🖤 Capítulo 9
Rituales, memes y un corazón idiota
Valentina decidió hacer un ritual viral. Según lo que me dijo Andrés es que ella quiere fortalecer su vínculo con él.
Así que haría uno de esos que salen en TikTok con música de fondo tipo “manifest your soulmate” y pasos que incluyen miel, canela y afirmaciones frente al espejo.
Yo lo vi en su historia, con filtro de mariposas. Y una vela rosa que parecía comprada en oferta. Sí, admito que la curiosidad me ganó y en una de estas acabaré muerta por eso.
—Es para fortalecer el vínculo —dijo ella, mientras Andrés la grababa con cara de “no sé si esto es real o parte de una broma cósmica”.
Ya me lo imaginaba, él era muy expresivo en su rostro, supongo que es algo que me conectó con él, porque a través de sus gestos se nota su esencia.
En fin, spoiler: salió mal, el famoso ritual de la tipa.
Al día siguiente, Andrés llegó al estudio con glitter en el pecho.
Literal.
Brillaba como si hubiera sido bendecido por una hada influencer, yo quería reír pero tuve que aguantarme las ganas de hacerlo.
—¿Qué te pasó? —pregunté, sin levantar la vista del diseño y fingiendo estar sería.
—No lo sé. Me desperté así.
—¿Valentina?
—Ritual, según para fortalecer nuestro vínculo.
—¿Y tú lo permitiste? Supongo que si le tienes bastante amor.
—No sabía que incluía glitter corporal, aunque últimamente me pasan cosas raras.
—¿Y qué más incluyó?
—Una afirmación frente al espejo.
—¿Y qué dijiste?
—“Estoy listo para recibir el amor verdadero.” Pero es algo que salió en automático.
—¿Y lo recibiste?
—No. Pero recibí esta incomodidad emocional que no sé cómo manejar.
Me reí, ahora si lo hice pero no por burla. Porque verlo ahí, con glitter en el pecho y cara de “necesito terapia”, era demasiado cómico.
—¿Y qué sentiste? —pregunté, bajando la voz.
—Como si algo se activara.
—¿Algo tipo qué?
—Tipo… tú.
Un silencio. El tipo de silencio que no se llena con memes. Ni con rituales virales.
—¿Yo? —dije, fingiendo que no me temblaba el pulso.
—Sí. No sé por qué. Pero después del ritual, pensé en ti, Luna.
—¿Y qué pensaste?
—Que si el amor verdadero existe...
—Ajá…
—Tal vez no está en la persona que me aferró que este.
—¿Y dónde está según tú?
—En ti.
Me quedé quieta, mientras que el glitter brillaba. La magia, los rituales, todo falló. Pero la confesión…
La confesión fue lo más real que había dicho en semanas.
Y mi corazón idiota, ese que prometí proteger, empezó a brillar también. Aunque yo no quería. Aunque yo no debía. Aunque yo… ya estaba sintiendo, porque al final si quería.
—¿En mi?
—Si, es que no dejo de pensar en ti.
—Tonto, claro que piensas en mí —le dije, fingiendo que no me temblaba la voz—. Somos los mejores amigos del mundo.
La palabra amigos se me atragantó. No por lo que significa. Sino por lo que no me permite decir.
Andrés bajó la mirada. Se tocó el pecho, como si el glitter le pesara más que la confesión. Y por un segundo, vi algo en sus ojos. Algo parecido a tristeza. Algo parecido a mí.
Me imaginé cortándole las alas. No las mías. Las suyas. Las que apenas empezaban a desplegarse cuando hablaba conmigo. Las que se encendían cuando me miraba sin filtros.
Pero era lo mejor. Tenía que serlo.
—Deberías fortalecer más el vínculo con tu novia —dije, sin mirarlo—. Estoy segura de que serán felices.
Silencio, otra vez, uno que no se llena. El tipo que se queda pegado al techo como los corazones flotantes.
Andrés asintió. No dijo nada. Y eso dolió más que cualquier conjuro fallido.
Yo me giré hacia la mesa, ya el cliente se había ido. así que tome una hoja y empecé a dibujar una luna rota. Otra más. Porque al parecer, las mías no se terminan nunca.
Y mientras él se alejaba, yo me repetía que hice lo correcto. Aunque mi corazón idiota gritara lo contrario.
Y cuando Andrés se fue, el estudio quedó en silencio. No el silencio normal. Sino ese que se instala en el pecho y no se va.
El que pesa. El que duele.
Subí a mi habitación sin decirle nada a Sofía. Ella me miró, pero no preguntó. Sabía que no tenía espacio para palabras. Solo para el colapso.
Cerré la puerta. Apagué las luces. Y me dejé caer en la cama como si el mundo se hubiera inclinado hacia el abismo.
Lloré.
No como en las películas. Sin música triste. Sin lágrimas estéticas.
Lloré con la cara contra la almohada, con las alas encogidas, con el cuerpo temblando como si algo dentro de mí se estuviera rompiendo.
No quería hacerle daño a Andrés. Pero tampoco quería hacerme daño a mí. Y eso… eso era lo más injusto.
Porque si lo alejaba, me dolía. Y si lo dejaba quedarse, me dolía más.
—Maldito Cupido —murmuré entre dientes, con la voz rota—. ¿Quién te dio permiso de jugar con todas las especies?
Me senté.
Me limpié la cara con la manga. Y seguí hablando sola. Porque a veces, hablarle al vacío es lo único que queda.
—¿Por qué hiciste el amor tan difícil? ¿Por qué no basta con sentir? ¿Por qué hay reglas, maldiciones, exilios y glitter en el pecho?
Me reí. por muchas razones.
Por rabia.
Por ironía.
Por no gritar.
—Entre humanos ya es complicado. Pero entre especies… entre mundos… entre alguien como él y alguien como yo… ¿qué esperabas que pasara?
Me levanté. Fui al espejo. Me miré. Y no me reconocí.
Tenía los ojos hinchados. El delineador corrido. Las alas apenas visibles. Y una tristeza que no sabía dónde guardar.
—No soy su final feliz —susurré—. Soy su error mágico. Su glitch emocional. Su historia que no debe contarse.
Me abracé. No por el frío del aire acondicionado. sino por miedo.
Porque si él me elige… yo pierdo todo.
Y si yo lo elijo… él pierde su mundo.
Y Cupido… ese idiota con flechas y conexión wifi... solo se ríe desde alguna nube, viendo cómo nos rompemos sin tocarnos.