Isabel
No soy de las que se obsesionan con alguien por una conversación.
No soy de las que fantasean con un “nos veremos luego” que probablemente no significa nada.
No soy de las que se fijan en chicos que parecen problemas disfrazados de persona.
O eso creía.
Después de esa clase, todo el día me sentí alterada sin motivo. No podía concentrarme. Me equivocaba al escribir. Leía la misma frase tres veces sin entender. Y cada vez que cerraba los ojos, veía los suyos.
“Nos veremos luego.”
¿Quién dice eso con tanta seguridad?
¿Quién habla como si lo que dice fuera ley?
La tarde llegó y, aunque intenté ocuparme, no pude. Había algo debajo de mi piel, un cosquilleo extraño, como una advertencia. Como si algo estuviera por pasar.
Y pasó.
Lo encontré en la salida de la universidad, recostado contra una pared como si perteneciera a ese lugar, como si el mundo a su alrededor no existiera. Tenía las manos en los bolsillos y la mirada fija en el piso, hasta que yo pasé.
Y cuando levantó la mirada…
sentí que el aire se me congelaba.
—Te dije que nos veríamos luego —dijo.
No supe qué responder.
Él caminó hacia mí. No rápido. No lento. Solo lo suficiente para que sintiera que podía alejarse si quisiera.
Pero no me moví.
—No sueles hablar con nadie —añadió.
—No… normalmente no.
—¿Y por qué hablaste conmigo?
Tragué saliva.
Yo también quería saberlo.
—No lo sé —respondí, siendo brutalmente honesta.
Por primera vez, él sonrió. Una sonrisa tan leve que casi no se vio, pero suficiente para desarmarme.
—Yo sí lo sé —dijo.
—¿Ah, sí?
—Porque aunque quieras esconderte… no sabes hacerlo del todo.
Sentí el corazón descontrolarse.
No sé si por la frase.
Por su voz.
O por el hecho de que él había visto algo en mí que yo misma evitaba reconocer.
—Isabel —dijo, y escuchar mi nombre en su voz… dolió y sanó al mismo tiempo—. No quiero asustarte. Pero tampoco voy a fingir que no me importas.
No dije nada.
No podía.
Él dio un paso atrás, como si me diera espacio.
—Si no quieres volver a hablarme, no lo haré. Pero si quieres… si te atreves… estaré aquí.
Y entonces se fue.
Sin presionar.
Sin insistir.
Dejándome con un peso en el pecho que no sabía si era miedo… o expectativa.
Ese día entendí que no importa cuánto intente mantener mi vida en orden.
Hay personas que llegan para quemarlo todo.
Y Jam Walker…
parece hecho de fuego.