El Ángel del Infierno.

- TRECE -

DAVINA

Sentí un leve meneo en mi brazo, gruñí dándome la vuelta por lo molesto que me resultaba que no me dejase seguir durmiendo. La noche anterior fue lo suficientemente intensa como para que me quedase en coma durante un día entero, sin embargo, quien estaba a mi lado no estaba para nada de acuerdo con ello, pues continuaba moviéndome el cuerpo. Escuche una suave carcajada que fue melodía para mis oídos.

Esa carcajada… Mi corazón dio un respingo que me obligó a abrir los ojos de golpe, giré la cabeza notando un pequeño pinchazo en mi frente que hizo que dirigiese mi mano hacia las tiras de aproximación que permanecían en un lateral de mi cabeza.

  • ¿Estas bien? – Cogiendo una bocanada de aire asentí cohibida por estar en la misma cama que él. – Bien, toma. – Me extendió un vasito con zumo de lo que parecía naranja junto con una aspirina. – En diez minutos tenemos el desayuno con nuestras familias. – Apenas había agarrado el vaso de cristal cuando me quede paralizada en el aire, no me acordaba. – Bebe. – Me insistió. – Obedecí de mala gana, tragué la aspirina con ayuda de un trago del zumo.

Sus labios se ladearon y me dieron ganas de quitarle la sonrisa socarrona de la cara de un tortazo, él sabia de sobras que no me gustaba que me diesen órdenes.

  • No me gustas. – Le musite sin evitar sonreír.
  • Mentirosa... – Rodé los ojos al ver su maldita sonrisa en la cara. – Te he cogido algo de ropa. – Ladeé curiosa la cabeza observando un montoncito de ropa junto con una convers en los pies de la cama. – Cuando te fuiste a Japón dejaste muchas de tus pertenencias aquí. – Hice una “o” con los labios no acordándome de ello.

Se rascó la nuca algo nervioso, le miré de nuevo directamente a los ojos. Llevaba una camiseta blanca de manga corta y unos vaqueros oscuros largos rasgados, estaba muy juvenil y realmente me encantaba verlo así. Aun con lo que paso anoche me transmitía una calma que había echado muchísimo de menos.

  • Gracias. – Le dije con total sinceridad.

Escapé de entre las sábanas dejando mis piernas desnudas, gateé hasta los pies de la cama para coger la camiseta de tirantes negra con la espalda rasgada que eligió Raynard de entre toda mi ropa, los vaqueros eran cortos y de color claro. Volví la cabeza hacía el hombre que estaba sentado a penas a menos de un metro de mí, le pillé observándome de aquella manera tan particular que solía hacer. Tragué despacio sintiendo mi vientre bajo arremolinarse con fuerza, me chupé el labio inferior sonrojándome por completo.

  • Creo que me daré una ducha rápida. – Mi voz salió tan ronca que me fue imposible disimularla.

Me levante de la cama agarrando la ropa y las zapatillas, imitó mi acción cortándome el paso hacia el cuarto del baño. Aprete las prendas con fuerza sobre mi pecho intentando controlar mi respiración, lo que Raynard conseguía provocarme sin decir si quiera una palabra no lo consiguió nadie. La necesidad primaria de lanzarme sobre tu duro y enorme cuerpo era tan primitiva que me asustaba. No es que nunca hubiéramos hecho nada, porque no era así, pero después de estar nueve meses separados me sentía nerviosa, no sabía cómo reaccionar.

  • Te esperaré abajo e iremos juntos. – Se acercó lentamente a mi mejilla derecha. Dejo un beso suave y lento, tuve que cerrar los ojos con fuerza para controlar mis pulsaciones y no caerme al suelo.
  • Seré rápida. – Carraspeé esquivando su cuerpo.

Cerré la puerta tras mi espalda dejando caer todo al suelo. Me apoye en ella mordiéndome el labio inferior sonriendo como una estúpida enamorada. Estaba enamorada de Diablo desde hacía mucho tiempo, quizás desde antes de lo que pensaba o quizás no, pero el sentimiento lo tenía claro.

  • Maldito alemán… - Me tapé la cara como una adolescente sonrojada.

(…)

Llegábamos tarde, habíamos decidido ir andando. Pese a que ambas casas estaban en la misma finca, está tenia muchos, MUCHOS metros cuadrados. A paso relajado como íbamos nosotros se tardaba unos ocho minutos aproximadamente en llegar. Lo cierto es que el tiempo hoy era caluroso, pero a esta hora de la mañana se estaba perfecto. Respiré hondo llenando mis pulmones son una pequeña sonrisa en la cara. Podía escuchar los pájaros cantar y nada de ruido de ciudad, y eso era un total privilegio.

  • ¿Qué les vamos a decir sobre esto? – Pregunté apuntándome a la frente y a mi mejilla, donde había también un cardenal.

Raynard caminaba con seguridad y tan relajado que era digno de admirar su presencia, imponía e intimidaba, era grande y musculoso, sus facciones se marcaban con fuerza y su mirada… esa dichosa mirada que me derrotaba cada vez que me la clavaba.

  • Aria se ha ocupado de ello. – Arrugué la nariz.
  • Te dije que no le dijeses nada. – Protesté sin dejar de caminar.
  • No fui yo. – Se defendió encogiéndose de hombros. – Fue Jakob. – Bufé saltando una pequeña rama que había en el suelo. – Ella no sabe que el traidor es Andreu, solo sabe que tu descubriste al “traidor”. – Asentí entendiéndolo. – Hasta que no vuelvan de la luna de miel Jakob no quiere decírselo. – Me quedé mirando la casa de mi amiga y su marido, ya se podía divisar a todos desayunando en el jardín.
  • Es entendible. – Era obvio que no quería preocuparla, y menos estando embarazada.
  • Bueno, les ha dicho que tu y Molly os fuisteis a su habitación y te caíste por las escaleras. – Alce una ceja incrédula.
  • Pero Molly estaba bailando con Igor cuando me fui. – Este se río mientras se metía las manos a los bolsillos. - ¿Qué? – Pregunté tosca por su maldita risa.
  • Al parecer, cuando fui a buscarte ellos se fueron a… - Le corté
  • ¡Vale, vale!

Ósea, que ella e Igor al final se fueron a hacer cosas de mayores. Estaba claro que mi amiga vendría a contarme todos los detalles de aquel encuentro y yo, para que mentir, estaría encantada de escucharla. Solo, con todo mi corazón, esperaba que ella estuviese bien y por fin estuviesen juntos, me dolía en el alma verla llorar.




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