El Ángel de la muerte

5.

Capítulo 5 – Entre la Eternidad y la Tentación

El aire quema mis pulmones y se vuelve espeso, cargado de flores muertas y un olor que no puedo nombrar. Cada respiración es un esfuerzo titánico; cada latido me recuerda que estoy a punto de desaparecer.
Mi cuerpo tiembla, débil, casi ausente, y la realidad se dobla a mi alrededor. Alexander está cerca, su luz y su sombra me envuelven, y siento algo que nunca imaginé: duda.

—Ruze… —susurra—. Debo… debo llevarte.

Su voz tiembla, y lo siento. Nunca había visto un ángel dudar. Nunca había sentido esto en toda la existencia.

Y entonces él aparece. Lucian. Oscuro, impecable, seguro. Sus ojos negros arden con promesas que parecen arrancadas de mis sueños más secretos.

—Ruze —susurra—. No tienes que irte aún. Ven conmigo. Te mostraré lo que siempre has querido.

De repente, estoy en un mundo imposible. Mis padres sonríen, mi hogar es cálido, estoy casada, con hijos corriendo a mis pies. La luz del sol entra por la ventana y siento un amor que nunca conoceré. Todo es perfecto. Todo puede ser mío si acepto.

—Quédate conmigo —dice Lucian—. Solo di que sí. No dolor, no enfermedad, solo vida.

Mi corazón se parte. Cada fibra de mi ser quiere ceder, quiere rendirse a ese paraíso tangible, a ese amor que nunca existirá. Mi respiración se detiene, mis pulmones arden, y por un instante estoy a punto de decir “sí”.

Y entonces Alexander actúa. Su abrazo me envuelve antes de que pueda ceder. Su luz y su calor me envuelven, y siento la fuerza de toda la eternidad conteniéndome.

—No… —susurro, atrapada entre lo imposible y lo inevitable—. Todo esto… ¿y si es real?

—Ruze —dice Alexander, apenas audible, con un hilo de voz que parece atravesar mi alma—. La vida que ves no es tuya para elegir así. Tu amor, tu humanidad… eso es lo que te hace fuerte. No cedas al engaño.

Lucian gruñe, las sombras a su alrededor se retuercen y buscan arrastrarme, pero no pueden. Cada pedazo de mí que casi cae vuelve al hilo que me ata: mis padres, mis recuerdos, mi vida aunque sea breve.

—No… —susurro, y mis lágrimas fluyen sin humedad, ardiendo en el vacío—. No puedo…

Siento que mi cuerpo se libera, que mi alma flota, y todo el mundo físico se disuelve. La muerte no es un frío helado, ni un grito: es un instante suspendido, un equilibrio entre rendirse y resistir.

Alexander me sostiene en su abrazo, y aunque siento su fuerza, también percibo el peligro, la verdad: él es la Muerte misma. Cada fibra de mi ser sabe que si me suelta, Lucian podría arrastrarme al Infierno sin resistencia.

—Confía —susurra Alexander, y su voz retumba en lo profundo de mi ser—. No ahora.

Y en ese instante, entre luz y sombra, entre vida y eternidad, todo se detiene. No sé si sigo viva. No sé si he muerto. Solo sé que estoy en sus brazos, y que él no me deja ir.

El mundo se mantiene en suspenso, y yo, Ruze, existo en el límite de todo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.