El Ángel del Infierno.

- DOCE -

RAYNARD

La vi irse corriendo lejos de mí, unos segundos atrás había estado seguro de que por fin besaría esos labios que tanto estuve anhelando. Más de nueve meses sin poder rozar mi piel con la suya, cuando ella estaba cerca todos mis demonios se calmaban, era aquella isla en medio del caos que transmitía la paz que mi alma necesitaba. Suspire frustrado dándome media vuelta, visualice a lo lejos la barra donde servían bebidas, esquivando a la gente me acerque allí.

  • Whisky. – El barman asintió sacando un vaso con un par de hielos, esparciendo el líquido en este.

Lo cogí y lo bebi de golpe, sentí el ardor de la bebida bajar hasta mi estómago, convirtiéndose en fuego. Me desabroche la corbata sintiendo que me estaba estrangulando, quitándola por completo la deje sobre la barra para seguidamente desabrocharme los primeros botones. Volví mi mirada hacia la pista de baila, donde un DJ tocaba canciones de todo tipo y que parecía que la gente, de dos mundos diferentes, se lo pasaban increíblemente bien.

  • ¿Todo bien? – Aeron me palmeo la espalda pidiendo un par de vasos de whisky.

Le mire de reojo respondiéndole con un golpe de hombros indiferente. Me extendió el vaso con el líquido que acepte sin dudar. De nuevo me lo bebi todo de trago.

  • Vaya, pensaba que estarías mejor. – Intente rehuir de él, pero el idiota no me dejaba en paz. – Os he visto a tu mujer y a ti muy pegado.
  • No estoy de humor. – Le gruñí demasiado agresivo.

Alzo las cejas mirándome, sabia de sobras que estaba estudiándome e intentando juntar piezas para saber que era lo que me pasaba, pero justo cuando fue a decirme algo alguien se acerco por las espaldas del irlandés, entrecerré los ojos poniendo mi mejor cara de antipatía posible.

  • Tienes que venir conmigo. – El irlandés nos miro a ambos varias veces.
  • Bueno, no se de que va esto de las miraditas, pero será mejor que te vayas. – Daiko sonrío de lado mientras negaba con la cabeza.
  • Con todos mis respetos, no te metes en esto. – Le escupió ansioso. – No es de tu incumbencia.

El rostro tranquilo de Aeron se transformó en uno realmente aterrador, su mafia no tenia la fama de ser muy… limpia. Le precedía la de sanguinaria.

  • Daiko. – Le advertí del terreno donde se estaba metiendo. – Lárgate.
  • Joder… - Se rascó la frente impaciente. – Es Davina estúpido alemán. – Di un paso atrás sintiendo una opresión en el pecho. – Esta herida.
  • ¿Herida? ¿Herida, donde?
  • Esta Kaito con ella, ha sido él… - Miro de reojo a Aeron sin saber muy bien si podía hablar.

Sin embargo, le asentí, el irlandés siempre ha sido un buen amigo y una persona en la que se podía confiar incluso en el mismísimo infierno.

  • El traidor. – Aterrorizado trague duro.
  • Aeron.

Llame su atención, pues parecía estar demasiado sorprendido por lo que acababa de decir la mano derecha de Kaito.

  • Cuando Jakob termine de bailar con Aria dile lo que has escuchado. – Asintió con determinación.
  • Están en el gimnasio de la casa de Jakob. – Termino por decir Daiko.

Este comenzó a andar esquivando a la gente que había en el festejo, le seguí pegado a su espalda ansioso por llegar donde Davina permanecia herida. Algo dentro de mí se comenzó a arrepentirse de no seguirla cuando se fue corriendo, quería darle espacio, lo que menos deseaba era agobiarla y, sin embargo, si hubiese ido tras ella podría haberla ayudado. Pero si una cosa tenia clara es que cuando viese la cara de aquel traidor lq desfiguraría con una placa de hierro ardiendo. Ella debía de estar bien, era fuerte y demasiado cabezota como para que estuviese grave.

Adelante a Daiko entrando a la casa de mi amigo apartando a un hombre que estaba en la puerta del gimnasio, me quede parado observando el cuerpo de Davina en el suelo totalmente inconsciente con una herida en la frente y un cardenal en la mejilla. El mismísimo Lucifer se estaba apoderando de mi cuerpo al verla ahí, giré mi cabeza al ver al Verdammter Mistkerl (hijo de puta) sentado con las manos atadas a la espalda mientras Kaito le apuntaba con una pistola.

Andreu me miro aterrorizado cuando vio como me acercaba a él, en aquel momento solo veía rojo y en el punto de mira estaba él.

  • Tu… - Murmuré lleno de colera en mi interior observando que una bala perforó su hombro derecho.

Salté cayendo encima de él propinándole una y otra vez puñetazos. En mi interior solo existía las inmensas ganas de matarlo a golpes, de darle tan fuerte que su cráneo crujiese bajo mis manos. No podía parar, simplemente no podía dejar de hacerlo, Davina estaba así por su culpa. Ella confiaba en Andreu, todos lo hacíamos. ¡Derek lo hacía!

Dos pares de brazos me agarraron con mucha dificultad alejándome del rostro ensangrentado del verflucht (maldito) traidor.

  • ¡Diablo! Pagará por ello, pero lo necesitamos vivo. – Me solté bruscamente de ellos levantándome del suelo.

Mi camiseta estaba manchada por la sangre del traidor, al igual que mis manos. Podía jurar que pequeñas gotas habían salpicado mi cara igualmente, pero no podía importarme menos.

Fui hasta Davina y me puse de rodillas mientras acariciaba su mejilla, solté un suspiro entrecortado por la gran preocupación que albergaba dentro de mí por ella.

Por mi hübsch.

  • ¿Qué hacías tu aquí? – Pregunté sin dejar de mirarla, apartando mechones de pelo de su rostro.
  • Le seguí cuando vi como se alejaba de la pista de baile. – Hablo con cautela intentando no hacerme enfadar. – Es mi amiga, Raynard.
  • Lo sé. – Murmuré con desgana.

Los parpados de Davina se empezaban a mover intentando subirlos, agarré su mano para que notase que estaba aquí, que estaba junto con ella. Soltó un pequeño gemido de dolor dirigiendo su otra mano hasta su frente, casi en el nacimiento del pelo, que es donde llevaba un gran golpe donde chorreaba sangre. Parpadeo varias veces hasta que finalmente los abrió por completo fijando su mirada en la mía, durante unos segundos no dijo nada. Solté poco a poco el aire que había estado aguantando en mis pulmones preso del miedo. Las comisuras de sus labios se elevaron un poco, inevitablemente sonreí de vuelta mientras negaba con la cabeza.

  • Nunca dejaras de estar metida en problemas, ¿verdad? – Liberó una pequeña carcajada que fue muy breve, pues soltó un quejido mientras llevaba su mano a su frente.
  • Hola Ángel. – Kaito se puso delante de ella, que todavía estaba tumbada.
  • Hola Davi. – Daiko le saludo con la mano como un niño pequeño.
  • Hola chicos. – Susurró con la voz ronca.




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