El ángel de la muerte: La Ascensión Del Diablo [en Físico]

Capítulo 2: Ángel de la muerte

Evelyn

—No hay nadie, jefa—escucho como una mujer le dice a otra parada en medio de la habitación inspeccionando el lugar con la mirada.—Ya registramos toda la casa, no hay signos de una pelea o de robo, tampoco localizamos al señor White por ninguna parte.

—Debe tratarse de otra broma—se queja negando malhumorada.—Retírense, no hay nada aquí.

—¿No cree que debamos buscarlo? Se escuchaba molesto cuando llamó a la estación.

—No, Joel debe estar en este momento tomado en alguna parte, borracho a más no poder. Alguién debió aprovechar la oportunidad para hacer una llamada de broma.

Observo al hombre en cuestión a mi lado con la mirada fija en el cielo, con las gotas de agua cayendo sobre nosotros, empapandonos.

—Dile a los demás que nos vamos.

Escucho sus pasos alejarse, luego el sonido de la puerta cerrarse. Me asomo lo suficiente para ver cómo se alejan por el camino en el que llegaron.

—Se fueron—le anunció levantándome del techo, Joel hace lo mismo levantándose con un poco más de dificultad.

—Ahora sí me dirás cómo diablos sabes del accidente—solicita sin nada de amabilidad.

—Recuerdo esa noche—vuelvo a mentir.

—Hay más—asegura convencido.—Dijiste que estaban en el reino de tu padre. ¿A qué te refieres con eso?

Joder. No se rinde.

—A que lo están.

—Necesito una respuesta más sólida que esa, o los llamo de vuelta—apunta a la dirección donde desaparecieron los policías.

—Llamalos, de igual forma tardarán en regresar—giró dispuesta a desaparecer, su mano aprieta mi brazo deteniendo mi andar, me sostiene con fuerza sin llegar a lastimarme.

—Por favor—suplica con la voz temblorosa.—Sé que sabes más, necesito… necesito saberlo—se escucha desesperado, aferrándose a una esperanza que hace mucho no tiene. Suspiro teniendo lastima por este hombre, no sé que me lleva a arriesgarme a tomar esta decisión, quizá se deba a que me veo reflejada en su dolor, pero decido apiadarme de él.

—¿Si te lo digo me dejarás ir?

—Si

—Y no mencionaras nunca este encuentro.

—Lo prometo—deja ir de mi brazo.

Lo encaro desabrochando la parte de arriba del overol, sus ojos se abren de sobremanera, negando con la cabeza y las manos, volteando su rostro a un lado para no verme.

—¿¡Qué crees que estás haciendo!?—lo ignoro rompiendo la tela por detrás de la blusa lo suficiente para poder despegar mis alas para que pueda verlas.

—Puedes verme Joel. Si quieres entender necesitas hacerlo—digo viendo que se muestra renuente a mirarme. Gira el rostro lentamente sin querer hacerlo.

—¿Qué…? ¿Qué está pasando?—sus ojos se abren como platos retrocediendo varios pasos a punto de caer del techo.

—Sé de la muerte de tu esposa y de Kiara porque fueron mis hermanos quienes recogieron sus almas esa noche—empiezo a explicar, lágrimas nublan sus ojos aturdido por lo que estoy diciendo.

—Tú…

—Soy el ángel de la muerte, Joel.

—No, tú no…—parpadea rápido negando con la cabeza, procesando lo mejor que puede mis palabras.—Tú las mataste—escupe furioso. Por eso no quería decir nada, porque siempre me culpan a mí de que sus seres queridos mueran, siempre tengo que soportar los golpes que me dan. Como si fueran un rayo de consuelo las palabras de mi ángel llegan a mi iluminándome. Julian tiene razón, yo no soy solo muerte, yo también soy vida, los guió hasta su vida eterna en el paraíso.

—No, yo las salvé—respondo con convicción.—Están con mi padre, en el cielo dónde él cuida de ellas.

—Me las quitaste—recrimina con lágrimas nublando sus ojos.—¿A qué has venido? ¿Acaso viniste a llevarme con ellas?—pregunta con un tono de ilusión en su voz.

—No, tú momento de ser juzgado no ha llegado todavía.

—¿Cómo que no? ¿Entonces a qué has venido?—frunce el ceño molesto.

—Te lo dije, estoy perdida, necesito regresar a casa.

—¿Porque no solo vuelas hasta ahí?—voltea al cielo.

—No, esa casa no, mi hogar está aquí en la tierra con el amor de mi vida y mis amigos.

Se queda en silencio con la mirada perdida sin entender lo que estoy diciendo.

—Llevame con ellas—demanda acercándose a mí.

—No puedo hacer eso.

—Por favor, te lo suplico, yo ya soy un hombre viejo sin propósito en esta vida, no me queda nada en este mundo. No se perderá nada si me llevas ahora.

—Te equivocas, este mundo perderá a un hombre importante, puede que no lo entiendas ahora, pero que tú alma siga en este mundo solo significa que eres necesario aquí, y si te vas sin ser reclamado por mi padre afectaras a más vidas que solo la tuya—explico antes de alejarme de aquí.

Ya no tengo nada más que hacer, abro mis alas volando hasta el suelo, acomodo mi ropa como estaba antes escondiendo mi alas. Salgo de aquí sin rumbo, pero con un objetivo en mente.




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