El ángel de la muerte

Capítulo 29: La muerte

Empiezo a preocuparme, no ha emitido ni un sonido en más de quince minutos.

—¿Julian?

—Por eso no pude saber quién eras el primer día que te conocí. Por eso los demonios, tu poder, tu fuerza... eres la muerte.

—Si, soy aquella alma condenada a dar vida y muerte en este mundo, soy yo quien decide a donde van las almas de los mortales cuando abandonan este plano terrestre. 

—No lo entiendo.

—¿Qué cosa?

—Tu eres vida y muerte, tú tienes el poder de decidir sobre el alma...

Asiento entrecerrando los ojos, no entiendo a dónde quiere llegar con eso. 

—¿Por qué no salvaste a tu familia mortal?

La llaga en mi herida quema, ni siquiera con todo el poder que tengo pude ayudarlos, no fui suficiente. 

—Él ya había tomado una decisión, y aunque lo hubiera hecho, era demasiado tarde para traerlos de vuelta, si lo hacía arriesgaba a que sus almas se quedarán en el limbo y que vagaban por la tierra por toda la eternidad. No podía hacerles eso, no después de todo lo que ellos hicieron por mí. 

Asiente. 

—¿Por qué no me lo dijiste antes?

—No creí que lo entendieras, no después de nuestra última discusión.

Nunca había experimentado ese sentimiento de dolor, y no quiero volver a sentirlo nunca más, fue de las peores cosas que he sentido en mi larga vida. 

—Es difícil para mí recordar esa noche, revivir mi peor pesadilla, recordar como unos humanos brutalmente me arrebataron lo que más amaba. Aún puedo escuchar sus gritos, sus suplicas, sus llantos, los golpes, toda la sangre que fue derramada...

Las imágenes bombardean mi mente, una tras otra, destellando cada recuerdo de esa noche. 

—He presenciado incontables guerras, sin embargo, ese momento ha sido el que me ha marcado para siempre. 

Julian besa mi mano recordándome que sigue aquí, escuchándome atenta y pacientemente.  

—Esa misma noche tuve una discusión con Él, las cosas no terminaron bien y fue cuando decidí bajar al inframundo, no tenía nada más para mí esperando en la tierra y el permanecer en el cielo no parecía buena idea, no quería estar ahí, tenía tanto odio y rencor, ni siquiera podía verlo a la cara o escuchar que lo nombraran.

—Eve...—lo miro con los ojos húmedos. 

—Provoque el caos, gente que debió morir vivió, otros murieron aún con tiempo para vivir. Altere el orden de las cosas y lo peor de todo es que lo sabía. Sabía que si desaparecía provocaría un desbalance y no me importó. Mis hermanos tuvieron que hacerse cargo de las almas que vagaron por la tierra sin ninguna orientación, tardaron años en poder establecer el desorden que provoque. 

—¿Te arrepientes?

—Si. 

Mucho inocentes pagaron un precio muy caro por mi rabieta, eso es algo que no puedo permitir que pasé de nuevo, ningún otro inocente va a sufrir por mi culpa, no si puedo hacer algo para evitarlo. Tengo que ayudarlos a sobrevivir al apocalipsis cueste lo que cueste. 

De pronto, algo por mi rabillo capta mi atención, pasó tan rápido que apenas pude verlo. 

—Maldición.

Me levanto de las escaleras siguiéndolo, tengo que detenerlo antes de que logre matarla, Julian corre detrás de mi tratando de seguirme el paso. 

—¿A dónde vamos?

No respondo. 

Llegamos a la escuela en segundos, mis ojos examinan las sombras buscándolo, una peculiar voz llama mi atención, Quinn sale del salón con Amber a su lado, está siguiéndolas. 

Corro hasta ellas importándome poco las miradas de disgusto cuando choco con alguien, sostengo su mano arrastrándola de aquí. 

—¡¿Qué demonios te pasa?!—remueve su brazo, liberándose de mi agarre. 

—Tienes que irte, ahora. 

—¿O qué? ¿Quién te crees para decirme que es lo que tengo que hacer?

Pongo los ojos en blanco. 

Esto me gano por ayudarla y borrarle la memoria. 

Julian se para detrás de mí viendo la escena, como es de esperarse, Quinn enrojece teniendo solo ojos para mi ángel, olvidando que estoy parada frente a ella. 

¿Qué estás haciendo?

Pregunta solo para que yo pueda oírlo. 

Hay un daeva aquí, y viene por ella.

La temperatura cambia en un respiro, los humanos se remueven desconcertados por el repentino cambio, frotan sus manos contra sus brazos buscando calor. 

—¿Qué-qué está pasando?—Quinn balbucea, sus dientes castañean complicándole hablar bien. 

—Tenemos que sacar a todos de aquí—me giro buscando a Julian. 

Él ya está en movimiento antes de que se lo diga, se acerca a una caja roja moviendo una palanca, la alarma se encienda alertando a todos en este edificio. Espero que salgan más rápido, pero no lo hacen, parecen un granado de vacas buscando una salida a paso desesperadamente lento. 

Puedo ver al daeva acercarse entre los cuerpos de los estudiantes, usando sus sombras cómo guía. 

—Julian—sus orbes giran viendo lo que yo. 

Sostiene la mano de Quinn, quién esta vez no pone resistencia, y la guía a las puertas traseras. 

Me abstengo de rodar los ojos, claro que no se resistirá a él. 

—¿A dónde vamos?—cuestiona muy contenta lo cual me hace enojar. 

Un cosquilleo invade mi interior, me molesta que la esté sosteniendo, me molesta que estén tan juntos y que ella haga de todo para pegarse más a él. Estoy celosa, lo admito, y lo odio. Julian se detiene cuando estamos considerablemente lejos de la escuela. 

Me mira lleno de preguntas, deja ir de la mano de Quinn para llegar a mí. 

—Vendió su alma—digo sin mucho detalle, recordándole la vez que las salve del daeva.—Creí que era suficiente tomando el alma de Layla, pero parece que eso no es suficiente para él. 

Siento un escalofrío correr por mi espalda, todos mis sentidos se ponen alerta buscándolo. Las nubes se oscurecen, el frío nos saluda de nuevo, el miedo se instala en el rostro de Quinn. 




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