El Ángel del Infierno.

- VEINTE -

DAVINA

 

Los días fueron pasando demasiado rápido, solía dormir más de lo normal y sentía como poco a poco me volvía más fría con todo el mundo, menos con Raynard y Aria, eran las dos únicas personas con las que sentía que podía ser yo misma. Ni si quiera me daba cuenta de mis contestaciones o miradas. Algo dentro de mi cambio hace mucho, desde que estuve en Japón y aprendí a lidiar todo esto que llevaba dentro. Vivir las muertes a mi alrededor como lo había hecho, las muertes que yo misma ejecuté, no era algo sencillo. Las pesadillas eran menos frecuentes, mi corazón se resistía a morirse de pena y luchar contra ella.

Hacía dos días que volvieron Aria y su marido de su breve luna de miel, ella a pesar de que tuvieran que volver tan rápido resplandecía como la luna llena. Era embriagador mirarla, me iluminaba de una manera demasiado necesitada para mí.

Raynard y yo teníamos la casa amueblada, ambos teníamos una habitación para cada uno, puerta con puerta. Podía parecer absurdo no querer dormir con él todas las noche, pero necesitaba espacio, no quería ir tan rápido. El tiempo diría como debía de ir, y nada más. El otro día finalmente nos mudamos a nuestra nueva mansión. Tenia enormes ventanales que daban a los jardines, tanto el salón como las demás salas y plantas estaban decoradas con tonos negro mármol y blancos. Era preciosa y elegante, con un suelo de parqué que hacia que andar descalza fuera glorioso.

Salí de la habitación con ropa de deporte para estar totalmente cómoda, con un top negro y unas mayas del mismo color, unas deportivas blancas y el pelo recogido en una coleta alta. Cerré la puerta observando que la de en frente estaba entreabierta y en la habitación de Diablo no había nadie. Según la hora del reloj de mi habitación eran las once de la mañana, probablemente el estuviera despierto desde hacía dos horas como mínimo. Con el móvil en la mano recorrí el pasillo hasta llegar a unas escaleras en forma de caracol, bajé rápidamente escuchando voces venir del salón que estaba a mi izquierda. Fruncí el ceño no reconociendo una de esas voces.

Caminé hasta allí paseando mi mano libre sobre la herida de mi vientre, la cual ya no estaba tapada y cicatrizando rápido. Con suerte no quedaría marca, el corte no fue profundo, pero si grande.

Pasé por el arco de la puerta parando en seco cuando vi a una mujer igual de alta que Raynard, ósea que metro ochenta media, un pelo rubio platino increíble y unos ojos pardos claros. Era preciosa, sin embargo, lo que no me agrado fue el lenguaje corporal que mostraba hacia él. La habitación se sumió en un sepulcral silencio cuando entre. Observé que aquella mujer tenía cinco enormes hombres tras ella, pondría la mano en el fuego a que era rusa.

  • Hübsch. – Deje de observar a aquellos hombres armados dirigiendo mi mirada a Raynard. -  Ella es Irina Sokolov. – Miré fijamente a aquella mujer que me analizaba detenidamente. – Jefa de la mafia rusa del Sur. – Entrecerré los ojos de forma desafiante.

Era rusa, rusa como Belov.

Belov mato a Derek.

Rojo, en aquel momento veía todo negro excepto a ella que estaba rodeada por una enorme aura roja.

  • ¿Y que hace aquí? – Pregunte totalmente seria y con una pizca de hostilidad en mi voz.

 

Raynard me debió de leer la mente, se acercó a mi colocándose delante de mío cortándome totalmente la imagen de la rusa. Hacía unos días se quitó el cabestrillo por fin, aunque tenía que hacer rehabilitación para tener el movimiento total de su brazo.

  • Davina. – Alce la mirada hacia él suavizándola cuando mis ojos se clavaron en los suyos. – Pertenece al consejo de mafias, en nuestra ceremonia no estuvo porque tenia negocios de por medio. – Una de sus manos fue a mi mejilla para tranquilizarme. – Esta de nuestra parte.
  • Belov también lo estaba. – Musite cabreada.
  • Davina…

Una risa chillona sonó a las espaldas de Raynard, le hice a un lado poniéndome delante de él.

  • ¿Qué tiene tanta gracia? – Esta alzo una ceja mientras se enroscaba un mechón de pelo con un dedo.
  • Belov es un gilipollas. – Su acento ruso se marcaba muchísimo. – Vaya Raynard, tu gata tiene uñas.

Aprete los puños a mis lados totalmente enfurecida por sus palabras.

  • Prefiero ser una gata que una rata. – Ladeé una comisura de mis labios provocándola. Dio un paso hacía mí, cosa que imite. – Los gatos las cazan.

Eso pareció enfurecerla pues saco una pistola de la parte de atrás de sus pantalones vaqueros, no me canteé del sitio. Ella no me daba miedo, así que sonreí de forma lobuna ante su reacción. Raynard decidió ponerle fin a este encuentro y se puso en medio. Tiro de mi hacia atrás alejándome de ella, sin embargo, mis ojos no quitaban los suyos.

  • No tienes ni idea de quien soy niñata. – Ahora la que se reía era yo.
  • ¿Te crees que te tengo miedo? – Rodé los ojos con los brazos de Diablo a mi alrededor. – Me importa una mierda quien seas.
  • ¡Davina basta ya! – Me solté de golpe de sus brazos mirándole mal. – Irina y yo somos amigos desde hace mucho tiempo. – Levante la cabeza con una sonrisa sarcástica.
  • Amigos. – Miré como ella me miraba, burlándose de mí. – Ya. ¿Por qué la jefa de la mafia rusa del sur no ha ido a casa del jefe de la mafia alemana?
  • Jakob ha pedido reunirnos aquí, su casa esta patas arriba con la mudanza de sus padres. – Me susurró con los dientes apretados.

Irina se acercó poniendo su mano sobre el hombro de Raynard, su maldito lenguaje corporal indicaba que tenía ganas de comérselo y eso me reventaba por dentro. No disimulaba y le gustaba hacerme rabiar, lo sabia por la mirada de suficiencia que tenía en la cara. Diablo quito el brazo de ella mirándole con una mirada reprobatoria.

  • Ella está aquí porque la reunión con el consejo es mañana. Ha pedido alojamiento en nuestra casa y se lo vamos a dar. – Cerré los ojos intentando no montar una escena mas de lo que ya había hecho.
  • En nuestra casa. – Asintió totalmente serio. – Me encanta como tomas decisiones sobre nuestra casa tu solito. – Este fue a abrir la boca, pero no le deje. – Disfruta de la estancia, Irina.  – Escupí totalmente sarcástica.




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