El amor te quita las alas.

El humano que no debía gustarme.

🖤 Capítulo 2
El humano que no debía gustarme

> Hay cosas que una hada exiliada no debería hacer:

1. Enamorarse.
2. Tatuar humanos con magia emocional.
3. Comer empanadas de queso a las 3 a.m. creyendo que no va a pasar nada.

Yo ya hice las tres. Y bueno la tercera fue la peor.
¡Mentira! ¿a quien quiero engañar?
Es la primera, porque la tercera solo me dio acidez.
Y es la primera me está quitando las alas.

Andrés volvió al estudio al día siguiente. Con su chaqueta vintage, su sonrisa de “no sé qué hago pero lo hago bien” y una bolsa de pan de guayaba que me lanzó como si fuera un hechizo de reconciliación.

—Te traje esto. Para que no me odies mi amada Luna.

—¿Y si te odio con hambre? ¿crees que no puedo hacerlo sin ella?

—Entonces me como los panes.

—Eso sí sería imperdonable, ya son míos.

Se sentó en el sillón de tatuajes como si fuera su sofá personal. Sacó su cuaderno de bocetos. Y empezó a dibujar. Yo fingí que no lo miraba. Pero lo miraba. Es que ¿como dejar de mirar a semejante monumento?

—¿Sabías que los gatos pueden ver fantasmas? —me soltó, sin contexto, ni siquiera estamos en halloween, así que decidí seguirle la corriente.

—Y ¿Sabías que yo soy un fantasma con alas?
—¿Eso es una metáfora o una confesión? —preguntó levantando su mirada hacia mí.

—Depende. ¿Te gustan las hadas?

Silencio.

Él seguía mirándome y yo me arrepentí. Pero ya era tarde.

—¿Tú crees que si fueras un hada, yo lo sabría? —preguntó, medio en broma, medio en serio.
—No. Porque los humanos no ven lo que no quieren ver.

—¿Y tú quieres que yo lo vea?

—No. yo solo quiero que me dejes comer en paz mis panes, loquito.

Se rió. Otra vez.

Y yo, otra vez, sentí ese temblor en la espalda.

Las alas. Las malditas alas.

Me levanté. Fui al rincón donde guardo los frascos de tinta. Uno de ellos brillaba. El que usé con él la primera vez. El que tiene trazos de magia emocional y el que no debería existir.

Porque cuando lo conocí, no pensé que sería mi mejor amigo. Pensé que era otro humano con ideas estéticas y cero profundidad.

Aún recuerdo ese día tercer día que entró al estudio con una camiseta que decía “Diseño es destino” y yo casi lo saco por la ventana.

—Quiero un tatuaje de constelaciones —dijo.

—¿Y también quieres que te digan que eres especial por tenerlo? Sí que te encantan esas cosas —murmure.

—No es eso, es solo que quiero que me recuerde que todo está conectado.

—¿Incluyendo tu ego?

—Incluyendo el mío. Y el tuyo.

Me reí. Él también. Y desde ese día, no se fue, porque nuestra conexión se volvió más cercana, aparte de que se volvió él único que se reía con mis chistes malos.

Han pasado cinco días desde el último café.
Cuatro desde que me dijo “te extraño” por mensaje.
Tres desde que soñé con él y me desperté con las alas vibrando.
Dos desde que Sofía me lanzó sal marina en la cara gritando “¡eso no es amor, es brujería hormonal!”.

Y uno desde que decidí ignorar todo y seguir tatuando como si no estuviera al borde del colapso emocional.

Pero Andrés volvió hoy. Esta vez con una caja de galletas, un playlist de canciones que “le recuerdan a mí” y una sonrisa que debería estar prohibida por el Ministerio de Defensa Emocional.

—¿Te molesta si me quedo un rato? —preguntó, como si no supiera que ya tenía su taza personalizada en mi estudio.

—Solo si prometes no hablar de tus sentimientos.
—¿Y si hablamos de los tuyos?

—Entonces te tatuaré un cactus en la frente de color morado.

Se rió como siempre lo hace.

Otra vez, sí, otra vez. Yo, estaba ya con mi típico cosquilleo.

Ese cosquilleo que siento en la espalda, en las alas.

En Las malditas alas. Ya no vibran. Ahora se estremecen como si supieran que el final se acerca.

Se sentó en el suelo, como siempre. Sacó su cuaderno y empezó a dibujar. Yo fingí que no lo miraba, algo que siempre hacía. Pero si lo miraba.
Como se mira una vela encendida en medio de una tormenta: con miedo, con esperanza, con ganas de apagarla y abrazarla al mismo tiempo.

—¿Sabías que los humanos solo usan el 10% de su corazón? —dijo, sin levantar la vista.

—¿Y el otro 90%?

—Lo guardan para alguien que nunca llega.

—Qué dramático —dije frunciendo mi ceño.

—Qué real.

Después de eso el silencio se hizo presente cuando una chica llegó. Así que después de escucharla, empecé a tatuar. Una serpiente enredada en una rosa. Símbolo de amor venenoso.

Mi especialidad.

Andrés se levantó y se acercó. Me miró como si pudiera leerme. Como si supiera que detrás de mi delineador negro y mi sarcasmo había una historia que no quería contar.

—¿Alguna vez te enamoraste? —preguntó.

—Sí —mi respuesta fue más seca que una hija de otoño.
—¿Y qué pasó? —pregunto como un niño curioso.

—Me rompieron las alas.

No dijo nada. Solo me miró. Y en ese momento, lo supe. Andrés era demasiado encantador para mi paz mental.

Y yo…
Yo estaba demasiado rota para su tipo de amor.

Porque Andrés es el humano que no debía gustarme

A veces me pregunto si el universo tiene sentido del humor… O si simplemente le gusta verme perder.

Porque justo cuando crees que estás a salvo, aparece alguien con una sonrisa que desactiva tus defensas, una voz que suena como conjuro, y una mirada que no pregunta, pero lo sabe todo.

Andrés no es peligroso porque sea humano. Es peligroso porque me hace olvidar que no lo soy.

Y si sigo así… Voy a terminar haciendo lo que juré nunca repetir.

Enamorarse no es el problema. El problema es que esta vez… podría hacerlo con los ojos abiertos. Y no se si quiera sentirlo de nuevo.



#1912 en Otros
#595 en Humor
#1347 en Fantasía

En el texto hay: comedia fantasia misterio romance, humor negro

Editado: 14.11.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.