🖤 Capítulo 12
No era amor, era brujería
Andrés:
Gabriel siempre ha sido directo. Demasiado diría. Y hoy no fue la excepción.
Estábamos en la terraza del café donde solíamos hablar de diseño, clientes raros y memes. Pero esta vez, él tenía otra agenda.
—Nunca me ha caído bien Luna —dijo, sin filtro, mientras revolvía su café como si quisiera invocar algo más fuerte que la cafeína.
Yo no respondí. No porque no tuviera qué decir.
Sino porque ya sabía por dónde venía.
—Es rara —continuó—. Siempre lo ha sido. Y ahora te tiene más loco que nunca.
—No estoy loco, Gabriel, es de verdad que hay una conexión entre ambos.
—¿Ah, no? ¿Entonces por qué estás brillando como si te hubieran rociado con polvo de hadas?
Me miré el pecho. Todavía quedaban rastros del glitter. Valentina y su ritual, por más que me bañara, esto no se quitaba. Pero lo que me tenía así no era ella.
Era Luna.
—Deberías preocuparte por tu novia —dijo Gabriel—. Antes de perderla.
—Voy a terminar esa relación, Gabriel.
Silencio. El tipo que no se espera en una conversación entre amigos.
—¿Qué? —me miró confundido y creo que estaba molesto también.
—No está funcionando, lo mejor es terminar y quedar como amigos, así funcionamos mejor.
—¿Y eso lo decidiste tú solo?
—No nos está llevando a ningún camino. Y antes de hacernos daño, lo mejor es cerrar este intento de ser algo más.
—¿Y tú crees que con Luna sí?
Me quedé callado. No porque no supiera la respuesta. Sino porque no quería decirlo en voz alta.
Gabriel se molestó ahora si Lo vi en su cara. En la forma en que apretó la mandíbula. En cómo dejó de revolver el café y lo empujó hacia un lado.
—No es amor, Andrés. Es brujería, esa loca te hizo algo.
—¿Qué estás diciendo? Luna no es ninguna bruja.
—Que esa chica no es normal. Que te está envolviendo. Que no ves con claridad.
Me reí.
—¿Y si sí es amor? —pregunté.
—Entonces estás jodido.
Me levanté. No quería seguir escuchando. No porque Gabriel no tuviera razón en algo. Sino porque yo ya había decidido.
No era brujería. O tal vez sí. Pero si lo era…
yo quería seguir hechizado.
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Lunaria:
Estaba en mi estudio, mezclando tintas con la precisión de una alquimista emocional, cuando escuché la puerta abrirse sin el sonido habitual de Andrés.
No era él. Era Gabriel.
Perfecto.
El amigo que nunca me ha tolerado. El que me mira como si yo fuera una anomalía estética. El que cree que el negro es una amenaza y no un color.
—¿Vienes por un tatuaje? —pregunté, sin levantar la vista.
Sabía que no. Gabriel no es de los que se marcan la piel. Él prefiere marcar a la gente con juicios.
—Necesito hablar contigo —dijo, con esa voz que huele a confrontación.
Le ofrecí café. Por cortesía. Por cumplir protocolo de hada educada.
—No —respondió—. Vamos a otro lugar.
Lo miré. Y acepté. Porque a veces, para enfrentar a los fantasmas, hay que salir del templo.
Fuimos a la cafetería de la esquina. La que tiene luces cálidas y mesas que escuchan secretos. Nos sentamos. Él no pidió nada.
Yo sí.
Un té negro. Por coherencia.
Y entonces lo soltó. Como quien lanza una piedra sin mirar a quién golpea.
Me dijo que debía alejarme de Andrés. Que lo estaba confundiendo. Que lo tenía atrapado. Que no era justo.
Lo escuché. Sin interrumpir. Sin pestañear. Porque a veces, el veneno hay que dejar que se escurra solo.
Y cuando terminó, cuando ya había dicho todo lo que vino a escupir, lo miré.
Con calma y un fuego en mis ojos.
—¿Terminaste? —pregunté.
Él asintió.
Y entonces lo dejé paralizado con mis palabras, aunque dejarlo literalmente, las ganas me sobraban.
—No soy tu enemiga, Gabriel. Pero si crees que puedes venir a decirme cómo debo sentir, amar o existir… entonces no estás defendiendo a tu amigo. Estás atacando lo que no entiendes. Y yo no vine a este mundo para pedir permiso.
Y ahí estaba el señor Silencio. El tipo que no se llena con argumentos. Solo con respeto.
Gabriel no respondió. No porque no tuviera palabras. Sino porque las suyas ya no servían.
Yo me levanté. Pagué el té. Y me fui.
Porque si amar a Andrés es brujería… entonces que tiemblen los altares. Porque yo no me voy a disculpar por sentir. Y mucho menos por existir.
Después de un largo día, agotador y en parte estresante ya estoy en mi cama. Las luces apagadas. Y el corazón en modo defensa.
Gabriel.
Su nombre me arde en la garganta. No por lo que es. Sino por lo que dijo.
Me llamó bruja.
Así. Sin contexto. Sin respeto. Como si fuera un insulto. Como si eso explicara todo.
Me reí Por ironía, porque de verdad que es un idiota.
—Si supieras la diferencia entre una bruja y un hada… jamás me dirías eso —murmuré al techo, como si el universo estuviera escuchando.
Las brujas conjuran.
Las hadas sienten.
Las brujas rompen.
Las hadas reparan.
Las brujas usan palabras.
Las hadas usan silencio.
Yo no soy una bruja. Aunque a veces quisiera serlo.
Para lanzar un hechizo que lo hiciera callar. Para borrar la rabia que me dejó en el pecho.
Pero soy un hada.
Exiliada. Herida. Con alas que tiemblan cada vez que alguien me juzga sin entender.
Y Gabriel…
Gabriel no sabe nada.
Ni de mí.
Ni de Andrés.
Ni del tipo de amor que no se puede explicar con lógica humana.
Me tapé con la manta. Me abracé. Y dejé que las lágrimas hicieran lo que los conjuros no pueden.
Porque si amar a un humano es brujería… entonces que me quemen.
Pero que lo hagan con glitter para brillar siempre. Con música. Y con la certeza de que yo no me voy a disculpar por sentir.
Porque no soy una bruja. Soy un hada. Y eso, querido Gabriel, es mucho más peligroso.