El amor te quita las alas.

El humano que rompió la magia.

🖤 Capítulo 12
Spoiler: el humano que rompió con la magia del hada

Andrés llegó con una bolsa de pan dulce, una camiseta con manchas de tinta y cara de “necesito contarte algo pero no sé cómo”.

—¿Te pasó algo? —pregunté, mientras intentaba que la cafetera no explotara.
—Rompí con Valentina.

—¿Por qué? —pregunté mientras que mi pecho se agitaba una parte era alegría y otra de miedo.

—Porque no me lleva a ningún lugar, Luna. Además, contigo todo es tan diferente, no se como decirlo.

—¿Y tú crees que yo sí?

—No lo sé. Pero contigo… al menos siento que estoy yendo.

Me quedé en silencio. La cafetera hizo un sonido sospechoso.

Drama Queen ladró. Y yo fingí que no me temblaba el alma.

—¿Quieres café? —pregunté tratando de desviar el tema.

—Solo si no viene con maldiciones.

—No prometo nada.

Nos sentamos y reímos. Él empezó a hablar de Gabriel, de cómo se molestó, de cómo lo acusó de estar hechizado.

Yo me reí. No por burla. Por ironía.

—¿Y tú qué crees? —pregunté.

—Que si esto es brujería… entonces que me amarren.

Silencio. El tipo que no se llena con azúcar.

Y entonces pasó.

Yo me giré para buscar una taza. Él se acercó para ayudar. Y sin querer… me tocó las alas.

No las visibles. No las completas. Las que están ahí, entre el plano humano y el mágico. Las que solo se activan cuando alguien toca con intención… aunque no lo sepa.

Fue un roce. Un gesto torpe. Un “déjame ayudarte” que se convirtió en “acabo de tocar algo que no debería existir”.

Las alas se encendieron. Literalmente. Un destello suave. Un suspiro de luz.

Andrés se quedó paralizado. Yo también.

—¿Qué fue eso? —preguntó, con los ojos como platos.

—Nada.

—Eso no fue nada.

—Fue… una reacción alérgica mágica.

—¿A qué?

—A ti.

Nos reímos. Por nervios. Por el caos que el no entendí y yo Por no saber qué hacer.

Drama Queen ladró otra vez y La cafetera explotó. Y yo decidí que ese día no iba a ser normal.

—¿Siempre pasa eso cuando alguien se acerca mucho a tí? —preguntó.

—No. Solo cuando ese alguien está rompiendo la magia.

—¿Y eso es malo?

—No lo sé. Pero es spoiler.

Nos quedamos en silencio. Otra vez. Pero esta vez, con glitter emocional flotando en el aire.

Porque Andrés no sabía lo que había tocado. Pero yo sí.

Y cuando un humano toca las hadas… ya no hay conjuro que lo proteja. Ni a él. !Ni a mí.

Ya la noche cayó y Andrés se fue a su casa aunque no quería irse. Estoy en mi habitación. La luz es tenue, como si el universo supiera que no estoy para brillos.

Drama Queen duerme en algún rincón, ya que no la veo por ahí. Y yo intento no pensar en Andrés. Spoiler: fracaso.

Entonces me acuerdo de la gata, ya que Sofia me la dejó antes de irse de viaje con su mochila llena de cuarzos y frases tipo “todo es energía”.

—¿Dónde estás, criatura felina? —murmuro, mientras me levanto.

Y justo cuando estoy por rendirme, la escucho.

Ladrar.

Sí.

Ladrar.

Me congelo.

Literalmente.

Porque no hay nada más perturbador que una gata que ladra y pues ya sería como la tercera vez que la escucho así.

La encuentro debajo del sillón, con cara de “¿qué pasa, bruja?”.

La agarro con cuidado, porque se que tampoco le caigo bien así como a Gabriel.

Me la pongo en el regazo. Y le hablo como si fuera una niña.

—¿Por qué ladraste? ¿Perdiste lo felino? ¿Ahora tienes alma perruna?

Ella me mira. Parpadea. Y bosteza. Como si el ladrido hubiera sido un glitch mágico.

Sus patas tiemblan. Su pelaje está erizado.
Y yo… yo no puedo ignorarlo.

Le paso la mano por la cabeza. Susurro una melodia suave.

Nada invasivo. Solo un toque de mi magia. Para curar lo que tenga. Para calmar lo que no entiendo.

Un destello leve. Un suspiro. Y la gata se relaja. Vuelve a ronronear. Como si el ladrido nunca hubiera existido.

La dejo en la cama. Me acerco al espejo. Y entonces lo siento.

Las alas.

Las mías. Cada vez más débiles. Como si el vínculo estuviera drenando algo que no sé cómo recuperar.

No las veo del todo. Pero las siento. Como un peso que antes era liviano. Como una parte de mí que ya no responde igual.

Me toco la espalda. Cierro los ojos. Y susurro:

—No me rompas. No todavía.

Porque si el humano rompió la magia del hada…
yo necesito tiempo para saber si eso es amor. O solo el principio del fin.

Me tumbó en la cama, después de ver que La gata duerme a los pies de la cama, envuelta en una calma que no tenía hace un rato.

Yo, en cambio, no puedo dormir. No con este peso en la espalda. No con esta sensación de que algo dentro de mí se está apagando.

Me siento débil. No físicamente. No del todo. Es otra cosa. Una especie de vacío que se instala justo donde antes vibraba la magia.

Me miro las manos. Las noto más frías. Menos luminosas. Como si cada conjuro, cada gesto, cada emoción compartida… me hubiera drenado un poco más.

Y entonces lo pienso.

Tal vez es eso. Tal vez usar mi magia también me está debilitando. Tal vez estar tan expuesta en los últimos meses —con Andrés, con Sofía, con todo este caos emocional— me está costando más de lo que imaginaba.

Antes era cuidadosa. Reservada. Invisible.

Ahora…

Ahora he curado gatos que ladran, he dejado que un humano toque mis alas, he sentido cosas que no debería sentir. Y todo eso tiene un precio.

Me levanto de nuevo. Camino hasta el espejo. Me giro. Y ahí están.

Las alas todavía. Difusas. Temblorosas. Como si quisieran quedarse… pero ya no pudieran sostenerse.

—No me falles ahora —susurro, tocando el reflejo—. No cuando más te necesito.

Pero no responden. Solo vibran. Como si también tuvieran miedo.

Me siento en el suelo. Cruzo las piernas. Respiro hondo.



#1912 en Otros
#595 en Humor
#1347 en Fantasía

En el texto hay: comedia fantasia misterio romance, humor negro

Editado: 14.11.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.