Jam Walker
Detesto los lugares llenos.
Detesto los ojos que miran demasiado.
Y detesto, sobre todo, cuando la gente se inventa historias sobre mí sin conocer ni la mitad.
Por eso no me senté en cualquier lado.
Por eso me senté con ella.
La había visto desde que llegué.
Siempre sola. Siempre en su mundo. Siempre con esa forma de morder el labio cuando no entendía algo o cuando algo la inquietaba.
Era tranquila, sí.
Pero no aburrida.
Había una calma peligrosa en ella, de las que guardan tormentas.
—¿Está ocupado? —pregunté sin necesidad real de preguntar.
Ella levantó la mirada.
Y ahí estuve perdido.
Tenía ojos que decían más de lo que ella estaba dispuesta a admitir.
Ojos cansados, pero fuertes.
Ojos que parecían pedir ayuda sin quererla.
—No —respondió.
Me senté.
No pensé hablarle. Pensé que al sentarme ya había hecho suficiente. Pero el silencio entre los dos era tan pesado que terminé rompiéndolo.
—Te he visto —le dije.
Ella no dijo nada especial.
Pero su incomodidad…
su nerviosismo…
me hicieron querer quedarme un poco más.
—Soy Jam.
—Isabel.
—Lo sé.
Y lo sabía.
Porque la había observado más de lo que debería.
Porque desde que llegué, había algo en ella que me llamaba, aunque yo no tenía intenciones de acercarme a nadie.
La clase no me importó. Yo solo escuchaba el sonido suave de su pluma o el suspiro que soltaba cuando algo la frustraba.
Cuando terminó la clase, me acerqué lo justo a ella.
—Nos veremos luego —dije.
Y mientras salía, lo supe:
Isabel Reinsher era el tipo de persona que me podía derrumbar con una sola mirada.
Y aunque eso debería haber sido suficiente para mantenerme lejos…
Ya era tarde.
Muy tarde.