DAVINA
Los días fueron pasando demasiado rápido, solía dormir más de lo normal y sentía como poco a poco me volvía más fría con todo el mundo, menos con Raynard y Aria, eran las dos únicas personas con las que sentía que podía ser yo misma. Ni si quiera me daba cuenta de mis contestaciones o miradas. Algo dentro de mi cambio hace mucho, desde que estuve en Japón y aprendí a lidiar todo esto que llevaba dentro. Vivir las muertes a mi alrededor como lo había hecho, las muertes que yo misma ejecuté, no era algo sencillo. Las pesadillas eran menos frecuentes, mi corazón se resistía a morirse de pena y luchar contra ella.
Hacía dos días que volvieron Aria y su marido de su breve luna de miel, ella a pesar de que tuvieran que volver tan rápido resplandecía como la luna llena. Era embriagador mirarla, me iluminaba de una manera demasiado necesitada para mí.
Raynard y yo teníamos la casa amueblada, ambos teníamos una habitación para cada uno, puerta con puerta. Podía parecer absurdo no querer dormir con él todas las noche, pero necesitaba espacio, no quería ir tan rápido. El tiempo diría como debía de ir, y nada más. El otro día finalmente nos mudamos a nuestra nueva mansión. Tenia enormes ventanales que daban a los jardines, tanto el salón como las demás salas y plantas estaban decoradas con tonos negro mármol y blancos. Era preciosa y elegante, con un suelo de parqué que hacia que andar descalza fuera glorioso.
Salí de la habitación con ropa de deporte para estar totalmente cómoda, con un top negro y unas mayas del mismo color, unas deportivas blancas y el pelo recogido en una coleta alta. Cerré la puerta observando que la de en frente estaba entreabierta y en la habitación de Diablo no había nadie. Según la hora del reloj de mi habitación eran las once de la mañana, probablemente el estuviera despierto desde hacía dos horas como mínimo. Con el móvil en la mano recorrí el pasillo hasta llegar a unas escaleras en forma de caracol, bajé rápidamente escuchando voces venir del salón que estaba a mi izquierda. Fruncí el ceño no reconociendo una de esas voces.
Caminé hasta allí paseando mi mano libre sobre la herida de mi vientre, la cual ya no estaba tapada y cicatrizando rápido. Con suerte no quedaría marca, el corte no fue profundo, pero si grande.
Pasé por el arco de la puerta parando en seco cuando vi a una mujer igual de alta que Raynard, ósea que metro ochenta media, un pelo rubio platino increíble y unos ojos pardos claros. Era preciosa, sin embargo, lo que no me agrado fue el lenguaje corporal que mostraba hacia él. La habitación se sumió en un sepulcral silencio cuando entre. Observé que aquella mujer tenía cinco enormes hombres tras ella, pondría la mano en el fuego a que era rusa.
Era rusa, rusa como Belov.
Belov mato a Derek.
Rojo, en aquel momento veía todo negro excepto a ella que estaba rodeada por una enorme aura roja.
Raynard me debió de leer la mente, se acercó a mi colocándose delante de mío cortándome totalmente la imagen de la rusa. Hacía unos días se quitó el cabestrillo por fin, aunque tenía que hacer rehabilitación para tener el movimiento total de su brazo.
Una risa chillona sonó a las espaldas de Raynard, le hice a un lado poniéndome delante de él.
Aprete los puños a mis lados totalmente enfurecida por sus palabras.
Eso pareció enfurecerla pues saco una pistola de la parte de atrás de sus pantalones vaqueros, no me canteé del sitio. Ella no me daba miedo, así que sonreí de forma lobuna ante su reacción. Raynard decidió ponerle fin a este encuentro y se puso en medio. Tiro de mi hacia atrás alejándome de ella, sin embargo, mis ojos no quitaban los suyos.
Irina se acercó poniendo su mano sobre el hombro de Raynard, su maldito lenguaje corporal indicaba que tenía ganas de comérselo y eso me reventaba por dentro. No disimulaba y le gustaba hacerme rabiar, lo sabia por la mirada de suficiencia que tenía en la cara. Diablo quito el brazo de ella mirándole con una mirada reprobatoria.