sino para enseñarnos quiénes éramos realmente.
Un amor que nos mostró nuestras versiones más brillantes y nuestras sombras más profundas.
Un amor que no terminó porque se acabó… sino porque nos consumió.
Jam Walker e Isabel Reinsher.
Dos nombres que se cruzaron como dos brasas en la oscuridad.
Dos destinos que ardieron juntos, aun sabiendo que el fuego podía destruirlos.
Y aun así, si me preguntas si valió la pena…
Sí.
Porque hay incendios que, aunque te quemen, también te obligan a renacer.
Bienvenido a esta historia.
Bienvenido a lo que fuimos.
Bienvenido al fuego que casi nos destruye… y que al final nos enseñó a sobrevivir.