El amuleto de Dalkarén

15

Ymy despertó ese segundo día de primavera como cada mañana, sobresaltado y sudando, atemorizado tras la pesadilla en la que se enfrentaba a un gigante que le miraba con sus tres ojos y se reía tras quebrarle la espalda. Todas las noches soñaba lo mismo y se despertaba con los ojos anegados de lágrimas. Luego, seguía llorando, pues no era un sueño, sino el peor recuerdo de su vida.

Hacía varios días que Araza no dormía con él, y no porque esta no quisiera, sino porque no quería compartir esa pena que portaba con la persona más importante de su vida. Aun así, siempre que despertaba atormentado, estaba sentada junto a él. Luego, con gran amor, le limpiaba el sudor frío con una toalla mojada, le besaba en la frente y labios, y se marchaba sin decir nada para dejarlo a solas con su pena.

Cuando llegaban los primeros rayos de sol, la vida para Ymy no era mejor, puesto que vivía en su propio tormento. No dejaba de pensar en cada una de las cosas que ya no podría hacer. Su vida había sido el arco y Araza. Ahora tendrían que haber sido sus dos pequeños, pero ya no podía cuidar de ninguna de las tres cosas. Según lo veía él, era como un mueble.

El único día que había permitido a Riss acceder a su habitación, ahora su único mundo, pues nada existía más allá de esa sala, había leído el temor en los ojos de su amigo cuando sacó el cuchillo. Se conocían desde hacía mucho tiempo y no podía ocultarle nada. Eso le dio la idea de quitarse la vida, y una vez que salió de la habitación su amigo, el cuchillo permaneció durante varios minutos en las venas de su brazo. Era una salida cobarde, pero, a la larga, mejor para todos.

Lo pensó demasiado y, finalmente, se cruzó con la mirada de Akay que, postrado a los pies de su cama, no le quitaba los ojos de encima.

Había hablado con él después del accidente. Al igual que Riss, se sentía culpable por no haber estado a su lado cuando comenzó la lucha. Le dijo que con su olfato podía haberlo detectado antes de que ellos se acercaran al gigante. Ymy le exculpó, como no podía ser de otra manera, y le pidió que le dejara a solas con su tormento, pero Akay no le hizo caso.

Pidió a su mujer que lo sacara de allí, pero esta argumentó que era su mascota y que ya le había dicho que no se encargaría de Akay jamás. Sabía que mentía, pues desde que le salvó la vida, el día de la búsqueda del tesoro, su relación con el kigrit había cambiado. Simplemente, prefería que siempre hubiera alguien con él.

De hecho, a la semana de estar postrado en la cama, Araza llegó con una tal Marta. Se la presentó a Ymy y le explicó que ahora que tenía una obligación en el castillo y dos niños no podía ocuparse de la casa como a ella le gustaría. Así, había decidido contratar a esta sirvienta para que les echara una mano.

A Ymy no le pasó inadvertido el temblor del labio inferior de Araza. Estaba mintiendo, aunque tampoco le hubiera hecho falta ver ese tic para detectar la mentira. Conocía de sobra a su mujer.

—¿Tanta lástima te doy que ahora contratas a alguien para que me vigile y cuide de mí? ¿Tan inútil me ves? Yo sé en lo que me he convertido, pero no quiero tu caridad. Despídela.

Araza se enfadó.

—Eres un necio. Lo único que te hace un inútil es tu mente. No quieres ver ni hablar con nadie, no te aseas y hueles a porqueriza, solo te compadeces de ti mismo.

—¿Y qué pretendes que haga?

—Piensa en mí, en tus hijos, en tu familia y amigos. No seas egoísta. Te dejas pudrir en esa cama, mientras que todas las personas que te quieren sufren y tú ni siquiera las miras a los ojos.

—No los miro a los ojos porque en ellos veo vida, algo que yo ya no tengo.

—No te autocompadezcas. ¿Cuántas veces has jugado con tus hijos? —Ante el silencio de Ymy, respondió ella misma—: Ninguna. Solo me pides que te los traiga a la cama y los ves dormir mientras tus lágrimas mojan sus pequeñas sábanas. ¿Quieres que despida a Marta? Pues muy bien. Arrástrate por el suelo, prepara la comida y cuida de tus hijos mientras yo voy a la torre del homenaje a ocuparme de un asunto. Haz eso y la despido a la vuelta. —Ymy lloró, pero no dijo nada. Araza se sentó a un lado de su cama y lo abrazó. Dejó que siguiera llorando sobre su regazo y, con voz más dulce, continuó:

»Este no es el joven larguirucho con el que yo me casé. El joven del que me enamoré no se dejaba apabullar por nada, ni por la indómita naturaleza, la cual sometía a sus pies, ni por la sociedad que no lo trataba con dulzura. El hijo del molinero del que yo me enamoré es aquel que no se rendía nunca, aquel que, pese a mis desaires, volvía todas las semanas a la taberna de mi padre para venderle algo y poder verme de reojo.

»El joven con el que me casé era inteligente y siempre encontraba una solución para cualquier contratiempo. Ymy, te quiero. No sé cómo vamos a salir de este bache en el que nos encontramos, pero te aseguro que lo vamos a hacer. Por favor, no te rindas. Lucha y yo te acompañaré al fin del mundo si hace falta.

Ymy siguió llorando desconsoladamente.

—¿No ves que no puedo? No puedo. No puedo...

Después de dos horas, Araza se levantó, besó a su querido marido y salió de la habitación. Sin volverse le dijo:

—Hasta que no te levantes de esa cama, Marta se queda. —Ymy, con el alma rota, no tuvo fuerzas para replicar.

Ese segundo día de primavera, estaba tendido en la cama ensimismado en su desgracia cuando se abrió la puerta, dando paso a Araza con una bandeja donde descansaba un gran almuerzo. Lo dejó sobre la mesita y, tras darle un beso y decirle las múltiples tareas que tenía por delante, salió de la casa.

Al poco, la puerta de la habitación se abrió bruscamente mientras Marta gritaba que su amo no quería que lo molestasen. Se trataba de Harl, que lucía una sonrisa de oreja a oreja.

—Hola, Ymy, perdona que no viniera antes a verte. —Ymy hizo una señal a Marta para que se fuera, pues Harl no le haría ni el menor caso y no iba a conseguir que se marchara—. Es que he estado ocupado en varias cosas. Tengo un proyecto en marcha con unas piedras que he encontrado que me parecen hechas con la magia del mismo Dalkarén, pero, bueno, eso tendrá que esperar. Lo primero son los amigos, ¿no? —Ymy no entendía nada y, simplemente, asintió. El padre de su amigo era realmente estrambótico—. ¿Quieres que te cuente ese nuevo proyecto?



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En el texto hay: fantasia y magia

Editado: 27.11.2020

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