El amor te quita las alas.

No tomes la poción amorosa.

🖤 Capítulo 1
No tomes la poción amorosa

›Regla número uno para sobrevivir en el mundo humano: no tomes café con alguien que te haga reír más de tres veces seguidas. Es una trampa. Una poción. Un conjuro disfrazado de conversación casual.

Yo lo sabía.
Y aún así, ahí estaba: sentada frente a Andrés, con un cappuccino en la mano y una sonrisa que no me pertenecía. La mía, no la de él. La de él era suya, brillante, humana, y muy pero muy peligrosa. La mía era un error de no poder controlar mis músculos faciales.

—¿Estás bien? —preguntó, ladeando la cabeza como un cachorro confundido.

—Sí. Solo estoy pensando en formas de fingir mi muerte para evitar esta conversación.

—¿Tan mal te caigo?

—Peor. Me caes bien —dije riendo.

Silencio.
Él se rio. Yo dejé de hacerlo.

Porque cuando un hada se ríe demasiado con un humano, las alas tiemblan. Y las mías ya llevaban semanas vibrando como si alguien estuviera tocando un violín desafinado en mi espalda.

Andrés no lo sabía, claro.
No sabía que yo era un hada.
No sabía que cada vez que me miraba con esos ojos de “te entiendo”, una parte de mí se derretía y otra se quería lanzar por la ventana.

No sabía que si me enamoraba de él, perdería mis alas.

Y no en sentido figurado. Literalmente. Puff. Alas fuera. Adiós magia. Hola impuestos y ansiedad. ¡Genial!

—¿Qué pasa por tu cabeza ahora mismo, Luna? —insistió.

—Mm, un dragón. Y tu montado encima, gritando “¡vamos a morir!"

—¿Eso es bueno o malo?

—Depende. ¿Te gustan los finales trágicos?

Él se rio otra vez.
Y yo, por dentro, maldije a Cupido, a las leyes del Reino Oscuro y al algoritmo que decidió que mi mejor amigo tenía que ser justo el humano que me haría romper mi única promesa: no enamorarme.

Porque si hay algo que aprendí en mis 327 años de existencia es que el amor no es un cuento de hadas.

Es una trampa con glitter. Y yo ya estoy cayendo.

Salí del café con la misma energía que se tiene al abandonar una reunión familiar donde te preguntan por tu vida amorosa: fingiendo que todo está bien, pero con ganas de prenderle fuego al universo.

Mi estudio estaba a tres cuadras. Lo llamé Noctis Ink porque “Tatuajes Lunarios para almas rotas” no cabía en el cartel.

Me detuve en la entrada y fijé mi mirada en el. Era mi refugio. Mi templo. Mi excusa para no interactuar con humanos más de lo necesario.

Excepto Andrés.
Maldito Andrés.

Entré, encendí las luces tenues, y el olor a tinta, incienso y desilusión me recibió como siempre.
Mis alas vibraron. No se veían, claro. Solo cuando estoy emocionalmente alterada.

Y hoy estaban haciendo breakdance.

Me senté frente al espejo.
Me miré.

Mi piel blanca, mis ojos verdes, mi cabello negro como la noche sin luna. Parecía una gótica con cara de “no me hables” y alma de “por favor, entiéndeme”.

Pero soy una hada exiliada que aprendió a tatuar porque era lo más parecido a hacer magia sin que te quemen en la plaza.

Viviendo entre humanos, mientras que la tecnologia avanza más rápido que la propia mente de la mayoría. Así que aprendí viendo tutoriales en YouTube. Y practicando en frutas. Y en un exnovio que pensó que “un dragón en la espalda” era sexy.
Spoiler: no lo era.
Pero gracias a él, descubrí que podía canalizar emociones en la tinta, porque en cada trazo, cada línea, cada sombra… era una forma de liberar lo que no podía decir.

Y así fue como conocí a Andrés. Un día entró al estudio buscando un diseño de constelaciones. Pero yo le dije que eso era muy cliché.

Él me respondió:

—¿Y si le ponemos un gato astronauta?

Me reí. Él también. Y ahí empezó el desastre.

—¿Tú crees en la magia? —me preguntó mientras yo dibujaba.

—Solo cuando el café no se acaba.

—¿Y en el amor?

—Solo cuando no es mío.

Me miró como si acabara de leerle la mente. Y desde ese día, volvió. Cada semana. A veces para tatuarse o algún amigo de él. A veces para hablar y a veces solo para sentarse en silencio mientras yo dibujaba demonios con alas rotas.

Y sin darme cuenta, se volvió mi mejor amigo. El humano que me hacía reír. El humano que me hacía sentir y el humano que podía quitarme las alas.

Pero a veces me pregunto si el Reino Oscuro aún me recuerda. Si entre sus bosques encantados y sus lagos que susurran secretos, alguien murmura mi nombre como advertencia.

“Noctis, la que rompió el pacto.”
La que eligió sentir.
La que eligió perder.

Porque en mi mundo, el amor no es un derecho.
Es una condena. Es como una promesa que se paga con alas.

Y yo… yo ya estuve enamorada una vez. No de Andrés. De otro, de mi misma especie. De alguien que me prometió que el amor era libertad. Y me dejó sin cielo.

Desde entonces, vivo aquí, donde duele menos. Entre humanos. Entre cafés, tatuajes y playlists que repiten las mismas frases como hechizos modernos. Me escondo en la rutina.
Me disfrazo de sarcasmo y me protejo con tinta.

Pero Andrés...

El pobre Andrés no sabe que cada vez que me llama “Luna”, una grieta se abre en mi pecho. Él no sabe que ese no es mi nombre. No sabe que si me toca el alma, me desintegro.

Y justo hoy, recuerdo que mientras cerraba el estudio y apagaba las luces, una mariposa negra se posó en el cristal.

Pero eso solo significa una cosa.

Alguien está a punto de romper una promesa.



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En el texto hay: comedia fantasia misterio romance, humor negro

Editado: 31.10.2025

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