El amor te quita las alas.

Café, sarcasmo y señales malditas.

🖤 Capítulo 4
Café, sarcasmo y señales malditas

Los siguientes días me limite a observar a mi querido amigo, porque es que Andrés había estado... extraño.

Esos sueños vívidos donde él creía que tenía alas, antojos repentinos de néctar de campanilla azul y, la semana pasada, estornudó una nube de escarcha que casi congela su latte.

Él lo atribuía al estrés. Yo sabía la verdad: la tinta no solo estaba buscando a su alma gemela humana; al tener mis lágrimas, había anclado al pobre mortal, de una forma completamente estúpida, hilarante y contraproducente, a mí.

Estaba convencida de lo que mi madre me decía

"El amor, a veces, es solo la magia equivocada en el momento menos oportuno."

Hoy era un día viernes, que debería de ser algo relajante en vista de que mañana es fin de semana. Andrés, ajeno a mi crisis interna de hada exiliada y a mi culpa de haberlo condenado a soñar con campanillas, tomó el último sorbo de su café con leche. Estábamos en la cocina, a las ocho de la mañana. Nuestro ritual de estos últimos dos meses.

—¿Sabes qué es lo más surrealista de mis sueños últimamente, Luna? —preguntó Andrés, dejando la taza en el fregadero.

—¿El qué? —Intenté sonar despreocupada mientras repasaba mentalmente el hechizo de desvinculación más potente de mi abuela.

Spoiler: requería el sacrificio de un unicornio. Y eso no era viable.

—Que siempre huelo a algo muy dulce. Como miel con un toque picante. Hoy, lo sentí hasta en la yema de mis dedos.

Andrés tomó una servilleta de papel y se limpió un poco de espuma de leche que le había quedado sobre el labio superior. Lo hizo con su gesto mundano de siempre, el de un humano que solo piensa en el tráfico de la mañana, no en si tiene alas invisibles.

Pero en ese instante, en el contacto de sus dedos con su boca, la magia de la tinta reaccionó.
La mota de espuma de leche en el labio de Andrés, ese residuo de su vida simple y ordinaria, no desapareció. En cambio, se solidificó en una diminuta, perfecta y brillante campanilla azul, mi flor favorita de Tíndalo.

La campanilla parpadeó una vez, liberó un ligero aroma a néctar y, con un "pop" audible y absolutamente ridículo, explotó en una lluvia de brillantina dorada que cubrió su rostro.

Andrés se quedó quieto. La escarcha dorada en sus pestañas, su nariz, su pelo. Yo, con la boca abierta por el pánico de haber creado un hombre-árbol de Navidad, solo pude balbucear.

—Creo que… creo que deberías cambiar de marca de leche, Andrés. Quizá está… caducada.

Andrés parpadeó. Un destello dorado cayó de su ojo, como una lágrima iridiscente. Lentamente, una sonrisa se dibujó en su rostro, una mezcla de confusión, incredulidad y la más pura y molesta alegría.

—¡Oh, vamos! ¡Esto no puede ser normal! —exclamó, riendo a carcajadas.

Me hundí en la silla. Si ahora el simple acto de limpiarse un bigote de leche provocaba una explosión de magia kitsch, mi exilio iba a ser el menor de mis problemas. Mi conexión con él era más fuerte de lo que había temido, y la misión de encontrar su alma gemela humana estaba oficialmente, y de forma hilarante, comprometida.

Hay tardes en las que una hada exiliada necesita más que tinta y sarcasmo. Necesita una amiga que le diga la verdad… aunque duela. Aunque pique.
Aunque venga con café frío y galletas quemadas.

Esa tarde, después de cerrar el estudio, me fui directo a casa de Sofía. No por necesidad sino por desesperación.

Ella vive en un apartamento que parece más a un altar de TikTok que huele a incienso, y tiene más plantas que muebles y una gata llamada Drama Queen que me odia desde el primer día.

Al llegar pude sentir el olor a café tostado, a ese incienso de sándalo y al pánico de un hada exiliada. Aún sentía el rastro de la brillantina dorada que explotó en la cara de Andrés. Me había duchado tres veces, pero sabía que un poco de brillo mágico siempre se aferra.

—Llegaste tarde —me dijo, sin saludar.

—Llegué viva. Eso ya es mucho.
—¿Y tus alas?
—Temblando. Como siempre que Andrés respira cerca.

Sofía me lanzó una mirada que solo las amigas con poderes intuitivos pueden dar. Una mezcla de “te lo dije”, “no me escuchaste” y “vas a llorar y yo voy a grabarlo”.

—Ese humano te va a quitar las alas —soltó, sin anestesia.

—¿Puedes decirlo con menos dramatismo?
—No. Porque no es dramatismo. Es advertencia.

Me senté en su sofá, que también es altar, biblioteca y cama de emergencia. Ella me sirvió café. Frío y con canela. Como si eso fuera a suavizar la sentencia y me escuchó mientras le contaba.

—Y luego, Sofi, solo pude decirle que la leche estaba caducada —jadeé, dando vueltas en su pequeño sillón de terciopelo.

Sofía, sentada en el suelo con una taza humeante, ya no me miraba. Estaba concentrada, hojeando su libreta de tapa morada, esa donde anotaba la sabiduría moderna que, según ella, reemplazaba a los oráculos de los bosques.

—A ver, a ver… Hada, exilio, magia en el cuerpo del mejor amigo. Y el síntoma es: glitter explosivo por residuo lácteo —murmuró Sofía, escribiendo la frase con una caligrafía impecable. Luego, levantó la vista, sus ojos muy abiertos.

—¡Ay, Lunaria! Pero ¿qué hiciste con esa tinta?
¿Pusiste tu esencia?

—Vale, ¡Solo un poco de lágrimas de exilio! ¡Pensé que lo ayudaría a encontrar a su alma gemela! Era un acto de nobleza, ¿de acuerdo? Y de mucha torpeza, aparentemente.

—La nobleza es peligrosa. Las lágrimas de exilio son un ancla, no un GPS —me reprendió, doblando una esquina de la página.

Sofía se puso seria, demasiado seria para ser una chica que se gana la vida haciendo latte art de ositos. Dejó su libreta sobre la mesa y me tomó de las manos.

—Escúchame, Lunaria. Soy tu única confidente humana. Y mi intuición de barista psíquica está en nivel máximo. "Cuando el caos se vuelve bello, es una señal" —citó con solemnidad, supongo que esa era la frase poderosa del día—. Es la regla número siete de la libreta. Pero vamos a lo básico, a lo que me enseñó mi gurú de TikTok: ¿Has soñado con dientes?



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En el texto hay: comedia fantasia misterio romance, humor negro

Editado: 14.11.2025

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