El amor te quita las alas.

Ilusiones que no engañan.

🖤 Capítulo 8

›Ilusiones que no engañan al corazón

Intenté crear una ilusión, una simple por supuesto. Ya que no quería efectos secundarios en un humano, solo una que lo alejara. Que le hiciera pensar que yo no era lo que creía.

Que lo empujara hacia Valentina, hacia lo seguro, hacia lo humano.

Así que ese día esperé a que entrara al estudio, y cuando lo hizo le ofrecí café, creo que fui más atenta está vez. Le sonreí como si no me doliera.

Y mientras hablaba de tatuajes y clientes, lancé el hechizo. Pequeño per preciso.

Una distorsión sutil en la percepción. Solo debía ver en mí lo que no quería.

Frialdad. Desinterés, cosas negativas. Y esperé.

Nada.

¿Falló? —me pregunté.

—¿Estás bien? —me preguntó, frunciendo el ceño.

—Sí. ¿Por qué?

—No sé… por un segundo sentí que te ibas.

—Tonto. Estoy aquí. ¿a donde iría? —respondí entre una risa nerviosa.

—No. No estabas —dijo el muy seguro.

Me miró como si pudiera ver más allá de mi magia. Como si el hechizo no tuviera efecto. Es como si el vínculo lo protegiera.

Me excusé. Dije que tenía que preparar un diseño.

Él se fue. Y yo me quedé con el temblor en las manos.

La magia no funcionó. Entendí en ese momento que quizás es porque no se puede romper lo que ya está tejido desde adentro.

Me dejé caer en el sofá. Cerré los ojos. Y entonces, como un susurro que no pedí, llegó el recuerdo.

Alora.

Mi ciudad.

Mi condena.

La vi como si aún pudiera caminar por sus puentes de cristal flotante, donde las flores cantaban al amanecer y las alas no dolían.

Vi las torres de luz líquida, los mercados de aromas imposibles, los espejos que mostraban verdades en lugar de reflejos.

Vi mi casa.

Mi jardín de estrellas. a mi madre, con sus manos de viento. y mi hermana, riendo con la boca llena de pétalos.

Y sentí el tirón. La tentación.

El deseo de volver.

De pedir perdón. De arriesgarlo todo. Pero también sentí el ardor en la espalda.

Las alas, frágiles. El exilio, intacto. Y el miedo.

Porque volver a Alora no era solo cruzar un portal.

Era enfrentar lo que fui. Y lo que ya no soy. Abrí los ojos.

El estudio olía a tinta y a derrota.

Y yo… Yo ya no sabía si quería romper el vínculo. O si solo quería que él eligiera quedarse.

El día siguiente llegó para recordarme mi condena una vez más. Sofía me lanzó la advertencia como quien lanza una piedra en medio de un lago encantado.

Sin drama.

Sin adornos.

Solo la verdad.

—No puedes besarlo —dijo, mientras encendía una vela de protección.

—¿Y quién dijo que quiero hacerlo? —Le dije sin entender sus palabras.

—Tus alas.

—Mis alas están confundidas.

—No. Tus alas están enamoradas. Y si lo besas, la maldición se activa para siempre.

Me quedé en silencio. Pero del tipo de silencio que no se puede llenar con sarcasmo.

Porque ella tenía razón. Y yo lo sabía.

—¿Qué pasa si lo hago? —pregunté, bajando la voz—. Quizás sea la solución a este dolor.

—¡Estas loca! Pierdes todo.

—¿Todo tipo qué? Solo dejaré de ser una hada.

—¡Lunaria! Es tu magia. Tu memoria. Tu vínculo con Alora, ¿como puedes contemplar algo así?

—¿Y él?

—Es mejor que él se quede con el recuerdo. Tú no quedaras con nada de ti.

Tragué saliva. Porque la advertencia era clara. y el beso es el detonante. El punto de no retorno.

Pero entonces lo vi entrar.

Andrés.

Con esa sonrisa que no sabe que es peligrosa. Con esa forma de caminar que parece que el mundo le pertenece. Con esa mirada que, sin querer, me busca.

Se acercó, me saludo con cariño y me preguntó por un diseño.

Me rozó la mano. Y yo… Yo sentí el impulso también de tocarlo. No por deseo. Por necesidad.

Por ese tipo de conexión que no se explica que Solo se siente.

Me alejé. Fingí que buscaba algo en el estante. Pero en realidad, estaba huyendo de mí misma.

—¿Estás bien? —preguntó él.

—Sí. Solo estoy… organizando algo que olvide.

—¿Organizando qué?

—Mis ganas de besarte —murmure entre dientes.

—¿Qué?

Me giré. Lo miré. Y me reí.

—Nada. Olvídalo, solo tenía algo desorganizado.

—No quiero olvidarte Luna.

Silencio. Otra vez. Y esta vez, más peligroso. Porque si lo beso, pierdo todo. Pero si no lo hago…

Tal vez ya estoy perdiéndolo.

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Andrés:

Lo que siento por ella no tiene nombre

Mi vida nunca ha sido perfecta porque desde pequeño me ha tocado salir adelante solo. Nada me llegó fácil. Ni la familia. Ni el afecto. Ni la certeza de que alguien se quedaría.

Siempre fui el raro. El que dibujaba constelaciones en los márgenes del cuaderno. El que prefería el silencio a las fiestas. El que nunca tuvo novia.

No porque no quisiera. Sino porque nadie parecía ver lo que yo era. O lo que yo necesitaba.

Hasta que apareció ella.

Luna Noctis.

Mi amiga de apellido raro.
Mi amiga gótica.
Mi caos con delineador.
Mi única mejor amiga.

Desde que la conocí, algo cambió. No fue inmediato. Fue como una brisa que se cuela por la ventana sin que te des cuenta. Una paz que no había sentido nunca.

Es como si estar cerca de ella apagara el ruido que siempre llevo dentro.

Y ahora…

Ahora tengo miedo. Porque por primera vez sentí que podía perderla. Y eso me aterra.

Conocí a Valentina por accidente. Una coincidencia en una exposición. Ella es linda. Tiene esa energía brillante que todos parecen admirar.

Estamos saliendo. Pero no funciona. No como debería. No como yo pensaba. Porque cada vez que estoy con ella, siento que algo falta.

Sin embargo, cada vez que estoy con Luna… Siento que algo se enciende y que todo está completo.

No sé qué es. No sé si debería sentirlo. Pero lo hago.

Luna tiene algo que me atrapa. Algo que no puedo nombrar. Es algo que me hace querer descubrirla.



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En el texto hay: comedia fantasia misterio romance, humor negro

Editado: 14.11.2025

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