El Amor verdadero nunca muere? Almas gemelas

Mayra, una gran amiga (primera parte)

Ya era mediado del año 2006 y siguiendo la rutina en mi trabajo, llegó Mayra para hacer una llamada telefónica a sus padres. Mientras yo atendía a mis otros clientes, observé de reojo a Mayra en la cabina y la vi llorando mucho, no entendí lo que me pasó, pero tuve una fuerte emoción o sentimiento de compasión hacia aquella niña mientras rodaban muchas lágrimas de dolor por sus blandas mejillas.

Dejé de atender a las otras personas y me acerqué a Mayra y le pasé una servilleta para que se limpie sus lágrimas, ella me agradeció y a los pocos segundos se me abalanzó a los brazos a decirme que ya no podía más, que esta situación en su casa la estaba matando.

Ya no podía yo resistirme y ser frio y seco con las mujeres, más aun cuando observaba esos ojos preciosos llenos de lágrimas, como diciéndome, "Ayúdame, no me dejes sola, no tengo a nadie en este mundo".

Decidí por primera vez en mi vida a mis 26 años de edad, hablar de cierta manera íntima con una chica. Mayra me conversaba de todas las cosas que la habían pasado en la vida; familia disfuncional, muchas crisis económicas, veces que iba sin desayunar al colegio, amoríos dolorosos, hombres y jóvenes que querían solo sexo con ella, en fin muchas cosas que ella me confesó.

Yo solo actúe, le cogí sus manos y le dije: No te preocupes, si quieres un amigo aquí me tienes, ella como por arte de magia mostró una sonrisa y me agradeció, su rostro se acercó muy cerca del mío como casi rosando sus labios con los míos, yo me hice aun lado y le di un vaso de agua.

 Al final ella se despidió y al salir de la puerta del trabajo, me regresó a ver con una sonrisa muy bonita, yo le dije:

Que así siempre quiero verte.

Pasaron los días y Mayra ya venía a mi local prácticamente todos los días, sea después de las clases del colegio o algunas veces que faltaba al colegio para venir a acompañarme al local. Comenzó una bella amistad entre los dos, aunque por boca de mi compañero de trabajo y por unas dos personas más, decían que Mayra estaba enamorada de mí.

Yo notaba claramente la situación y no solo eso, la atracción sexual que tenía aquella adolescente era grande, algunas veces ella venía con una minifalda color café y vaya que se daba modos para que vea algo más debajo de su falda.

Ya no solo era una cierta emoción de empatía que sentía por ella, sino una atracción sexual que a momentos sentía un fuego devorador dentro de mí.

¿Qué me estaba pasando? ¿Qué me hizo esta chica? ¿Esas emociones y deseos no son comunes en mí?

Parecía un adolescente que estaba recién en la edad de la pubertad, para otros a la edad de 26 años debería ser ya un experimentado en el amor y el sexo, pero a la verdad por mi parte no, solo la música, el billar, los libros, mi trabajo, los video juegos y la meditación eran parte normal de mi vida.

La mayoría de veces que venía Mayra, conversábamos mucho de su vida y además de aquello le ayudaba a hacer los deberes del colegio, además de eso comíamos juntos, ella se sentaba al lado mío en mi escritorio y nos reíamos mucho, fueron momentos amenos que ella me los hizo vivir, Mayra era la primera chica que permití que tuviera una amistad así.

Pero llegó un día que algo maligno comenzó a manifestarse en mi interior: ira, odio, furia y desprecio, todas esas emociones eran dirigidas de forma inexplicable a Mayra.

¿Cómo podía yo sentir algo así por quien me brindaba una amistad tan linda?

No entendía lo que me estaba pasando, y una de las veces que Mayra llegó al local, tuve una actitud cerrada y fuerte con ella, tanto que le dio terror al observar mi mirada de maldad. Poco después de esos momentos me dirigí a Mayra con estas palabras:

-Vete de aquí, no vuelvas más, sino quieres que te haga daño.

-Ella con una cara de terror pero a la vez de tristeza se fue y no la volví a ver. 

Después de mi reprochable pero inexplicable reacción, sentí una soledad extrema en mi corazón, pasaban los minutos, las horas, los días y las semanas y no podía olvidar aquellos ojos preciosos y esa sonrisa inocente de aquella niña.

Experimenté ese vacío, como que alguien te arrancara un pedazo de tu alma y ya no serías el mismo. Comencé a extrañar a Mayra, tengo que dejar a un lado mi orgullo y soberbia y reconocer que ella me hacía sentir muy feliz en el trabajo, y que de alguna manera era como mi compañerita que todas las mañanas me acompañaba y que incluso llegó a faltar al colegio solo por estar a mi lado.

 

 

 




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